TOLEDO, domingo, 16 noviembre 2008 (ZENIT.org).- Hasta Latinoamérica trasciende la relevancia del crucial Tercer Concilio de Toledo, en la explicación del cardenal Antonio Cañizares. Su discurso de incorporación a la Real Academia de la Historia, ha sido reproducido en las páginas de la reciente edición de Revista HUMANITAS (www.humanitas.cl) de la Pontificia Universidad Católica de Chile (N°52, octubre-diciembre 2008).
El arzobispo de Toledo y primado de España proclamó en la ocasión la necesidad de reasumir las raíces cristianas que han formado a Europa desde los Concilios visigóticos como acontecimientos fundadores de la unidad española: «Recuperar esta memoria, ligada a Toledo, resulta indispensable para mirar y dirigir nuestros pasos al futuro, valientemente, sin complejos y con toda decisión. Nuestra historia es ‘nuestra’ historia, y nuestras raíces somos nosotros; olvidar esta historia o desfigurarla, erradicar o dejar morir nuestras raíces, sería dejar de ser lo que somos, sería desaparecer, y carecer, por tanto, de futuro».
En su discurso, el cardenal afirmó que España nació como tal a partir del cristianismo, y durante casi milenio y medio ha subsistido en aquella unidad y proyecto común cimentado en el Tercer Concilio de Toledo, cuyo legado resistió aún frente al embates de la invasión islámica.
Relacionando este legado con la reconquista consolidada en 1492, adujo que, «precisamente a partir de un pequeño reducto, se va recuperando en un esfuerzo, único en la historia de los pueblos, y logrando vida, unidad, proyección de futuro, consolidación precisamente en el intento de mantenerse en la fidelidad a lo que fue, aportó y significó aquel acontecimiento espiritual de trascendencia histórica del Tercer Concilio Toledano».
Recordando la importancia del mensaje transmitido por Benedicto XVI durante su lección magisterial en la Universidad de Ratisbona, el arzobispo de Toledo puntualizó: «nuestro futuro, como el de Europa, como el de los hombres está en la riqueza legada, Jesucristo, Verbo de Dios encarnado; no puede estarlo en una ‘cultura de la nada’, del vacío, de la libertad sin límites y sin contenido, de la irracionalidad, de la negación de la razón o de su reducción a límites que la incapacitan para la verdad, del relativismo o del escepticismo vendidos como conquista intelectual».
«Como Europa, también España, comienza a nacer, en el fondo con «el encuentro de fe y razón, entre auténtica ilustración y religión» que entraña el cristianismo», agregó.
Asimismo se refirió a la valoración hecha por el cardenal Ratzinger en 1989, cuando se celebraron los 1.400 años del III Concilio de Toledo, citando expresamente sus palabras pronunciadas en la oportunidad en esta milenaria ciudad: «El Tercer Concilio de Toledo, del año 589 es un acontecimiento histórico, eclesiástico y europeo de primer orden. La España de aquel tiempo estaba dividida internamente en un doble sentido. Al enfrentamiento étnico entre la población románica y la germánica, se sumaba la correspondiente oposición religiosa entre las versiones católica y arriana del cristianismo. Las contraposiciones de la sangre sólo podían ser salvadas por la unidad del espíritu; ambos pueblos podían crecer y, por la senda de la unidad en la fe, caminar juntos… El Concilio de Toledo vino a sellar solemnemente el paso del pueblo visigodo a la religión católica… El Concilio de Toledo ha creado futuro; ha construido Europa, produciendo unidad a partir de la fuerza del espíritu. En el concilio de Toledo buscamos ‘y encontramos’ modelos de unidad, algo que pueda reunir a unos y otros y abrir caminos por donde avanzar».
