CIUDAD DEL VATICANO, viernes 17 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- La mediación que promovió Juan Pablo II hace treinta años en plena crisis entre Argentina y Chile constituye todavía hoy un ejemplo para las naciones, reconoce Benedicto XVI.
Así lo expresa en un mensaje leído por el nuncio apostólico, el arzobispo Adriano Bernardini, a los participantes de las jornadas sobre los frutos de la paz de aquella intervención del Papa Karol Wojtyla, organizadas por la Universidad Católica Argentina (UCA).
Se conoce como Conflicto del Beagle al desacuerdo sobre la soberanía de las islas ubicadas al sur del Canal Beagle y sus espacios marítimos adyacentes, protagonizado por la República Argentina y la República de Chile.
El conflicto pudo acabar en guerra si no hubiera sido por la intervención de Juan Pablo II, quien asistido por el cardenal Antonio Samoré, como responsable de sus buenos oficios, medió para lograr un acuerdo entre los dos países sudamericanos.
«A treinta años de aquellos hechos, la mediación del Beagle sigue siendo un ejemplo que se puede poner para llamar la atención de la comunidad internacional, que demuestra, junto a la paciencia y a la responsabilidad de las partes implicadas, cómo en todas las controversias el diálogo no perjudica los derechos, sino que amplía el campo de las posibilidades razonables para resolver las divergencias», dice la misiva.
El Papa consideró necesario «seguir recurriendo a la diplomacia y a sus métodos de negociación, para garantizar la paz, la seguridad y el bienestar», y teniendo presente las lecciones de la historia, antigua y reciente, llamó a las nuevas generaciones «a mirar el futuro con ojos de esperanza y a comprometerse en la realización de la civilización del amor, de la cual Juan Pablo II fue profeta, aunque no siempre fuera escuchado».
Tras desear que la iniciativa académica de la UCA «contribuya a reforzar los vínculos de paz y amistad entre los pueblos hermanos de la región», el Santo Padre invocó sobre todos los participantes «abundantes gracias divinas» e impartió la bendición apostólica a «las queridas poblaciones argentina y chilena, como signo de su paterna solicitud».
Benedicto XVI sostiene que las celebraciones programadas «quieren recordar la mediación pontificia que contribuyó a resolver una controversia, que corría el riesgo de convertirse en un conflicto, y reflexionar sobre los frutos de paz que de ella han derivado hasta nuestros días», e insistió en que «el recuerdo de los acontecimientos de hace treinta años está indisolublemente unido a la amada figura del Papa Juan Pablo II y a la destacada obra de su Delegado especial, el Cardenal Antonio Samoré, ambos muy comprometidos en la búsqueda de la paz y de la concordia entre los pueblos argentino y chileno, unidos desde siglos por sólidos vínculos de fe y solidaridad».
«Es obligado mencionar también al cardenal Agostino Casaroli», entonces secretario de Estado, «y a sus colaboradores que, tras la muerte del llorado cardenal Samoré, finalizaron los trabajos de mediación, hasta conseguir la firma de un Tratado de Paz y Amistad, que tuvo lugar en el Vaticano el 29 de noviembre de 1984».
«Fue un ejemplo admirable de construcción de la paz a través de la vía maestra y siempre actual del diálogo, que tiene como finalidad no la supremacía de la fuerza y del interés, sino la afirmación de una justicia ecuánime y solidaria, fundamento seguro y estable de la convivencia entre los pueblos», subrayó.
Según informa la agencia católica argentina AICA, a lo largo de la jornada, académicos y diplomáticos destacaron la figura del cardenal Samoré, sobre todo el actual Nuncio Apostólico en Gran Bretaña, arzobispo Faustino Sainz Muñoz, quien integró aquel recordado equipo de mediación.
Al acto asistieron, además del nuncio apostólico; el secretario de Culto, embajador Guillermo Oliveri; el designado embajador argentino ante la Santa Sede, Juan Pablo Cafiero; el ex embajador en esa sede, Vicente Espeche Gil; el ex canciller Adalberto Rodríguez Giavarini.
El rector de la UCA, monseñor Alfredo Zecca, consideró que «debemos celebrar la paz, ‘la gran causa de la paz’ como repetía siempre el Papa. Aunque para muchos hoy resulte una posibilidad impensable, en diciembre de 1978 la Argentina y Chile se preparaban para batirse en una guerra cuyas consecuencias hubieran sido terribles para el presente y el futuro de ambos pueblos».
«La paz constituye uno de los fines principales de la existencia temporal y sobrenatural de la Iglesia Católica. La paz no puede surgir de la guerra porque ella no es sólo ausencia de conflicto sino voluntad consciente y efectiva de buscar el bien de todos los pueblos. Precisamente, la enseñanza que nos deja la intervención de Su Santidad en aquellas horas aciagas es que la paz es producto del diálogo y la negociación. La paz auténtica requiere de la mutua comprensión a fin de que las aspiraciones de las partes se vean reflejadas con justicia. Porque la paz, en efecto, debe ser también obra de la justicia», concluyó.