CIUDAD DEL VATICANO, lunes 27 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación las palabras que pronunció el pasado sábado por Benedicto XVI al término de la comida, en el atrio del Aula Pablo VI, en el Vaticano, con los participantes en el Sínodo de los Obispos.
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Queridos hermanos en el Episcopado y en el sacerdocio, queridos hermanos y hermanas:
El Sínodo está a punto de terminar, pero el camino juntos bajo la guía de la Palabra de Dios continua. En este sentido, seguimos estando siempre en «sínodo», en camino común hacia el Señor bajo la guía de la Palabra de Dios.
El Instrumentum laboris hablaba de la polifonía de las Sagradas Escrituras. Y me parece que podemos decir que ahora, en las contribuciones de este Sínodo, hemos escuchado también una bella polifonía de la fe, una sinfonía de la fe, con tantas contribuciones, también de parte de los delegados fraternos. Así hemos sentido realmente la belleza y la riqueza de la Palabra de Dios.
Ha sido también una escuela de la escucha. Nos hemos escuchado unos a otros. Ha sido una escucha recíproca. Y, precisamente escuchándonos unos a otros, hemos aprendido mejor a escuchar la Palabra de Dios. Hemos tenido experiencia de cómo es verdad la palabra de san Gregorio Magno: la Escritura crece con quien la lee. Sólo a la luz de las distintas realidades de nuestra vida, sólo confrontándonos con la realidad de cada día, se descubren las potencialidades, las riquezas escondidas de la Palabra de Dios. Vemos que en la confrontación con la realidad se abre de modo nuevo también el sentido de la Palabra que nos ha sido dada en las Sagradas Escrituras.
Así nos hemos enriquecido verdaderamente. Hemos visto que ninguna meditación, ninguna reflexión científica, puede por sí misma sacar de esta Palabra de Dios todos los tesoros, todas las potencialidades que se descubren solo en la historia de cada vida.
No sé si el Sínodo ha sido más interesante o edificante. En cualquier caso, ha sido conmovedor. Nos hemos enriquecido en esta escucha recíproca. Al escuchar al otro, escuchamos mejor al mismo Señor. Y en este diálogo de la escucha aprendemos la realidad más profunda, la obediencia a la Palabra de de Dios, la conformación de nuestro pensamiento y de nuestra voluntad al pensamiento y a la voluntad de Dios. Una obediencia que no es un ataque a la libertad, sino que desarrolla todas las posibilidades de nuestra libertad.
He llegado ya al momento de agradecer a todos aquellos que han trabajado para el Sínodo. No podría ahora nombrar a todos los que han trabajado, porque ciertamente olvidaría a muchos. Pero agradezco a todos el gran trabajo que han hecho: los presidentes delegados, el relator con su secretario adjunto, todos los relatores, los colaboradores, los técnicos, los expertos, los auditores y auditoras, de los que hemos aprendido cosas conmovedoras. Un agradecimiento cordial a todos. Estoy un poco inquieto, porque me parece que hemos violado el derecho humano de algunos al descanso nocturno y también al descanso del domingo, porque son realmente derechos fundamentales. Debemos reflexionar sobre cómo mejorar en los próximos Sínodos esta situación. Quisiera decir gracias ahora también a la empresa que nos ha preparado esta maravillosa comida y a todos los que nos la han servido. Gracias por este don.
Ahora debemos empezar a elaborar el documento postsinodal, con la ayuda de todos estos textos. Será también esta una escuela de la escucha. En este sentido permanecemos juntos, escuchamos todas las voces de los demás. Y vemos que sólo si el otro me lee la Escritura, yo puedo entrar en la riqueza de la Escritura. Tenemos siempre necesidad de este diálogo, de escuchar la Escritura leída por otro desde su perspectiva, desde su visión, para aprender juntos la riqueza de este don.
A todos auguro ahora un buen viaje, y gracias por todo vuestro trabajo.
[Texto extraído de L’Osservatore Romano, traducción de Inma Álvarez]