Intervenciones escritas presentadas al Sínodo

CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 18 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- Publicamos las intervenciones escritas de padres sinodales que no han podido ser leídas ante la congregación general del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra.

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 – Revmo. P. Adolfo NICOLÁS, S.I., Prepósito General de la Compañia de Jesús (ESPAÑA)
– S. Em. R. Card. Varkey VITHAYATHIL, C.SS.R., Arzobispo Mayor de Ernakulam-Angamaly de los Siro-Malabareses, Presidente del Sínodo de la Iglesia Siro-Malabaresa (INDIA)
– S. Em. R. Card. Leonardo SANDRI, Prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales (CIUDAD DEL VATICANO)

– Revmo. P. Adolfo NICOLÁS, S.I., Prepósito General de la Compañia de Jesús (ESPAÑA)

En estos días de Sínodo hemos escuchado hablar de muchos de los aspectos que hacen de las Sagradas Escrituras un don de Dios tan precioso.
Continuamos a escuchar que , sin embargo, habrá otros siempre nuevos y sin respuesta. Las preguntas que con mayor frecuencia nos llegan son de carácter pastoral. El Pueblo de Dios sigue interrogando acerca de la cuestión pastoral: cómo podemos leer las Escrituras de modo que produzcan en nosotros, en nuestros corazones, en nuestras familias y en nuestras comunidades todos los efectos positivos que la Tradición cristiana ha proclamado en el curso de los siglos?
Permítanme hacer referencia solamente a uno de los aspectos concretos del más amplio ámbito pastoral de la cuestión. Este aspecto es el llamado poder «medicinal» o » transformante» de la Palabra de Dios. Estoy convencido de que la Palabra de Dios puede reivindicar una gran función «terapéutica» en la vida de la comunidad cristiana.
Cada vez que entramos en el mundo de la Biblia, estamos expuestos a un mundo nuevo: el mundo de Dios, la acción de Dios, la enseñanza de Dios a su pueblo. El encuentro, si es real, puede conmocionar, sorprender, iluminar, dar seguridad o consolar. Puede también no ser comprendido o perderse.
Todas las condiciones del encuentro pues son importantes. Los pastores y los ministros de la Palabra deben llegar a ser una ayuda útil para lograr encuentros positivos y fecundos. Es preciso que sepamos dónde se encuentran las personas verdaderamente (diagnosis); necesitamos la capacidad de presentar la Palabra (enseñanza, oración, catequesis bíblica); se espera de nosotros que seamos una buena compañía en el estudio profundo (contemplación); y somos ordenados o llamados a una buena dirección cristiana (servicio de caridad para la comunidad y la vida cristiana).
Todo esto significa que los pastores y los ministros de la Palabra necesitan una formación para una buena diagnosis, una sabia aplicación de los modos de lectura, una oración e interiorización más profundas de la Palabra de Dios y para un acompañamiento significativo que ayude al fiel a discernir la acción del Espíritu Santo en y a través de la lectura de la Biblia.
Como es una tarea delicada que requiere un profundo sentido espiritual, una adecuada formación y discernimiento al confiar la tarea, parece ser indispensable que esta formación sea incluida en la preparación al ministerio pastoral y en los programas de formación permanentes para todos los sacerdotes. Además todas las parroquias y/o diócesis deberían tener acceso a centros o a personas capacitadas que puedan ofrecer este servicio a individuos o comunidades y que puedan formar catequistas y otros ministros laicos para este importante servicio.

[00297-04.02] [IS002] [Texto original: inglés]

– S. Em. R. Card. Varkey VITHAYATHIL, C.SS.R., Arzobispo Mayor de Ernakulam-Angamaly de los Siro-Malabareses, Presidente del Sínodo de la Iglesia Siro-Malabaresa (INDIA)

Come afirma el Documento de trabajo en el nº 43, «el anuncio del Evangelio es, sin lugar a dudas, la razón de ser de la Iglesia y de su misión». Esto no vale sólo para la Iglesia universal, sino también para las Iglesias particulares. Cada Iglesia particular, o las llamadas sui iuris, existe para proclamar el Evangelio, mediante su único y rico patrimonio de liturgia, teología, espiritualidad y disciplina. Además, la evangelización y el cuidado pastoral son dos dimensiones integrales de una única misión: predicar el Evangelio al mundo entero. Sin cuidado pastoral, los evangelizados no pueden convertirse en una comunidad de fieles y no pueden ser alimentados por la fe mediante el ministerio de la Palabra y los Sacramentos.
A pesar del derecho de toda Iglesia particular de predicar el Evangelio en cualquier parte del mundo bajo la guía del romano Pontífice (OE 3; CD 25), y aunque el Concilio Vaticano II y los dos Códigos de Derecho Canónico (CIC 383 §2 e CCEO 148 e 193) reconozcan el derecho de todos los fieles de las Iglesias orientales a recibir los cuidados pastorales de sus propios obispos y sacerdotes, a cuarenta y tres años de la conclusión del Concilio Vaticano II, todavía no se han confiado nuevos territorios de misión en India, África, etcetera a la Iglesia Siro-Malabar, ni tampoco se le da la libertad de ejercer su derecho a ofrecer cuidados pastorales mediante sus obispos y sacerdotes a los centenares de miles de emigrantes en India, en los países del Golfo, en Europa y en otros lugares.
Considero que se trata de una grave injusticia. Al mismo tiempo, sabemos que la Palabra de Dios es una Palabra de justicia, como dice el Documento de trabajo en varios puntos. Como nos enseña el Santo Padre Benedicto XVI en su Carta Encíclica Spe salvi, «el mensaje cristiano no era sólo ‘informativo’, sino ‘performativo'» (nº 2). Esto significa que no basta con proclamar la Palabra de Dios en su autenticidad, sino que las personas tienen que vivirla. La Iglesia no tiene sólo que predicar la Palabra de justicia a los fieles, sino que éstos deberían ser ayudados pastoralmente a vivirla. Con mayor razón, esto vale cuando se trata de practicar la justicia en el seno de la Iglesia. Se perturba la paz cuando no se hace justicia, porque la paz es fruto de la justicia. La justicia edificará a su vez la comunión. En el caso de la Iglesia Siro-Malabar, esta justicia le ha sido negada durante siglos. Ha llegado el momento de que el Sínodo reflexione sobre esta situación injusta en el seno de la Iglesia y proponga soluciones duraderas.

