LA HABANA, martes, 26 febrero 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la palabras que dirigió el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, al as autoridades cubanas y al Comité Permanente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba al final de una cena en la nunciatura apostólica de La Habana, que tuvo lugar el 24 de febrero.
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Honorable Señor Vicepresidente,
Señor Cardenal y queridos Hermanos en el Episcopado,
Honorable Señor Presidente de la Asamblea Nacional,
Honorables Señores Ministros,
Señor Nuncio Apostólico en Cuba,
Distinguidas Señoras y Distinguidos Señores:
Gracias por haber aceptado mi invitación a compartir la cena esta noche. Estar juntos alrededor de la mesa es más que un gesto de cortesía humana. Demuestra la posibilidad de estar unidos en la diversidad. Fue durante una cena que Jesús enseñó cómo Dios y el hombre están unidos en alianza nueva e inquebrantable.
Es para mí motivo de satisfacción tener este encuentro con Ustedes, en el que una vez más se pone de manifiesto lo que ya he venido comprobando durante estos días de mi estancia en su bello País: el gran espíritu hospitalario del pueblo cubano. Por ello, al saludarles con afecto, aprovecho nuevamente la ocasión para agradecerles de corazón la exquisita acogida que me están dispensando.
Mi presencia entre Ustedes tiene como objetivo primordial conmemorar el décimo aniversario del Viaje Apostólico del Papa Juan Pablo II a Cuba. Como ya ocurriera en aquella relevante circunstancia, las celebraciones, los encuentros formales e informales, académicos y religiosos, han puesto de relieve el respeto y la búsqueda de un diálogo auténtico por el bien de Cuba y por el bien de la Iglesia en Cuba.
Recordando las primeras palabras del amado Pontífice en esta tierra, quiero decirles que también yo he llegado aquí como «peregrino de amor, verdad y esperanza». Mi visita tiene, pues, un carácter eminentemente pastoral. He venido a esta nación de antigua tradición católica para compartir con todos los creyentes sus esperanzas, alegrías y tristezas, en unas jornadas de fe, oración y fraternidad. La Iglesia, a través de su tarea evangelizadora, difundiendo entre todos los ciudadanos su riqueza espiritual, humana y moral, contribuyó y seguirá contribuyendo siempre de manera positiva al bien de la Nación.
Quiero ahora, con motivo de esta cena, dirigir un particular saludo a los Representantes del pueblo cubano aquí presentes, y en ellos a quienes en la Nación tienen responsabilidades de gobierno. Agradezco a todos Ustedes y a todas las Autoridades cubanas el haber contribuido generosamente al desarrollo de mi visita a este estupendo País. Gracias a Dios y a los esfuerzos conjuntos del Estado y de la Iglesia todo está saliendo muy bien. Formulo mis mejores votos para que cuanto se ha sembrado con ilusión y esperanza pueda germinar en un futuro no lejano. En este espíritu de concordia estoy seguro de que pronto se podrá llegar a establecer un instrumento de trabajo que facilitará nuestras relaciones recíprocas.
De igual modo, y sin pretender establecer criterios sobre aspectos que no son de mi incumbencia, pido a Dios que les dé luz para que sepan en toda ocasión dirigir el destino del País, favoreciendo siempre la convivencia, la solidaridad, el bien común y el respeto por los derechos humanos. Ustedes, juntamente con todos sus compatriotas, son los principales protagonistas de su propia historia con vistas a un futuro colmado de justicia, solidaridad y paz.
La Iglesia católica, de acuerdo con la misión que le es propia, está siempre dispuesta a colaborar con las instituciones civiles de la Nación. Fieles cada una a su cometido, han de contribuir, a través de un entendimiento constructivo, al desarrollo humano y espiritual de la sociedad cubana.
Quisiera tener también una palabra de cordial afecto para mis Hermanos en el Episcopado, aquí representados por los miembros del Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal. Que el Señor recompense su abnegada solicitud por la Iglesia que peregrina en Cuba. Dentro de poco nos veremos en Roma con ocasión de su Visita ad Limina.
Al transmitir a todos la cercanía y afecto del Papa Benedicto XVI, alzo mi copa para brindar por Ustedes y por el pueblo cubano a fin de que, sin eludir el reto de la época en la que les ha tocado vivir, sigan siendo constantes en el bien hacer, solícitos en la solidaridad y firmes en la esperanza.
Continúen conservando los valores más genuinos del alma cubana, como son: su fe en Dios, su amor a la cultura y a las propias tradiciones y su vocación a la libertad.
Pido a Dios que colme a todos de abundantes bendiciones, con el fin de poder crecer más en la colaboración recíproca para el bien del pueblo cubano, al que servimos cada uno de manera diversa, pero buscando siempre el bien común y el incremento de un clima de concordia y fraternidad. ¡Muchas gracias!