CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 22 junio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la alocución que pronunció Benedicto XVI este domingo a mediodía al rezar la oración mariana del Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.
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Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo presenta dos invitaciones de Jesús: por una parte, «no tengáis miedo de los hombres» y, por otra, «temed» a Dios (Cf. Mateo 10, 26.28). Nos estimula a reflexionar sobre la diferencia que existe entre los miedos humanos y el temor de Dios. El miedo es una dimensión natural de la vida. Desde que uno es pequeño experimenta formas de miedo que luego se revelan imaginarias y desaparecen; y surgen sucesivamente otras, que tienen un fundamento en la realidad: tienen que ser afrontadas y superadas con el empeño humano y con la confianza en Dios. Pero sobre todo hoy se da una forma de miedo más profunda, existencial, que acaba en ocasiones en angustia: nace de un sentido de vacío, ligado a una cierta cultura penetradas por la influencia del nihilismo teórico y práctico.
Ante el amplio y variado panorama de los miedos humanos, la Palabra de Dios es clara: quien «teme» a Dios «no tiene miedo». El temor de Dios que las Escrituras definen como «el principio de la verdadera sabiduría» coincide con la fe en Él, con el respeto sacro por su autoridad sobre la vida y sobre el mundo. No «tener temor de Dios» equivale a ponerse en su lugar, sentirse dueños del bien y del mal, de la vida y de la muerte. Por el contrario, quien teme a Dios experimenta en sí la seguridad del niño en brazos de su madre (Cf. Salmo 130,2): quien teme a Dios está tranquilo incluso en medio de las tempestades, pues Dios, como Jesús nos ha revelado, es un Padre lleno de misericordia y de bondad. Quien le ama no tiene miedo: «No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor» (1 Gv 4,18). El creyente, por tanto, no se asusta con nada, pues sabe que está en las manos de Dios, sabe que el mal y lo irracional no tienen la última palabra, sino que el único Señor del mundo y de la vida es Cristo, el Verbo de Dios encarnado, que nos ha amado hasta sacrificarse a sí mismo, muriendo en la cruz por nuestra salvación.
Cuanto más crecemos en esta intimidad con Dios, impregnada de amor, más fácilmente superamos toda forma de miedo. En el pasaje evangélico de este día Jesús repite varias veces la exhortación a no tener miedo. Nos tranquiliza, como hizo con los discípulos, como hizo con san Pablo, cuando se le apareció en una visión una noche, durante un momento particularmente difícil de su predicación: «No tengas miedo –le dijo– porque yo estoy contigo» (Hechos 18,9). Fortalecido por la presencia de Cristo y confortado por su amor, el apóstol de las gentes, de quien nos disponemos a celebrar los dos mil años de nacimiento con un año jubilar especial, no tuvo miedo ni siquiera del martirio. Que este gran acontecimiento espiritual y pastoral suscite también en nosotros una nueva confianza en Jesucristo, que nos llama a anunciar y testimoniar su Evangelio, sin tener miedo de nada.
Os invito, por tanto, queridos hermanos y hermanas, a prepararos para celebrar con fe el Año Paulino que, si Dios quiere, inauguraré solemnemente el próximo sábado, a las 18.00 horas, en la Basílica de san Pablo Extramuros, con la liturgia de las primeras vísperas de la solemnidad de los santo Pedro y Pablo.
Encomendamos ya desde ahora esta gran iniciativa eclesial a la intercesión de san Pablo y de María santísima, reina de los apóstoles y madre de Cristo, manantial de nuestra alegría y de nuestra paz.
[Tras rezar el Ángelus, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En italiano, dijo:]
Con profunda conmoción he recibido esta mañana la noticia del naufragio, en el archipiélago de Filipinas, de un trasbordador tocado por el tifón Fengshen, que ha azotado aquella zona. Asegurando mi cercanía espiritual a las poblaciones de las islas golpeadas por el tifón, elevo una oración especial al Señor por las víctimas de esta nueva tragedia del mar, en la que, según parece, han quedado involucrados también numerosos niños.
Hoy en Beirut, capital del Líbano, es proclamado beato Yaaqub da Ghazir Haddad, cuyo nombre de pila era Jalil, sacerdote de la Orden de los Frailes Menores Capuchinos y fundador de la Congregación de las Hermanas Franciscanas de la Cruz del Líbano. Expresando mis felicitaciones a sus hijas espirituales, deseo de todo corazón que la intercesión del beato Abuna Yaaqub, unida a la de los santos libaneses, alcance para ese amado país, que ha sufrido demasiado, la gracia de avanzar finalmente hacia una paz estable.
[En español, dijo:]
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana. Os invito a vivir cimentados en el sólido fundamento del amor a Jesucristo, para que no os dejéis vencer por el temor y seáis sus testigos en medio del mundo, superando las dificultades o el ambiente hostil que podáis encontrar. Os acompañe en esta hermosa misión la maternal protección de la Virgen María. Feliz domingo a todos.
[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina
© Copyright 2008 – Libreria Editrice Vaticana]