CIUDAD DEL VATICANO, jueves 16 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha enviado Benedicto XVI al director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el señor Jacques Diouf, con motivo del Día Mundial de la Alimentación.
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A su excelencia el señor Jacques Diouf,
director de la Organización de las Naciones Unidas
para la Alimentación y la Agricultura (FAO)
El tema escogido este año para el Día Mundial de la Alimentación, "La seguridad alimentaria mundial: los desafíos del cambio climático y la bioenergía", permite reflexionar sobre lo que se ha hecho en la lucha contra el hambre y sobre los obstáculos a la acción de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ante los nuevos desafíos que amenazan a la vida de la familia humana.
Esta jornada se celebra en un momento particularmente difícil para la situación alimentaria mundial, en el que la disponibilidad de alimentos parece insuficiente en relación con el consumo y las condiciones climáticas contribuyen a poner en peligro la supervivencia de millones de hombres, de mujeres y niños, obligados a abandonar su tierra para buscar algo con que alimentarse. Estas circunstancias exigen que, junto a la FAO, todos puedan responder en términos de solidaridad, con acciones libres de condicionamientos y poniéndose realmente al servicio del bien común.
En junio pasado, la Conferencia de alto nivel brindó la oportunidad a la FAO para recordar a la comunidad internacional sus responsabilidades directas ante la inseguridad alimentaria, en momentos en los que las ayudas básicas a las situaciones de urgencia corren el riesgo de ser limitadas. En el mensaje que había dirigido a los participantes, había indicado entonces la necesidad de adoptar "medidas valientes que no capitulen ante el hambre y la malnutrición, como si se tratara simplemente de fenómenos endémicos sin solución" (Carta del Papa a la cumbre de la FAO sobre seguridad alimentaria mundial, 2 de junio de 2008).
El primer compromiso es el de eliminar las razones que impiden un respeto auténtico de la dignidad de la persona. Los medios y los recursos de los que dispone el mundo pueden procurar una alimentación suficiente para satisfacer las necesidades crecientes de todos. Lo demuestran los primeros resultados de los esfuerzos aplicados para aumentar los niveles globales de producción ante la carestía registrada por las cosechas. Entonces, ¿por qué no es posible evitar que tantas personas sufran de hambre hasta las consecuencias más extremas?
Los motivos de esta situación, en la que con frecuencia conviven abundancia y penuria, son numerosos. Podemos citar la carrera al consumismo, que no se detiene a pesar de una menor disponibilidad de alimentos y que impone reducciones forzadas a la capacidad alimentaria de las regiones más pobres del planeta; o la falta de voluntad para concluir negociaciones y para frenar los egoísmos de Estados y de grupos de países o para acabar con esa "especulación desenfrenada" que afecta a los mecanismos de los precios y el consumo. La ausencia de una administración correcta de recursos alimentarios causada por la corrupción en la vida pública o las inversiones crecientes en armas y tecnologías militares sofisticadas en detrimento de las necesidades primarias de personas desempeñan también un gran papel.
Estos motivos, sumamente diferentes entre sí, tienen su origen en un falso sentido de valores sobre los que deberían basarse las relaciones internacionales, y en particular, en esa actitud difundida en la cultura contemporánea que sólo privilegia la carrera a los bienes materiales, olvidando la verdadera naturaleza de la persona humana y sus aspiraciones más profundas. El resultado es, por desgracia, la incapacidad de muchos para asumirse las necesidades de los pobres y para comprenderlas, negando así su dignidad inalienable.
Una campaña eficaz contra el hambre exige, por tanto, mucho más que un simple estudio científico para afrontar los cambios climáticos o para destinar en primer lugar la producción agrícola a la alimentación. Es necesario, ante todo, redescubrir el sentido de la persona humana, en su dimensión individual y comunitaria, a partir del fundamento de la vida familiar, fuente de amor y afecto, de la que procede el sentido de solidaridad y la voluntad de compartir. Este planteamiento responde a la necesidad de construir relaciones entre los pueblos basadas en una disponibilidad auténtica y constante para hacer que cada país sea capaz de satisfacer las necesidades de las personas, pero también de transmitir la idea de relaciones basadas en el intercambio de conocimientos recíprocos, de valores, de asistencia rápida y de respeto.
Se trata de un compromiso por la promoción de una justicia social efectiva en las relaciones entre los pueblos, que exige de cada uno ser consciente de que los bienes de la Creación están destinados a todos y de que en la comunidad mundial la vida económica debería orientarse a compartir estos bienes, a su uso duradero y a la justa repartición de los beneficios que se derivan.
En el contexto cambiante de las relaciones internacionales, en el que parecen acrecentarse las incertidumbres y aparecen nuevos desafíos, la experiencia que hasta ahora ha hecho la FAO --junto a la de otras instituciones que trabajan en la lucha contra el hambre-- puede desempeñar un papel fundamental para promover una nueva manera de comprender la cooperación internacional. Una condición esencial para aumentar los niveles de producción, para garantizar la identidad de las comunidades indígenas, así como para la paz y la seguridad en el mundo consiste en garantizar el acceso a la tierra, favoreciendo de este modo a los trabajadores agrícolas y promoviendo sus derechos.
En todos estos esfuerzos, la Iglesia católica está junto a vosotros, como lo testimonia la atención con la que la Santa Sede sigue la actividad de la FAO desde 1948, apoyando constantemente vuestros esfuerzos para que pueda continuar el compromiso a favor de la causa del hombre. Esto significa, en concreto, la apertura a la vida, el respeto del orden de la Creación y la adhesión a los principios éticos que constituyen desde siempre la base de la convivencia social.
Con estos deseos, invoco la bendición del Altísimo sobre usted, señor director general, así como sobre los representantes de las naciones para que podáis trabajar con generosidad y sentido de justicia por los más necesitados.
Vaticano, 13 de octubre de 2008
BENEDICTUS PP. XVI
[Traducción del original francés realizada por Jesús Colina
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]