BRUSELAS, martes 14 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- Los jóvenes migrantes “deberían tomar parte en cómo se proyectan las políticas sobre la inmigración”, porque son precisamente ellos quienes “están orientando la conciencia común, desde una percepción negativa de la emigración a una positiva”.
El arzobisdo Agostino Marchetto, Secretario del Consejo Pontificio de la Pastoral de los Migrantes e Itinerantes, lo ha afirmado este martes en Bruselas, en una Conferencia organizada por la Fundación Konrad Adenauer (Konrad-Adenauer-Stiftung).
Interviniendo sobre “la integración de los jóvenes desde situaciones de emigración: motivaciones cristianas y contribución de las Iglesias”, el prelado ha observado que los jóvenes migrantes deben desempeñar un papel más significativo en las políticas sociales porque “son precisamente ellos quienes están creando un mundo más seguro, acogedor y multicultural, a pesar de todo”.
Según las estimaciones oficiales, recordó, un tercio de los migrantes a escala mundial tiene una edad media comprendida entre los 15 y los 25 años. A ellos se añaden los hijos de los emigrados de primera generación, reunidos con sus familias de origen o nacidos en el país de inmigración, o que han cumplido en el el ciclo de la escolarización.
Las segundas generaciones y los jóvenes pertenecientes a minorías étnicas, sostiene el arzobispo, constituyen un grupo “con fuerte riesgo de doble marginalización, en cuanto jóvenes que experimentan, a la vez que sus coetáneos autóctonos, los problemas y dificultades ligadas al estudio y al acceso al mundo del trabajo, como en cuanto a miembros de minorías más o menos excluidas y estigmatizadas”.
En un contexto migratorio, las preguntas existenciales parecen agudizarse, “haciendo surgir en términos nuevos el problema de la auto-identificación, expresado incluso en los interrogantes sobre el sentido de la vida, sobre la justicia social, sobre la salvaguarda de la creación y sobre la relación con Dios”.
En esta clave, según el arzobispo, la migración “puede definirse también como una experiencia 'espiritual' en el sentido que induce más fácilmente a plantearse cuestiones fundamentales y a intentar desvelar el misterio de la vida”.
“Precisamente en estas coyunturas, la religión tiene un rol crucial para la construcción de la identidad, en la búsqueda de significados y en la formación de los valores, sobre todo en los jóvenes con experiencias migratorias”.
El papel de las Iglesias, subraya monseñor Marchetto, es relevante “en una doble vertiente: la de la salvaguarda de la identidad cultural y en el de la integración en el nuevo contexto”. Los dos aspectos, constató, se entremezclan, porque “muchos jóvenes inmigrantes se convierten de hecho en ciudadanos de una nueva patria, en la que han decidido poner las esperanzas de una vida mejor, precisamente gracias a los recursos que también la adhesión religiosa les ha proporcionado”.
En su opinión, la mejor contribución que la Iglesia puede dar a día de hoy sobre esta cuestión es el esfuerzo de crear “una sólida y fecunda cultura del diálogo, a nivel ecuménico, interreligioso e intercultural”.
De la misma forma, debe promover una atención constante hacia la centralidad de la persona humana y la defensa de los derechos del hombre, porque la integración “es ante todo una cuestión de relaciones entre personas de distintas pertenencias e identidades, que comparten el mismo espacio físico, social, administrativo y político”.
“No son por tanto al final diferentes cultural las que se encuentran, o se confrontan, sino las personas que pertenecen a ellas”.
El prelado ha augurado una mayor atención por parte de los medios de comunicación social a los jóvenes con experiencias migratorias, nacidos en un país extranjero de padres inmigrantes o que han llegado a él cuando eran muy pequeños.
Si en general “consiguen vivir en armonía, o casi, con dos culturas sin contrastes dramáticos, sin sentirse íntimanente divididos”, esta “no es una conquista fácil”, admitió, y no raras veces los jóvenes de segunda generación “no se sienten integrados del todo como sus coetáneos nativos”.
Según el prelado, “hay al menos tres razones principales que suscitan sentimientos de preocupación e incluso alarma” hacia los inmigrantes: “el miedo a recibir flujos caóticos de migrantes, una percepción negativa de la presencia de guetos en las ciudades, y la rivalidad en el mercado de trabajo”.
“Todo esto confirma que la única vía de la integración es la participación tanto de los inmigrantes como de la sociedad civil en este proceso”, objetivo que se ha puesto el Consejo Pontificio para la Pastoral con Migrantes e Itinerantes, en sinergia con las comisiones de pastoral migratoria de las Conferencias Episcopales de todo el mundo.
“Uno se puede preguntar si es posible elaborar una nueva vía de integración, no como solución diseñada encima de una mesa, sino como experimentación de un proceso de cohesión y participación, partiendo también de un gran recurso como el que representan los jóvenes migrantes de segunda generación”, propuso.
Esto, con todo, solo será posible en la medida en que se consiga difundir “la conciencia de que la presencia de los inmigrantes no es pasajera, sino estructural, y que es un gran recurso para el camino de la humanidad”.
[Por Roberta Sciamplicotti, traducción de Inma Álvarez]