BURGOS, sábado, 28 noviembre 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha escrito monseñor monseñor Francisco Gil Hellín, arzobispo de Burgos, sobre la actual coyuntura y la contribución de la ética.
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Un obispo y un sacerdote tienen la misión de anunciar el Evangelio, no la de gestionar la economía y la política. Nosotros, además, carecemos de la competencia técnica necesaria para afrontar una materia tan compleja como la actual crisis económica y financiera. Pero esto no supone que debamos retirarnos a los cuarteles de invierno de nuestras sacristías y dejar que sean exclusivamente los «expertos» quienes digan la última y la penúltima palabra. La ética y la religión también tienen algo que decir.
Ante todo y sobre todo, porque la presente crisis es mucho más que un fenómeno económico o técnico. Para comprenderlo, basta advertir que la crisis económica está llevando a familias enteras a perder su piso, a quedarse sin empleo o con un sueldo que imposibilita hacer frente a la hipoteca; a que muchas personas pierdan su trabajo y a que otras muchas vean que se arruinan los ahorros y legítimas ganancias de toda su vida.
Por otra parte, a nadie se le oculta ya que en esta crisis han jugado un papel muy importante -a veces del todo determinante- la avaricia, la especulación, la explotación de los más débiles y unas prácticas fraudulentas que han llevado a ganancias desorbitadas y escandalosas de algunos dirigentes de empresa, así como a correr riesgos más allá de lo razonable.
Así mismo, ahora ya se ve que la mala conducta individual y sin control en la actividad del mercado afecta a la estabilidad de las empresas, de las naciones y de los hombres y mujeres de la sociedad en que vivimos. Hasta el punto que un hombre de negocios no sólo juega con el futuro de una gran empresa, sea o no multinacional, sino con la vida de mucha gente; a veces, incluso con la de toda una nación o continente.
Por otra parte, los gobiernos tienen la gravísima responsabilidad de procurar el bien común con profesionalidad, honestidad y justicia. Pues bien, «es un estricto deber de justicia impedir que queden sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales» (Juan Pablo II, encíclica Centesimus annus, 34). Habría que preguntarse si, en la presente situación, los gobiernos han logrado responder a tales necesidades fundamentales o han dejado hacer a las empresas económicas y financieras, sin más límites que sus propios intereses y las leyes del mercado. En cualquier caso, mirando al futuro los gobiernos han de dotarse de nuevos instrumentos de control y corrección en dichas entidades, para que no vuelvan a repetirse las causas y situaciones que han provocado la crisis actual.
Todo esto pone de manifiesto que el debate ético no puede quedar al margen de la solución de la actual crisis económica. La economía tiene, ciertamente, unas leyes propias y una legítima autonomía. Pero tiene una función social y el desarrollo económico nunca es un fin en sí mismo y ha de ir acompañado siempre de la responsabilidad social. Porque cuando se piensa que se puede mantener un desarrollo descontrolado, lo que suele ocurrir es que se llega a un callejón sin más salida que las tensiones sociales y los enfrentamientos entre las personas y grupos sociales.
Un hombre tan clarividente en tantos aspectos como Adam Smith, decía hace más de dos siglos, en su libro ‘Teoría de los sentimientos morales’: «Se podría confiar en que los hombres buscaran su propio interés sin dañar indebidamente a la comunidad no sólo por las restricciones impuestas por las leyes, sino también porque ellos están sujetos a una limitación incorporada que se deriva de la moral, la religión, las costumbres y la educación».
En otras palabras: la economía y la política no son sólo asuntos técnicos, sino que también están regulados por la ética. Olvidarlo, sería suicida incluso para su propia pervivencia.