La Santa Sede pide promover el desarrollo agrícola de los países pobres

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Se trata de responder a la crisis alimentaria mundial, según el Consejo Pontificio “Justicia y Paz”

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CIUDAD DEL VATICANO, 4 de junio de 2008 (ZENIT.org) La actual crisis alimentaria mundial podría a largo plazo suponer una oportunidad de crecimiento para los países pobres si la comunidad internacional les ayuda a promover su desarrollo agrícola. Así lo afirma el Consejo Pontificio «Justicia y Paz», en una nota informativa sobre la crisis alimentaria publicada este miércoles. 

Con esta nota, el Consejo quiere contribuir al debate provocado por la crisis alimentaria actual debida al aumento de los precios de los productos básicos, crisis que está afectando sobre todo a los países en vías de desarrollo.

Este aumento de los precios está provocado, afirma la nota, por varios factores, unos de tipo coyuntural y otros estructurales.

Entre los factores coyunturales, destaca la escasez de cosechas provocada por la climatología adversa en países como China, Australia o Vietnam, a lo que hay que añadir la crisis energética, que no sólo ha encarecido el transporte, sino que ha hecho derivar los cultivos a la producción de biocarburantes, en lugar de al consumo alimenticio..

Otro factor está siento, a juicio del Consejo, «el comportamiento de los inversores internacionales, que frente a la crisis del mercado financiero, están invirtiendo en este sector y especulando con el futuro aumento de los precios».

Entre los factores estructurales, al aumento de la demanda se une la disminución de la oferta, provocada, según el Consejo Pontificio, provocada por la política de subsidios a la producción agrícola de los países ricos.

Esta política ha provocado que bajasen los precios durante décadas, con lo que los países pobres han dejado de producir bienes agrícolas propios y dependan de las importaciones. «El resultado es que la mayor parte de los países pobres se ha convertido en netos importadores de comida, con graves consecuencias para su capacidad productiva y de innovación en el sector agrícola».

Esta crisis alimentaria resultante «empobrece a los sectores más débiles de la población mundial, especialmente a las áreas urbanas que gastan una parte importante de sus recursos en la compra de alimentos». Si la situación no mejora, según el Consejo Pontificio «Justicia y Paz», de aquí al 2015 podría haber 1.200 millones de hambrientos crónicos.

El Consejo «Justicia y Paz» afirma que su misión no es dar soluciones técnicas, sino «exhortar a los fieles laicos y a los hombres y mujeres de buena voluntad a buscar soluciones adecuadas a la crisis, en nombre del deber de solidaridad entre los miembros de la única familia humana».

Para los responsables de este dicasterio, la comunidad internacional no debería responder sólo con medidas a corto plazo, con ayudas de emergencia, sino con ayudas a largo plazo, que ayuden a superar las desigualdades estructurales.

«De hecho, el boom de los precios de los alimentos podría incluso transformarse en una oportunidad de crecimiento para los países pobres del mundo, siempre que la comunidad internacional y los gobiernos nacionales se dediquen a promover eficazmente el desarrollo agrícola de los países más pobres, promoviendo su capacidad de sustentar a la población sin tener que depender excesivamente de la ayuda exterior».

Este desarrollo debería unirse también, según el Consejo, a una reforma agraria en estos países, que permita a los campesinos acceder a la propiedad de las tierras. Sobre esta cuestión, el Consejo remite al documento «Para una mejor distribución de la tierra. El desafío de la reforma agraria», publicado en 1997. Otra de las propuestas es la de racionalizar la producción de los biocombustibles, de manera que no se destinen recursos alimentarios necesarios para la población a este tipo de energía.

«En el año en que la comunidad internacional celebra el 60° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, la crisis alimentaria mundial amenaza la consecución del derecho primario de toda persona de ser ‘libre del hambre'», concluye.

Por Inmaculada Álvarez

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ZENIT Staff

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