NAGASAKI, martes, 25 noviembre 2008 (ZENIT.org).- Más de 30 mil personas participaron este lunes en Nagasaki en la beatificación de 188 mártires japoneses, en gran parte laicos, por odio a la fe entre los años 1603 y 1639.
Familias enteras fueron asesinadas por no renegar el nombre de Jesús. Mujeres quemadas vivas abrazadas a sus bebés, mientras sus familiares rezaban: «Jesús, acoge sus almas».
Algunos sufrieron torturas feroces: hombres, mujeres, jóvenes e incluso discapacitados, fueron crucificados y cortados en pedazos. El jesuita Pedro Kibe, torturado durante diez días consecutivos, alentaba a los catequistas martirizados junto a él (Cf. Zenit, 19 de noviembre de 2008).
La celebración fue presidida por el cardenal Seiichi Peter Shirayanagi, arzobispo emérito de Tokio, con la presencia del cardenal José Saraiva Martins, prefecto emérito de la Congregación para las Causas de los Santos y enviado del Papa para la ocasión.
En la homilía, el cardenal Martins subrayó cómo el martirio es «el ejercicio más pleno de la libertad humana y el acto supremo del amor».
Entre los concelebrantes, se encontraban el cardenal Ivan Dias, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, siete obispos de Corea, así como a obispos de Filipinas y Taiwán.
El cardenal Saraiva Martins subrayó, citando a san Agustín, que «no es la condena o la tormenta la que hace el mártir, sino la causa o el motivo, que es Cristo».
La «característica distintiva del martirio cristiano», añadió citando a Benedicto XVI, consiste en ser «exclusivamente un acto de amor hacia Dios y hacia los hombres, incluidos los que les persiguen».
En un mensaje, los obispos japoneses han subrayado que «estos 188 mártires no son militantes políticos, no lucharon contra un régimen que impedía la libertad religiosa: fueron hombres y mujeres de una fe profunda y auténtica, que indican el camino a quienes creen», ofreciéndonos «a todos nosotros una experiencia en la que reflexionar».