CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 20 marzo 2008 (ZENIT.org).- La esencia del ministerio sacerdotal es servicio, afirmó Benedicto XVI este Jueves Santo por la mañana al presidir en la Basílica de San Pedro del Vaticano la santa misa crismal.
Esta celebración eucarística, que reunió en torno al Papa los cardenales, obispos, 1.600 sacerdotes –diocesanos y religiosos– presentes en Roma, «exhorta a volver a emitir ese «sí» a la llamada de Dios, que pronunciamos en el día de nuestra ordenación sacerdotal».
Según el Antiguo Testamento, explicó el Papa, hay dos tareas que definen la esencia del ministerio sacerdotal: «estar ante el Señor» y «servir».
En primer lugar, dijo, el sacerdote «debe estar en guardia frente a las potencias amenazadoras del mal. Debe tener al mundo despierto para Dios. Debe ser alguien que está de pie erguido frente a las corrientes del tiempo».
«Estar ante el Señor debe ser siempre, en lo más profundo, hacerse cargo de los hombres ante el Señor que, a su vez, se hace cargo de todos nosotros ante el Padre».
En segundo lugar el sacerdote debe «servir». En la celebración eucarística, dijo el Papa, lo que hace el sacerdote «es servir, realizar un servicio a Dios y un servicio a los hombres».
«El culto que Cristo rindió al Padre consistió en entregarse hasta el final por los hombres. El sacerdote debe integrarse en este culto, en este servicio».
De este modo, la palabra «servir», en sus muchas dimensiones, implica «la recta celebración de la liturgia y de los sacramentos en general, realizada con participación interior».
Servir, dijo, implica que el sacerdote debe estar siempre en actidud de aprender: aprender a rezar «siempre de nuevo y siempre de forma más profunda»; aprender a conocer al Señor en su Palabra para que el anuncio sea eficaz.
«En este sentido, «servir» significa cercanía, exige familiaridad. Esta familiaridad comporta también un peligro: que lo sagrado, con el que nos encontramos continuamente, se convierta en rutina».
«Se apaga así el temor reverencial. Condicionados por todas las costumbres, no percibimos el hecho más grande, nuevo, sorprendente, de que Él mismo esté presente, nos hable, se entregue a nosotros. Debemos luchar sin tregua contra esta dependencia de la realidad extraordinaria, contra la indiferencia del corazón, reconociendo de nuevo nuestra insuficiencia y la gracia que hay en el hecho de que Él se entregue así en nuestras manos».
Servir implica obediencia, indicó. «El siervo está a las órdenes de la Palabra». «La tentación de la humanidad es siempre la de querer ser totalmente autónoma, seguir sólo la propia voluntad y considerar que sólo así seremos libres; que sólo gracias a una libertad sin límites el hombre sería completamente hombre. Pero así nos ponemos en el lado opuesto de la verdad».
Sólo somos libres, advirtió, si «compartimos nuestra libertad con los demás» y «si participamos de la voluntad de Dios. Esta obediencia fundamental que forma parte de la esencia del hombre, es mucho más concreta en el sacerdote».
«Nosotros no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Él y su Palabra, que no podemos idear por nosotros mismos.
«Nuestra obediencia es creer con la Iglesia, pensar y hablar con la Iglesia, servir con ella». Esto implica lo que Jesús predijo a Pedro: «Te llevarán adonde no quieras».
«Este dejarse guiar hacia donde no queremos es una dimensión esencial de nuestro servir, y es justamente así que nos hace libres. Si nos dejamos llevar, aunque pueda ser contrario a nuestras ideas y nuestros proyectos, experimentamos lo nuevo, la riqueza del amor de Dios».
El Papa concluyó con una alusión al lavatorio de los pies, con el que Cristo «el verdadero Sumo Sacerdote del mundo» quiere «ser el siervo de todos».
«Con el gesto del amor hasta el límite lava nuestros pies sucios, con la humildad de su servicio nos purifica de la enfermedad de nuestra soberbia».