Gran Bretaña: “Bárbara indiferencia” ante los derechos de los no nacidos

Denuncia del cardenal O’Brien en el 60º aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos

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GLASGOW, lunes 27 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- Ante el 60° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el próximo 10 de diciembre, el cardenal Keith Patrick O’Brien ha denunciado la «indiferencia bárbara» hacia los derechos de los niños no nacidos.

Interviniendo el pasado sábado en la Conferencia Anual de la Society for the Protection of Unborn Children (SPUC) en Glasgow (Escocia), el purpurado afirmó que, a pesar de que al final de la Segunda Guerra Mundial se estableció a nivel mundial un marco de derechos humanos, «la dura realidad es que las nobles palabras de estas declaraciones han venido acompañadas de una indiferencia bárbara hacia los derechos de los concebidos».

El sistema de los derechos humanos, observó, «ha fracasado miserablemente sobre todo a la hora de defender el más básico de estos derechos, el derecho a la vida».

«Fuerzas oscuras han distorsionado las leyes y las conciencias de nuestra nación, y nuestra situación es ahora peor que nunca», lamentó, recordando que según datos difundidos por los medios en Escocia se realizan 38 abortos cada día. El año pasado hubo 13.703, contra los 13.163 de los doce meses precedentes.

A propósito de esto, recordó la cuestión de la Human Fertilisation and Embryology Bill (cfr. ZENIT, 17 de enero de 2008), votada el 22 de octubre pasado, y definida por el purpurado como «un monstruoso ataque a los derechos humanos, a la dignidad y a la vida humana».

«No podemos basarnos en la ley para salvarnos de nuestros problemas», confesó el cardenal O’Brien. «El hecho de que nuestra sociedad se haya precipitado a una cultura de la muerte deriva de haber relegado cada vez más a Dios a los márgenes de nuestra vida y de la conciencia colectiva de nuestras naciones».

Si los ordenamientos aprobados por los parlamentarios se pueden criticar y deplorar, constata, «debemos reconocer también que quienes han sido elegidos por nosotros, en nuestro nombre, en su mayor parte reflejan la sociedad de la que proceden: apoyan el aborto porque la sociedad lo apoya, apoyan la experimentación con embriones porque la sociedad la apoya, y apoyan los tests genéticos y la potencial eliminación de los concebidos porque la sociedad lo hace».

«¡Nuestra lucha, nuestra batalla -la vuestra- debería referirse no sólo a los elegidos, sino también al electorado!», exclamó. «Las leyes buenas derivan de las buenas sociedades».

Por este motivo, exhortó a una verdadera y propia «conversión de la sociedad», admitiendo que no es posible «inculcar los valores morales a través de la legislación. Sólo inculcando, implantando un sentido de lo que es justo y lo que es equivocado en todos aquellos que nos encontramos, con la esperanza de que hagan lo mismo».

Apelando a «todas las personas de buena voluntad», el cardenal exhortó a «considerar cada vez más el papel de la conciencia y su vínculo intrínseco con la verdad».

La Iglesia, ha subrayado, «es una indicación para la conciencia, y no solo para quienes se adhieren a la fe católica, sino para todos los pueblos».

«A través de nuestras elaboradas estructuras políticas y legales y nuestras nobles declaraciones, hemos creído que podríamos construir una sociedad sin Dios», admitió, revelando que «este proyecto ha fracasado».

«Animo a todos mis parroquianos y a cada uno de vosotros a que examinéis vuestra conciencia e intentéis reconstruir nuestra cultura y despertar la conciencia de todos».

Benedicto XVI, recordó, «ha escrito mucho sobre la importancia de la conciencia, sobre la necesidad de sostenerla con las enseñanzas de la Iglesia, pero también sobre la necesidad de reflexionar sobre ella».

«Debemos promover una vez más la necesidad del recogimiento, de la meditación y de la oración íntima. Esto representará la fuente de fuerza para cada individuo, y juntos podremos transformar nuestra cultura».

«Después de 60 años, os exhorto a trabajar para establecer la lucha contra el aborto como verdadera cuestión de derechos humanos -concluyó dirigiéndose a los miembros del SPUC-. Prometo trabajar con vosotros con este fin de cualquier forma posible. Junto con la ayuda de Dios, creo que es una batalla que podemos vencer».

Por Roberta Sciamplicotti, traducción de Inma Álvarez

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ZENIT Staff

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