CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 2 octubre 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI explicó este jueves que no se puede combatir el estremismo fundamentalista combatiendo la auténtica religión al recibir a los obispos y superiores de la Iglesia católica en las antiguas repúblicas soviéticas de Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán.
De hecho, aclaró a los responsables de las pequeñas comunidades católicas de estos países de Asica Central de mayoría musulmana, con importantes comunidades ortodoxas, no es posible violar el derecho humano fundamental a la libertad religiosa.
El pontífice invitó a los obispos y sacerdotes, que en ocasiones dirigen a pocos centenares de bautizados, «a afrontar los desafíos que plantea la actual sociedad globalizada al anuncio y a la coherente práctica de la vida cristiana también en vuestras regiones».
Constató que «se registran casi por doquier en el mundo fenómenos preocupantes que ponen en serio peligro la seguridad y la paz».
El obispo de Roma, en el discurso que entregó a los prelados al concluir su quinquenal visita «ad limina apostolorum» al Papa y a la Curia Romana, se refería en particular «a la plaga de la violencia y del terrorismo, a la difusión del extremismo y del fundamentalismo».
«Ciertamente es necesario afrontar estos flagelos con intervenciones legislativas. Pero la fuerza del derecho nunca puede transformarse en iniquidad; ni se puede limitar el libre ejercicio de las religiones, dado que profesar la propia fe libremente es uno de los derechos humanos fundamentales y universalmente reconocidos», aclaró.
El Papa confirmó que «la Iglesia no impone, sino que propone libremente la fe católica, consciente de que la conversión es el fruto misterioso de la acción del Espíritu Santo».
«La fe es don y obra de Dios. Precisamente por eso está prohibida toda forma de proselitismo que obligue o induzca y atraiga a alguien con inoportunos engaños a abrazar la fe», afirmó, citando el Concilio Vaticano II.
Según el Papa, «una persona puede abrirse a la fe tras una reflexión madura y responsable, y debe poder realizar libremente esta íntima aspiración».
«Esto –aclaró– beneficia no sólo al individuo, sino a toda la sociedad, porque la observancia fiel de los preceptos divinos ayuda a construir una convivencia más justa y solidaria».
El Papa alentó el renacimiento de las comunidades católicas en estos países que estuvieron sometidos durante décadas al opresor yugo comunista. «A pesar de las duras presiones ejercitadas durante los años del régimen ateo y comunista, gracias a la abnegación de sacerdotes, religiosos y laicos llenos de celo, la llama de la fe ha permaneciendo encendida en el corazón de los creyentes», constató con satisfacción.
Si bien estas comunidades católicas son un «pequeño rebaño», siguió diciendo, el Papa invitó a los superiores católicos a no desalentarse.
«Contemplad las primeras comunidades de los discípulos del Señor que, a pesar de ser pequeñas, no se encerraban en sí mismas, sino que, movidas por el amor de Cristo, no dudaban en cargar con las dificultades de los pobres, a salir al paso de los enfermos, anunciando y testimoniando a todos con alegría el Evangelio».