BOGOTÁ, jueves, 10 julio 2008 (ZENIT.org).- Después de seis años en cautividad, Ingrid Betancourt fue rescatada el pasado 2 de julio. Pero el conflicto silencioso de Colombia continúa, y dura ya cuarenta años, explica el secretario general de Caritas Colombia.

Un conflicto "silencioso" --explica en un mensaje enviado a Zenit por Caritas Española-- porque muchas otras tragedias que ocurren en este país no salen a la luz.

Muy poca gente fuera de Colombia ha oído hablar del trabajador de Caritas asesinado el pasado 24 de junio, o de los cuatro maestros secuestrados en aquella misma semana, dos de los cuales fueron posteriormente ejecutados, o de los tres niños que fueron destrozados al pisar una mina cuando iban a recoger fruta justo un día antes de la liberación de Ingrid Betancourt.

"La liberación de Ingrid Betancourt es una muy buena noticia para la Iglesia y un gran paso para resolver la crisis humanitaria en Colombia", explica monseñor Hector Fabián Henao, secretario general de Cáritas Colombia.

Al mismo tiempo, añade que "debemos esperar para tener un mapa más claro de la situación, porque esta es una crisis muy complicada".

Es una crisis en la que tres actores combaten en la misma guerra: grupos guerrilleros izquierdistas, paramilitares de extrema derecha y el Ejército. Esto ha provocado el desplazamiento de cuatro millones de personas desde 1985 en Colombia, que es también el país del mundo con más accidentes provocados por las minas.

"Los obispos de Colombia están realizando grandes esfuerzos para convencer a los grupos armados que establezcan las condiciones para una paz justa y negociada en nuestro país", dice monseñor Henao.

En algunas ocasiones, los obispos actúan como un puente entre los grupos armados y las comunidades para tratar de resolver cuestiones humanitarias. También trabajan con distintas organizaciones para que el Parlamento apruebe leyes que otorgue compensaciones a las víctimas de la violencia y de los desplazamientos.

En su trabajo sobre el terreno, Cáritas Colombia apoya a las víctimas de la violencia y sus familias e intenta involucrar a las comunidades en sus actividades a favor de la paz.

Monseñor Henao explica que los que trabajan para Cáritas en este nivel corren un gran riesgo y a veces han pagado con sus vidas, como es el caso de Felipe Landázuri, asesinado el pasado 24 de junio por hombres armados en Candelilla de la Mar, Tumaco, cerca de la frontera con Ecuador.

"Algunos grupos armados no entienden el compromiso de la Iglesia --dice el responsable de Caritas Colombia--. Se confunden y piensan que si trabajas a favor de las víctimas del conflicto estás contra ellos". Así, por ejemplo, los cuatro maestros que fueron secuestrados recientemente en la diócesis de Ipiales, donde a veces hay combates intensos, podrían haber sido considerados por la guerrilla como sospechosos de pasar información al Ejército", dice monseñor Henao.

Otros maestros han sufrido amenazas después de ser secuestrados. "En estas zonas los maestros son las únicas personas que trabajan junto con los sacerdotes para asistir a las comunidades locales". En su opinión, este es un problema muy grave, dado que la diócesis tiene una importante red de pequeñas escuelas para niños de familias campesinas pobres, y si las amenazas  continúan disminuirá el número de enseñantes.

"La diócesis está intentando convencer a los rebeldes que deben cambiar su posición y permitir que los maestros hagan su trabajo en las escuelas, porque de los contrario de aquí a muy poco los niños no tendrán acceso a la educación", concluye monseñor Henao.