ROMA, viernes, 29 febrero 2008 (ZENIT.org).- El tipo de secularización que afronta hoy el mundo hace cada vez más difícil creer en algo más allá de la mente humana, mientras que se vacía de significado al sufrimiento, considera el teólogo Joseph Capizzi.
Profesor de Teología Moral de la Universidad Católica de América en Washington, Capizzi intervino en el congreso internacional de la Academia Pontificia para la Vida titulado «Junto al enfermo incurable y al moribundo: orientaciones éticas y operativas», celebrado del 25 al 26 de febrero.
Capizzi habló del desafío que afrontan los creyentes cristianos cuando encuentran una visión sin fe del sufrimiento y la muerte, formada por la primacía de la mente humana en el cosmos.
En su ponencia, Capizzi bosquejó el reciente trabajo del filósofo Charles Taylor en su nuevo libro «The Secular Age», subrayando dos mundos muy diferentes y el modo en que la gente de los mismos ve los últimos interrogantes de la vida, muerte y sufrimiento.
El primero, el «mundo desencantado», Capizzi lo describió como el mundo occidental contemporáneo, que caracterizó como «un mundo donde el locus de los pensamientos y los sentimientos está en lo que los filósofos llaman «mentes», y las únicas mentes en el cosmos son las humanas».
Todos los pensamientos y sentimientos, añadió, «están ubicados dentro de las mentes humanas. Esto significa que todos nuestros pensamientos, percepciones y creencias sobre el mundo emergen de nuestro interior, y por lo tanto cualquier cosa que esté fuera de nosotros es meramente la consecuencia de los pensamientos particulares y las creencias que tenemos».
El otro mundo, el «mundo encantado», dijo Capizzi, puede encontrarse en el pasado, en concreto, en el cristianismo. Lo definió como un lugar en el que «los significados no están ubicados en la mente humana; en cambio había abundante vida independiente de cualquier pensamiento humano».
«Por tanto –añadió–, el pueblo ordinario vivía en un mundo de buenos y malos espíritus. Por supuesto estaba Dios, residiendo arriba e interviniendo cuando era necesario, pero además estaban los santos a quienes uno rezaba para tener auxilio y protección. La mortalidad se hacía explicable por la noción de una edad más allá de la nuestra; del vivir eternamente con Dios y los santos. Esto hacía a la muerte simplemente una etapa de la vida».
«Con el tiempo –explicó el teólogo estadounidense– la visión del mundo encantada acabó en desencanto, y acompañando a esto estaba el paso desde las fuentes externas de significado hacia la ascendencia de uno mismo, la única fuente de todo significado. La mente humana triunfa a expensas de la divina».
Así hoy, añadió Capizzi, «creer es casi impensable; la práctica de creer –tal como la creencia en la presencia real de Cristo en la Hostia, ayunar, la abnegación, la aceptación del sufrimiento– parece no sólo irracional sino loca».
En consecuencia, subrayó Capizzi, «muchas de las quejas hoy de los creyentes se deben precisamente al sentir alienación de todo ese encanto. De hecho, uno no puede a veces ayudar sino percibir un tinte de resentimiento en creyentes que se quejan de que nuestro tiempo es hostil a la creencia y la práctica religiosa. Vivimos en un tiempo en que se nos dice cada vez más que el creer mismo es un problema».
«Cuando los fundamentos del creer han sido tan cambiados, es adecuado hablar de la muerte de Dios, ¿cómo pueden las doctrinas morales que dependen de Dios mismo tener y dar vida?
En este sentido, concluyó Capizzi, uno comprende el comentario de Viktor Frankl , (1905-1997) psiquiatra austríaco, fundador de la Logoterapia, según el cual, «el hombre no es destruido por el sufrimiento sino por el sufrimiento sin significado»
«Una época secularizada teme a la muerte y emplea muchos de sus recursos contra ella porque la muerte ha dejado de tener significado», aclara.
Tras la ponencia, Capizzi dijo a Zenit que espera «que la gente se lleve de su conferencia que el tema clave es que las condiciones laicistas actuales hacen muy difícil creer en Dios».
«Tal perspectiva también cambia la naturaleza de lo que la gente considera que es racional. La racionalidad ahora excluye el creer, haciendo la recuperación del mundo encantado cada vez más difícil», añadió.
«Benedicto XVI y el Papa Juan Pablo II han subrayado la relación entre fe y razón –añadió–. Aunque ahora es nuevo, los estudiosos del pasado, como Santo Tomás de Aquino y el cardenal John Henry Newman comprendieron bien que la racionalidad exige creer».
Por Carrie Gress, traducido del inglés por Nieves San Martín