BAGDAD, viernes, 14 marzo 2008 (ZENIT.org).- La muerte de monseñor Paulos Faraj Rahho, arzobispo de Mosul de los Caldeos, en Irak, busca dividir al país, considera el primer ministro; mientras fuentes locales revelan a Zenit detalles sobre las reivindicaciones que presentaron sus secuestradores a la Iglesia.
Nouri al-Maliki ha enviado un telegrama al cardenal Emmanuel III Delly, patriarca de Babilonia de los Caldeos, para expresar «profunda tristeza» por la noticia de la aparición del cadáver del prelado, este jueves, que estaba secuestrado desde el 29 de febrero pasado.
«Condenamos firmemente este grave crimen, considerándolo un ataque que quiere crear divisiones entre los miembros del pueblo iraquí», explica Al-Maliki en el mensaje.
«Nos sentimos orgullosos de los hijos de religión cristiana en Irak, y os aseguramos que los que han cometido este acto no escaparán nunca a la justicia», añade.
«La tierra de los dos ríos quedará purificada de los asesinos y de los terroristas con la unión de sus hijos»¸ concluye el texto.
Zenit ha entrado en contacto con una de las personas que encontró el cuerpo del arzobispo. Dos días después del secuestro, los malhechores hablaron por teléfono con el secretario del arzobispo con un tono muy duro, pidiendo un millón de dólares que debían ser entregados antes de 48 horas.
Tres días después de que hubiera terminado el ultimátum, los secuestradores llamaron utilizando tonos mucho más tranquilos, pero elevando la petición del rescate a dos millones y medio de dólares.
En realidad, no aseguraban que el dinero serviría para la liberación del arzobispo, consideraban más bien que se trataba de una forma de colaboración de la Iglesia con la Yihad islámica.
En ningún momento se había permitido hablar por teléfono con el obispo. El obispo había muerto días antes de la aparición de su cadáver, según la autopsia.
Según la fuente de Zenit, el grupo que ha pedido el rescate, posiblemente cercano a Al Qaeda, podría ser diferente al comando que efectuó el secuestro, que lo habría posteriormente vendido.
Además de los 2,5 millones de dólares, el segundo grupo de secuestradores puso tres condiciones. En primer lugar, exigió que la Iglesia haga presión sobre las autoridades kurdas para que se libere a los muyaidines árabes prisioneros.
Según los secuestradores, el patriarcado caldeo debía, además, comprar armas sofisticadas y esconderlas en las iglesias, consideradas como lugares seguros, para que los muyaidines pudieran tomarlas cuando las necesitaran.
Asimismo, se pedía que se adestrara a cristianos para que se convirtieran también en muyaidines, listos para lanzar ataques terroristas incluso suicidas.
Por Tony Assaf