Según explica el cardenal Cañizares, el arrianismo era el gran problema que obstaculizaba la consecución de la unidad cristiana en Occidente y el impulso para la conversión de los germanos. Era el caso particular de los visigodos, que lo habían introducido en la península Ibérica, constituyéndolo como signo de identidad. Pero, como ya en ese tiempo lo mostró el gran arzobispo de Sevilla que fue san Leandro, la profesión de la herejía arriana encerraba dos grandes peligros para el futuro desarrollo de la humanidad: negaba la comunicación entre ésta y la Trascendencia y destruía la doctrina de Éfeso acerca de la maternidad divina de María, lo que ponía en juego la excelsitud de la femineidad.
Además, la profesión arriana de los visigodos se traducía políticamente, en la imposición de una separación entre la minoría militar dominante de los godos, y la mayoría sometida de los romanos, que seguía en comunión con el Papa. «Todo ello mermaba las posibilidades de que Hispania pudiere alzarse como el gran bastión de la latinidad en aquel Occidente que sobrevivía al Imperio».
Fue el hijo y sucesor del rey Leovigildo, Recaredo, quien a partir de su conversión al catolicismo abrió el camino a la de todo su pueblo e hizo posible la unidad de la Hispania. El gran paso fue la convocatoria de todos los miembros del episcopado hispano-visigótico a una asamblea de manera que «todos los obispos del Reino se alegraran en el Señor por su conversión y la de la raza de los godos, y dieran gracias a la Bondad divina por un don especial». Los Obispos acudieron al Concilio sabiendo que se les llamaba para lograr la unión de visigodos e hispano-romanos, para profesar la fe católica compendiada en el Credo nicenoconstantinopolitano. El fin principal de dicha asamblea era la abjuración solemne del arrianismo por parte del Rey y de su pueblo, y dar gracias a Dios por ello.
Como resultado, se obtuvo la base firme en el catolicismo, para conseguir la consolidación espiritual y política tan buscada: «Antes del Concilio «eran dos pueblos de raza y religión diversas, dos pueblos que habitaban en la misma morada. Solamente en el Concilio III de Toledo, España adquiere plena conciencia de su unidad, de su soberanía e independencia. Desde entonces todos los hispanogodos quieren ser hermanos asociados en el mismo destino histórico». A partir de aquí podemos afirmar que empieza a existir la «España Visigoda», la Hispania Gotorum».
De esta manera «el III Concilio Toledano dará lugar a España misma y a la Europa, que Carlomagno y otros creadores alumbraron, de alguna manera». El Cardenal Cañizares señaló también que: «La España que ahí, y de ahí, nace, más allá de una geografía o espacio físico, es un acontecimiento del espíritu. En efecto, el Concilio III Toledano, que «vino a sellar solemnemente el paso del pueblo visigótico ‘arriano’ a religión católica», ha construido «España», forjando «unidad a partir de la fuerza del espíritu», entrañada en la profesión o identidad católica, con los rasgos que le definen».
A partir de Toledo que reunió a los diversos pueblos en la corriente vivificadora de la Iglesia, «se produjo un periodo de enorme esplendor, se originó una gran vitalidad de la Iglesia en España, que será base para momentos posteriores de la historia, hasta el presente». Por lo mismo el Primado de España recalcó: «Lo que somos como proyecto de vida en común, hace referencia a un origen, o mejor a una proveniencia, a una tradición viva que permanece, inseparable de lo que fue y significa aquel Concilio. En este sentido, el cristianismo, la fe católica -se profese o no por las personas, y se quiera o no- constituye «el alma» de España».
Finalmente exhortó a retransmitir la unidad espiritual detentada en Toledo hacia las generaciones futuras: «Pero esta herencia y esta memoria no pertenecen sólo al pasado; es y sigue siendo, puede y debe seguir siendo un proyecto para el futuro que se ha de transmitir y en el que hay que ilusionar a las nuevas generaciones, puesto que es el cuño de la vida de las personas, hombres y mujeres, y de las regiones o tierras que han forjado juntos la r
ealidad de España como acontecimiento del espíritu».
Por Bernardita M. Cubillos