Los migrantes “no son sólo un problema, sino también un don”, advierte el Vaticano

El arzobispo Marchetto en el Foro Mundial sobre Migraciones y Desarrollo en Filipinas

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MANILA, miércoles 29 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- «Los migrantes no representan sólo un problema, sino también un don para nuestras sociedades», ha afirmado este miércoles el arzobispo Agostino Marchetto, jefe de la Delegación de la Santa Sede en el II Foro Mundial sobre Migraciones y Desarrollo, que se celebra en Manila hasta el jueves.

El prelado, secretario del Consejo Pontificio para la Pastoral de Migrantes e Itinerantes, ha intervenido subrayando que haber incluido en el orden del día un debate entre migración internacional, desarrollo y derechos humanos «supone un claro reconocimiento del hecho que el respeto a los derechos humanos de los migrantes es condición esencial si la humanidad quiere beneficiarse plenamente de la migración internacional.

Esto, añadió, es verdad «no sólo para quienes emigran, sino también para los países de partida y de acogida», y significa también «que todos los migrantes, prescindiendo de su estatus, tienen derecho a gozar de los derechos humanos y que a ellos se debe dirigir una atención particular para evitar la discriminación y proteger a quienes son más vulnerables, como las mujeres, los menores no acompañados, los ancianos y los discapacitados».

«Los migrantes no representan sólo un problema, sino también un don para nuestras sociedades – ha observado -. Nos ayudan en nuestro trabajo, nos obligan a abrir nuestra mente, nuestras economías y nuestras políticas, y nos estimulan a buscar nuevos modelos. Solamente juntos podemos afrontar este desafío y abrir nuestro mundo al futuro que todos queremos disfrutar».

El prelado ha recordado que ya existen tratados que contienen «un fuerte compromiso» para proteger a los refugiados, los apátridas, los trabajadores migrantes y los miembros de sus familias, y a las víctimas de la inmigración clandestina y del tráfico de seres humanos».

Estas regulaciones, ha constatado, se configuran como «medidas claves multilaterales» para asegurar el respeto de los derechos y de las libertades fundamentales de los migrantes, «todos factores ligados al desarrollo».

Si, de hecho, la suya «no es una situación humana», los migrantes difícilmente podrán «contribuir mejor al verdadero desarrollo».

Por este motivo, es necesario defender el «núcleo fundamental de valores, y por tanto de derechos, pero también de deberes y responsabilidades, incluyendo la necesidad de promover la dignidad humana y la justicia, sin imponer ni el relativismo ni los imperialismos culturales, y con la aceptación plena de los principios de subsidiariedad y solidaridad».

La aplicación concreta de estos valores, revela monseñor Marchetto, «es un factor clave para el éxito de las políticas gubernamentales en este ámbito».

El prelado ha insistido en que «toda forma de migración temporal y circular» no debe ser nunca tomada como pretexto para evitar el pleno respeto de los derechos de los migrantes, especialmente en el caso «de su derecho a la reunificación familiar, al reconocimiento de su contribución al desarrollo, tanto a través del trabajo como de las remesas de dinero enviadas a sus casas».

El elemento económico, ha comentado, es particularmente relevante, porque detrás del desarrollo se esconde a menudo la pobreza.

Discriminación, violencia, restricciones a las libertades personales y colectivas son realidades que pertenecen a ambos fenómenos, unidos, entre otras cosas, «por la formación de grupos cerrados, que impide el encuentro y el diálogo y que privan a las personas del enriquecimiento y del intercambio mutuo, de la integración y de la reciprocidad, de la comprensión y del beneficio común».

Para reducir la incidencia de la pobreza, el prelado propone que los Gobiernos creen condiciones de forma que la migración no sea nunca «la única opción que les queda a las personas que quieren encontrar un trabajo y llevar una vida segura y digna».

«Se deberían crear mayores ocasiones de trabajo en los países de origen y debería evitarse toda política migratoria que mine los fundamentos de la sociedad, especialmente la familia, que es la célula básica», porque «las ventajas potenciales de la emigración son superadas por los problemas que aparecen particularmente en las familias expuestas al riesgo de la desintegración».

De la misma forma, ha concluido, en los países de acogida la reunificación familiar es la mejor forma de promover la integración de los inmigrantes y de eliminar muchos problemas, especialmente «los relacionados son la seguridad y el orden público».

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ZENIT Staff

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