Benedicto XVI: "¿Por qué es hermoso ser joven?"

Consejos del Papa a los jóvenes de Génova

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 5 junio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI a miles de jóvenes en la plaza Matteotti de Génova el 18 de mayo durante la visita pastoral a esa ciudad.

 

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Queridos jóvenes:

Lamentablemente, la lluvia me persigue en estos días, pero aceptémosla como signo de bendición, de fecundidad para la tierra, y también como símbolo del Espíritu Santo, que viene a renovar la tierra, incluida la tierra árida de nuestras almas.

Vosotros sois la juventud de Génova. Me alegra veros aquí. Os abrazo con el corazón de Cristo. Doy las gracias a los dos representantes que han actuado como portavoces vuestros. Y agradezco a todos el trabajo de preparación, no sólo exterior, sino sobre todo espiritual: con la adoración eucarística y la vigilia de oración habéis salido al encuentro del Espíritu Santo y, en el Espíritu, habéis entrado en la fiesta de la Santísima Trinidad, que celebramos hoy. Gracias por este camino que habéis recorrido.

También os agradezco vuestro entusiasmo, que siempre debe caracterizar vuestra alma, no sólo en los años de la juventud, llenos de expectativas y sueños, sino siempre, incluso cuando hayan pasado los años de la juventud y comencéis a vivir otras etapas de vuestra vida. Pero en el corazón todos debemos seguir siendo jóvenes. Es hermoso ser jóvenes. Hoy todos quieren ser jóvenes, permanecer jóvenes, y se disfrazan de jóvenes, aunque el tiempo de la juventud haya pasado de manera visible.

Me pregunto -he reflexionado-: ¿por qué es hermoso ser joven? ¿Por qué el sueño de la juventud perenne? Me parece que son dos los elementos determinantes. La juventud tiene todavía el futuro por delante; todo es futuro, tiempo de esperanza. El futuro está lleno de promesas.

Para ser sinceros, debemos decir que para muchos el futuro también se presenta oscuro, sembrado de amenazas. Hay incertidumbre: ¿encontraré un puesto de trabajo?, ¿encontraré una vivienda?, ¿encontraré el amor?, ¿cuál será mi verdadero futuro?

Y ante estas amenazas, el futuro también puede presentarse como un gran vacío. Por eso, hoy muchos quieren detener el tiempo, por miedo a un futuro en el vacío. Quieren aprovechar al máximo inmediatamente todas las bellezas de la vida. Y así el aceite en la lámpara se consuma cuando la vida debería comenzar. Por eso es importante elegir las verdaderas promesas, que abren al futuro, incluso con renuncias. Quien ha elegido a Dios, incluso en la vejez tiene ante sí un futuro sin fin y sin amenazas.

Por tanto, es importante escoger bien, no arruinar el futuro. Y la primera opción fundamental debe ser Dios, Dios revelado en su Hijo Jesucristo. A la luz de esta opción, que nos ofrece al mismo tiempo una compañía para el camino, una compañía fiable, que no nos abandona nunca, se encuentran los criterios para las demás opciones necesarias. Ser joven implica ser bueno y generoso. Y la bondad en persona es Jesucristo, el Jesús que conocéis o que busca vuestro corazón. Él es el Amigo que no traiciona nunca, fiel hasta la entrega de su vida en la cruz. Rendíos a su amor.

Como lleváis escrito en vuestras camisetas preparadas para este encuentro: «Liberaos» gracias a Jesús, porque sólo él puede libraros de vuestras preocupaciones y de vuestros temores, y colmar vuestras expectativas. Él dio su vida por nosotros, por cada uno de nosotros. ¿Podría defraudar vuestra confianza? ¿Podría llevaros por senderos equivocados? Sus caminos son caminos de vida, llevan a los pastos del alma, aunque sean escarpados y difíciles.

Queridos amigos, os invito a cultivar la vida espiritual. Jesús dijo: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5). Jesús no hace juegos de palabras; es claro y directo. Todos le entienden y toman posición. La vida del alma es encuentro con él, Rostro concreto de Dios. Es oración silenciosa y perseverante, es vida sacramental, es Evangelio meditado, es acompañamiento espiritual, es pertenencia cordial a la Iglesia, a vuestras comunidades eclesiales.

Pero ¿cómo se puede amar, entrar en amistad con alguien a quien no se conoce? El conocimiento impulsa al amor y el amor estimula el conocimiento. Así sucede también con Cristo. Para encontrar el amor con Cristo, para encontrarlo realmente como compañero de nuestra vida, ante todo debemos conocerlo. Como los dos discípulos que lo siguen después de escuchar las palabras del Bautista y le dicen tímidamente: «Rabbí, ¿dónde vives?» (Jn 1, 38), quieren conocerlo de cerca.

