CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 4 mayo 2008 (ZENIT.org).- La esperanza en Cristo es el ancla firme que da seguridad a la existencia, aseguró Benedicto XVI este domingo, en el que en muchos países se celebraba la solemnidad de la Ascensión.
«Y, ¿qué es lo que más necesita el hombre de todos los tiempos sino precisamente esto: un ancla firme para la propia existencia?», se preguntó el Papa al rezar la oración mariana del Regina Caeli, junto a miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.
Muchos de ellos eran socios de la Acción Católica Italiana que habían acudido para celebrar los 140 años de su fundación. Con ellos, meditó en el sentido de la Ascensión de Cristo al Cielo, misterio de la fe que el libro de los Hechos de los Apóstoles sitúa cuarenta días después de la resurrección, motivo por el cual ya se había celebrado en el Vaticano y en algunas naciones del mundo el jueves pasado.
Cristo «vino al mundo para devolver el hombre a Dios, pero no idealmente –como haría un filósofo o un maestro de sabiduría– sino realmente, como pastor que quiere llevar todas las ovejas al redil», aseguró el pontífice.
«Jesús afrontó este «éxodo» hacia la patria celestial en primera persona por nosotros –añadió–. Por nosotros descendió del Cielo y por nosotros ascendió, tras haberse hecho semejante en todo a los hombres, humillado hasta la muerte de cruz, y tras haber tocado el abismo de la máxima lejanía de Dios».
Precisamente por este motivo, aclaró el obispo de Roma, «el Padre se complació en Él y le «exaltó», restituyéndole la plenitud de su gloria, pero ahora con nuestra humanidad. Dios en el hombre – el hombre en Dios: ya no se trata de una verdad teórica, sino real».
«Por este motivo, la esperanza cristiana, fundamentada en Cristo, no es ilusión», aseguró el Santo Padre, sino que en ella «tenemos como una segura y sólida ancla de nuestra alma», «un ancla que penetra en el cielo, donde Cristo nos ha precedido».
Al comenzar el mes de mayo, tradicionalmente dedicado a la Virgen María, el Papa invitó a toda la Iglesia a vivirlo como vivieron los discípulos tras la ascensión de Jesús, en espera del Espíritu Santo, alrededor de la Madre del Señor.
«Al dirigir hacia ella la mirada, como los primeros discípulos, se nos presenta la realidad de Jesús: la Madre orienta hacia el Hijo, que ya no se encuentra físicamente entre nosotros, sino que nos espera en la casa del Padre».
«Jesús nos invita a no quedarnos mirando hacia lo alto, sino a estar juntos, unidos en la oración, para invocar el don del Espíritu Santo. Sólo a quien «renace de lo alto», es decir, del Espíritu Santo, se le abre la entrada al Reino de los cielos, y la primera «renacida de lo alto» es precisamente la Virgen María», concluyó.
Con este mismo espíritu, en la tarde del día anterior, el Papa había presidido la oración del Rosario en la basílica de Santa María la Mayor en Roma.