CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 26 de noviembre de 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI dedicó de nuevo la catequesis de este sobre san Pablo, durante la audiencia general celebrada, a profundizar, siguiendo el tema del pasado miércoles, en la cuestión de la justificación por la fe y las obras.
San Pablo, subraya el Papa, insistía en que el hombre «no es capaz de hacerse justo con sus propias acciones», sino «sólo porque Dios le confiere su justicia uniéndole a Cristo», a través de la fe.
Sin embargo, según dijo el pontífice a los miles de peregrinos congregados en el Aula Pablo VI, el punto es que esta fe «no es un pensamiento, una opinión o una idea» sino «comunión con Cristo», y por tanto «se convierte en vida, en conformidad con Él».
«O con otras palabras, la fe, si es verdadera, es real, se convierte en amor, en caridad, se expresa en la caridad. Una fe sin caridad, sin este fruto, no sería verdadera fe. Sería fe muerta», añadió.
La confusión entre ambos extremos, la justificación por la fe y la necesaria traducción en obras de caridad «ha causado, en el transcurso de los siglos, no pocos malentendidos en la cristiandad», explicó el Papa, a pesar de que el propio Pablo «ponga, por una parte, el acento, de forma radical, en la gratuidad de la justificación no por nuestras fuerzas, pero que, al mismo tiempo, subraye también la relación entre la fe y la caridad».
De hecho, recordó, se debe al Apóstol el himno más bello sobre la caridad, en la primera Carta a los Corintios.
«El amor cristiano es tan exigente porque surge del amor total de Cristo por nosotros: este amor que nos reclama, nos acoge, nos abraza, nos sostiene, hasta atormentarnos, porque nos obliga a no vivir más para nosotros mismos», aclaró.
Por ello, no hay contradicción entre las teologías de Pablo y Santiago, quien afirma que «la fe sin obras está muerta». «En realidad, mientras Pablo se preocupa ante todo en demostrar que la fe en Cristo es necesaria y suficiente, Santiago pone el acento en las relaciones de consecuencia entre la fe y las obras», explicó.
El obispo de Roma también advirtió contra la tentación, «en muchos cristianos de hoy», de pensar que «habiendo sido justificados gratuitamente en Cristo por la fe, todo les es lícito». «Las consecuencias de una fe que no se encarna en el amor son desastrosas, porque se recude al arbitrio y al subjetivismo más nocivo para nosotros y para los hermanos».
Al contrario, afirmó el sucesor de Pedro, «debemos tomar conciencia renovada del hecho que, precisamente porque hemos sido justificados en Cristo, no nos pertenecemos más a nosotros mismos, sino que nos hemos convertido en templo del Espíritu y somos llamados, por ello, a glorificar a Dios en nuestro cuerpo con toda nuestra existencia».
«¿A qué se reduciría una liturgia que se dirigiera solo al Señor y que no se convirtiera, al mismo tiempo, en servicio a los hermanos, una fe que no se expresara en la caridad?», se preguntó.
En resumen, concluyó, «la ética cristiana no nace de un sistema de mandamientos, sino que es consecuencia de nuestra amistad con Cristo. Esta amistad influencia a la vida: si es verdadera, se encarna y se realiza en el amor al prójimo».
Por Inma Álvarez