ROMA, martes, 18 marzo 2008 (ZENIT.org).- «Un canto al amor de Dios». Así ha definido el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado de Benedicto XVI, la vida de Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolores, en su funeral celebrado este martes.
Miles de personas participaron dentro y fuera de la Basílica de San Pablo Extramuros de Roma en el rito fúnebre, en el que católicos, cristianos de otras confesiones, así como personas de diferentes religiones o no creyentes, rindieron tributo a la promotora de la unidad, fallecida a los 88 años, el pasado 14 de marzo.
Media hora de aplausos saludó al féretro de Chiara Lubich, pionera de esta realidad, que ella inició en 1943, esparcida en 182 países, con más de dos millones de adherentes y una irradiación entre varios millones de personas.
El cardenal Bertone, quien presidió las exequias, recordó en la homilía «el ardiente deseo por el encuentro con Cristo», que ha caracterizado toda la existencia de la fundadora.
«Y aún más intensamente los últimos meses y días, en los que se agravó la enfermedad, que la desnudó de toda energía física, llevándola a una subida paulatina del Calvario, culminada en el dulce regreso al seno del Padre».
«Ahora todo se ha verdaderamente cumplido –afirmó el secretario de Estado–: el sueño de los inicios se ha hecho verdad, el anhelo apasionado se ha saciado. Chiara encuentro a aquél que amó sin ver y, llena de alegría, puede exclamar: «Sí, ¡mi redentor está vivo!»».
«La vida de Chiara Lubich es un canto al amor de Dios, a Dios que es Amor», constató el purpurado italiano.
«No hay otro camino para conocer a Dios y para dar sentido y valor a la existencia. Sólo el Amor, el Amor divino, nos hace capaces de «engendrar» amor, de amar incluso a los enemigos. Esta es la novedad cristiana, en esto consiste todo el Evangelio».
«¿Cómo vivir el Amor?», se preguntó Bertone.
Tras la Última Cena, Jesús reza «para que todos sean uno»; «la oración de Cristo, por tanto, sostiene el camino de sus amigos de todos los tiempos», respondió.
«Su Espíritu suscita en la Iglesia testigos de Evangelio vivo; es Él, el Dios viviente, quien nos guía en las horas de tristeza y de duda, de dificultad y dolor. Quien se encomienda a Él no teme nada, ni el miedo de la travesía de mares tempestivos, ni los obstáculos ni ningún tipo de adversidad. Quien edifica la casa sobre Cristo, edifica sobre la roca del Amor que todo lo soporta, que todo lo vence».
La fundadora del Movimiento de los Focolares, «con estilo silencioso y humilde», no creó «instituciones de asistencia y de promoción humana», sino que se dedicó «a encender el fuego el amor de Dios en los corazones».
«Suscita personas que ellas mismas sean amor, que vivan el carisma de la unidad y de la comunión con Dios y con el prójimo; personas que difundan el amor-unidad, haciendo de sí mismos, de sus casas, de su trabajo un «hogar» [focolare, en italiano, ndt.], en el que ardiendo el amor contagia e incendia todo lo que está a su lado».
Esta misión, observó el cardenal, es posible para todos, pues el Evangelio «está al alcance de cada uno».
«La preciosísima llave para entrar en el Evangelio», para Chiara Lubich, «era la Virgen, y decidió precisamente encomendar a María su obra, llamándola precisamente Obra de María. «Quedará en la tierra como otra María –afirmó–: toda Evangelio, nada más que Evangelio, y dado que es Evangelio, no morirá».
El purpurado concluyó la homilía dando gracias al Señor por este testimonio, «por sus intenciones proféticas que han precedido y preparado los grandes cambios de la historia y los acontecimiento extraordinarios que vivió la Iglesia en el siglo XX».
En este sentido, mencionó la «valiente apertura ecuménica y la búsqueda del diálogo con las religiones», que han promovido los Focolares, definidos por Juan Pablo II en una de sus cartas como «apóstoles del diálogo», camino privilegiado para promover la unidad: diálogo dentro de la Iglesia católica, diálogo ecuménico, diálogo interreligioso, diálogo con los no creyentes.
Esta obra estaba testimoniada en la basílica por representantes cristianos, como el reverendo Martin Robra, del Consejo Ecuménico de las Iglesias; el metropolita Gennadios Zervos, de la Iglesia ortodoxa; el obispo de la Iglesia luterana Christian Krause; así como numerosos representantes de comunidades surgidas de la Reforma evangélica.
Participaban en el funeral, además, Lisa Palmieri, representante ante la Santa Sede del Comité Judío Americano; el imán Izak-El M. Pasha de la Mezquita de Harlem (Estados Unidos); el director del Centro Islámico Cultural de Roma, Abdulá Redouane; y el presidente de la Comunidad Islámica de Florencia, el imán Elzir Ezzedine.
El mundo budista estaba representado por el presidente del Consejo directivo de la Rissho Kosei Kai, Watanabe Yasutaka, y por el monje tailandés budista Phara-Maha Thongratana.
Entre los representantes de movimientos y nuevas comunidades eclesiales, se encontraba Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio; Ernesto Olivero, fundador del Servicio Misionero Juvenil; el padre Laurent Fabre, fundador de la comunidad Chemin Neuf; el padre Julián Carrón, presidente de Comunión y Liberación; y Salvatore Martinez, presidente de la Renovación en el Espíritu, de origen carismático.
Sobre el féretro de Chiara Lubich se colocaron tres claveles, para recordar el día en que decidió consagrarse a Dios en la iglesia del colegio de los Capuchinos en Trento, su ciudad natal. Era el 7 de diciembre de 1943 y Chiara, antes de llegar al colegio, compró tres claveles rojos para el crucifijo.
Por Roberta Sciamplicotti