CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 3 marzo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI al rezar este domingo la oración mariana del Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.
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Queridos hermanos y hermanas:
En estos domingos de Cuaresma, a través de los pasajes del Evangelio de Juan, la liturgia nos permite recorrer un auténtico camino bautismal: el domingo pasado, Jesús prometía a la Samaritana el don del «agua viva»; hoy, curando al ciego de nacimiento se revela como la «luz del mundo»; el próximo domingo, resucitando al amigo Lázaro, se presentará como «la resurrección y la vida». Agua, luz, vida: son símbolos del Bautismo, sacramento que «sumerge» a los creyentes en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, liberándoles de la esclavitud del pecado y entregándoles la vida eterna.
Detengámonos brevemente en la narración del ciego de nacimiento (Juan 9, 1-41). Los discípulos, según la mentalidad propia del tiempo, dan por descontado que su ceguera es la consecuencia de un pecado suyo o de sus padres. Jesús, por el contrario, rechaza este juicio y afirma: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios» (Juan 9, 3). ¡Qué consuelo nos ofrecen estas palabras! ¡Nos hacen experimentar la voz viva de Dios, que es Amor providencial y sabio! Ante el hombre marcado por su limitación y por el sufrimiento, Jesús no piensa en posibles culpas, sino en la voluntad de Dios que ha creado al hombre para la vida. Y por ello declara solemnemente: «Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado... Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo (Juan 9, 4-5).
E inmediatamente pasa a la acción: con tierra y saliva hace barro y lo unta en los ojos del ciego. Este gesto hace alusión a la creación del hombre, narrado en la Biblia con el símbolo de la tierra modelada y animada por el soplo de Dios (Cf. Génesis 2, 7). «Adán», de hecho, significa «suelo», y el cuerpo humano se compone, de hecho, por elementos de la tierra. Al curar al hombre, Jesús actúa una nueva creación. Pero esa curación suscita una encendida discusión, pues Jesús la realiza en sábado, violando, según los fariseos, el precepto festivo. De este modo, al final de la narración, Jesús y el ciego vuelven a ser expulsados por los fariseos: uno por haber violado la ley y el otro porque, a pesar de la curación, es tachado de pecador de nacimiento.
Jesús revela al ciego curado que ha venido al mundo para un juicio, para separar a los ciegos curables de los que no se dejan curar, pues alardean de estar sanos. De hecho, en el hombre, es fuerte la tentación de construirse un sistema de seguridad ideológico: incluso la religión puede convertirse en elemento de este sistema, así como el ateísmo, o el laicismo, pero de este modo uno queda cegado por el propio egoísmo.
Queridos hermanos: ¡dejémonos curar por Jesús, que quiere darnos la luz de Dios! Confesemos nuestra ceguera, nuestras miopías, y sobre todo lo que la Biblia llama el «gran pecado» (Cf. Salmo 18, 14): el orgullo. Que en esto nos ayude María santísima, que al engendrar a Cristo en la carne dio al mundo la auténtica luz.
[Al final del Ángelus, el Papa retomó la palabra en italiano:]
Con profunda tristeza sigo el dramático secuestro de monseñor Paulos Faraj Rahho, arzobispo de Mosul de los Caldeos, en Irak. Me uno al llamamiento del patriarca, el cardenal Emmanuel III Delly, y de sus colaboradores para que el querido prelado, que además se encuentra en precarias condiciones de salud, sea liberado cuanto antes. Al mismo tiempo elevo mi oración de sufragio por las almas de los tres jóvenes asesinados, que se encontraban con él en el momento del secuestro. Expreso, además, mi cercanía a toda la Iglesia en Irak y, en particular, a la Iglesia caldea, una vez más duramente golpeada, mientras aliento a los pastores y a los fieles a permanecer firmes en la esperanza. Que se multipliquen los esfuerzos de quienes depende la suerte del querido pueblo iraquí para que, con el empeño y sabiduría de todos vuelva a encontrar la paz y la seguridad, y no se le niegue el futuro al que tiene derecho.
Por desgracia, en estos últimos días, la tensión entre Israel y la Franja de Gaza ha alcanzado niveles sumamente graves. Renuevo mi apremiante invitación a las autoridades, tanto a las israelíes como a las palestinas, para que se detenga este torbellino de violencia, unilateralmente, sin condiciones: sólo si se muestra un respeto total por la vida humana, incluso la del enemigo, se puede esperar y dar un futuro de paz y de convivencia a las jóvenes generaciones de esos pueblos que, ambos, tienen sus raíces en la Tierra Santa. Invito a toda la Iglesia a elevar súplicas al Omnipotente por la paz en la tierra de Jesús y a mostrar una solidaridad atenta y efectiva a ambas poblaciones, a la israelí y a la palestina.
En el transcurso de la semana, la crónica italiana ha fijado su atención en la triste muerte de dos niños, conocidos como Ciccio y Tore. Un desenlace que me ha golpeado profundamente al igual que a tantas familias y personas. Quisiera aprovechar la oportunidad para lanzar un grito a favor de la infancia: ¡cuidemos de nuestros pequeños! Hay que amarles y ayudarles para que crezcan. Se lo digo a los padres, pero también a las instituciones. Al lanzar este llamamiento, pienso en los niños de todas las partes del mundo, en particular, en los que se encuentran más indefensos, o en los que sufren abusos. Confío cada niño al Corazón de Cristo, quien dijo: «Dejad que los niños vengan a mí» (Lucas 18,16)
[A continuación, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español dijo: ]
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles de las parroquias de la Sagrada Familia de Valladolid, Santa Marina de Palencia y San José Obrero de Ávila, así como a los miembros de las Cofradías de Nuestra Señora de Linarejos y Virgen de la Capilla, de Jaén. Siguiendo el itinerario cuaresmal, invito a todos a dejarse iluminar por Cristo y hacer que, con el testimonio de vida y las buenas obras, resplandezca su luz ante los hombres. Feliz domingo.
[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina
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