[00296-04.03] [IS080] [Texto original: inglés]

– S. Em. R. Card. Leonardo SANDRI, Prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales (CIUDAD DEL VATICANO)

1. Doy gracias al Señor y a la Iglesia porque gracias al impulso del Concilio Ecuménico Vaticano II, la Palabra de Dios vuelve con fuerza. Se trata de una renovación bíblica que se ha dado en continuidad con la Tradición vivificante de la Iglesia. Esta renovación sigue en marcha, y puede recibir estímulos eficaces de este Sínodo. Doy gracias al Santo Padre por esta convocación, que nos compromete en un discipulado colegial respecto de la Divina Palabra. Al hacernos oyentes y discípulos de Cristo, que habla en la Iglesia (ipse loquitur dum sacrae Scripturae in Ecclesia leguntur… SC 7), ofrecemos el ejemplo más alto de nuestro ser «pastores cristianos»; la Palabra de Dios es la puerta evangélica por la cual se entra en el redil. El que no entra por esa puerta es ladrón, no pastor (cfr. Jn 10,2).
Del mismo modo, decimos gracias a Dios y a la Iglesia por la Dei Verbum, pues reconocemos su profundidad y actualidad. En el Documento de trabajo encontramos indicaciones preciosas. No obstante, sería deseable que en el Documento final hubiese un hilo conductor en torno al cual se organizara fácilmente su contenido.
2. En la adhesión a la Palabra, hay que alentar el constante compromiso personal y comunitario en favor de toda iniciativa bíblica en ámbito académico, como en la educación católica ordinaria, y haciendo de la pastoral cotidiana un acto de obediencia a la Palabra. La Palabra de Dios nos conducirá siempre al Sacramento, especialmente a la Santa Eucaristía, de la que deriva la comunión eclesial. En la perspectiva de una obediencia cotidiana, querría poner en evidencia la importancia de la profundización y la asimilación personal de la Palabra de Dios después de la proclamación litúrgica.
3. Es preciso reafirmar la prioridad de la formación bíblica de todas las categorías del
pueblo de Dios. El principal criterio para abordar las ciencias bíblicas, sin embargo, debe ser que no vacíen, con su criticismo a veces exagerado, el sentido de un encuentro existencial con Cristo. Para ello, es indispensable el celo de los pastores, especialmente en la homilía, y, para no apagar la carga profética de la Palabra de Dios, hay que insistir a fin de que no se transforme nunca en motivo de argumentaciones secularizadas, ni tampoco personales, sino que sea el momento más alto de obediencia a la Palabra precisamente para los predicadores de la Palabra. La formación en los seminarios y la actualización ordinaria del clero, y la nuestra, de los obispos, tienen que seguir siendo una prioridad e ir acompañadas por la espiritualidad bíblica «orante», cada día más decisiva para nuestra búsqueda y encuentro de Cristo y, en Él, de los hermanos que tenemos que conducir junto a nosotros cotidianamente a la obediencia de la fe.
4. La mirada orante nos ayudará a encontrar el justo equilibrio en la consideración de la elección del Israel antiguo y nuevo, y del misterio de la llamada de todas las gentes. De este modo, la Palabra de Dios se convierte en camino ecuménico e inter-religioso; camino para un diálogo cultural con cuantos no se reconocen en ninguna religión.
Vía maestra para afrontar los graves y urgentes desafíos de nuestro tiempo, al servicio del hombre y su dignidad, de la libertad y de la paz. Es capaz, también hoy, de extraer del caos del pensamiento post-moderno, con sus fuertes presiones relativistas y nihilistas, la tierra buena de una humanidad que, gracias a la mentalidad de Cristo tomada de las Escrituras, ama, espera y trabaja por un futuro de solidaridad. Ante el empuje de las sectas, aparentemente irrefrenable en todos los continentes, y en gran medida activas en Europa y en toda América, la Palabra de Dios detendrá la ola de confusión y ofrecerá mejores perspectivas.
5. Las Iglesias Orientales fueron capaces de evangelizar culturas tan distantes de la mentalidad de Cristo y generar admirables tradiciones litúrgicas, teológicas y espirituales, vividas por discípulos fieles hasta el martirio. Rindo homenaje a quienes permanecen fieles a la Palabra de Cristo, sobre todo en Oriente, en las más profundas adversidades del presente y, sin duda, invito a los Padres Sinodales a rezar como hermanos y como pastores por el hoy y por el futuro del Oriente cristiano. Gracias.[00298-04.03] [IS004] [Texto original: italiano]

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ZENIT Staff

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