Es el mismo Jesús quien, hablando con los discípulos, distingue: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (cf. Mt 16, 13), refiriéndose a los que lo conocen de lejos, por decirlo así «de segunda mano». «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?», refiriéndose a los que lo conocen «de primera mano», habiendo vivido con él, habiendo entrado realmente en su vida personalísima hasta convertirse en testigos de su oración, de su diálogo con el Padre.

Así, es importante que tampoco nosotros nos limitemos a la superficialidad de tantos que escucharon algo acerca de él: que era una gran personalidad, etc…, sino que entremos en una relación personal para conocerlo realmente. Y esto exige el conocimiento de la Escritura, sobre todo de los Evangelios, donde el Señor habla con nosotros. Estas palabras no siempre son fáciles, pero entrando en ellas, entrando en diálogo, llamando a la puerta de las palabras, diciendo al Señor: «Ábreme», encontramos realmente palabras de vida eterna, palabras vivas para hoy, tan actuales como lo fueron en aquel momento y como lo serán en el futuro.

Este coloquio con el Señor en la Escritura no debe ser nunca un coloquio individual; ha de hacerse en comunión, en la gran comunión de la Iglesia, donde Cristo está siempre presente, en la comunión de la liturgia, del encuentro personalísimo de la sagrada Eucaristía y del sacramento de la Reconciliación, donde el Señor me dice: «Te perdono».

Un camino muy importante es también ayudar a los pobres, a los necesitados, tener tiempo para los demás. Hay muchas dimensiones para entrar en el conocimiento de Jesús. Naturalmente están también las vidas de los santos. Tenéis numerosos santos aquí, en Liguria, en Génova, que nos ayudan a encontrar el verdadero rostro de Jesús. Sólo así, conociendo personalmente a Jesús, podemos también comunicar esta amistad nuestra a los demás; podemos superar la indiferencia. Porque, aunque parezca invencible -en efecto, a veces, la indiferencia da la impresión de no necesitar a Dios-, en realidad, todos saben qué les falta en su vida.

Sólo cuando descubren a Jesús caen en la cuenta: «Esto era lo que yo esperaba». Y nosotros, cuanto más amigos seamos de Jesús, tanto más podremos abrir el corazón a los demás, para que también ellos sean realmente jóvenes, es decir para que tengan ante sí un gran futuro.

Al final de este encuentro tendré la alegría de entregar el Evangelio a algunos de vosotros como signo de un mandato misionero. Id, queridos jóvenes, a los ambientes de vida, a vuestras parroquias, a los barrios más difíciles, a los caminos. Anunciad a Cristo, el Señor, esperanza del mundo. El hombre, cuanto más se aleja de Dios, su Fuente, tanto más se extravía; la convivencia humana se hace difícil, y la sociedad se disgrega.

Estad unidos entre vosotros, ayudaos a vivir y a crecer en la fe y en la vida cristiana, para que podáis ser testigos intrépidos del Señor. Estad unidos, pero no cerrados. Sed humildes, pero no tímidos. Sed sencillos, pero no ingenuos. Sed sensatos, pero no complicados. Entrad en diálogo con todos, pero sed vosotros mismos. Permaneced en comunión con vuestros pastores: son ministros del Evangelio, de la divina Eucaristía,
del perdón de Dios. Para vosotros son padres y amigos, compañeros de camino. Los necesitáis y ellos os necesitan, todos os necesitamos.

Cada uno de vosotros, queridos jóvenes, si permanece unido a Cristo y a la Iglesia, puede realizar grandes cosas. Este es el deseo que formulo para vosotros y que os dejo como consigna. A los que estáis inscritos para participar en el Encuentro mundial de julio en Sydney os digo: «¡Hasta la vista!». Extiendo este saludo a todos, porque todos podéis seguir ese acontecimiento incluso desde aquí. Sé que en esos días las diócesis organizarán con ese motivo momentos comunitarios, para que los jóvenes del mundo entero vivan de verdad un nuevo Pentecostés.

Os encomiendo a la Virgen María, modelo de disponibilidad y de humilde valentía para aceptar la misión del Señor. Aprended de ella a hacer de vuestra vida un «sí» a Dios. Así Jesús vendrá a habitar en vosotros, y lo llevaréis con alegría a todos.

[Traducción distribuida por la Santa Sede.

© Copyright 2008 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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