COLONIA, domingo, 30 de noviembre de 2008 (ZENIT.org).- La acogida del extranjero «no es tanto un deber como un modo de vivir y de compartir», subrayó el arzobispo Agostino Marchetto, secretario del Consejo Pontificio para la Pastoral de migrantes e Itinerantes, interviniendo en la Reunión de la Comisión para las Migraciones de la Conferencia Episcopal Alemana, que ha tenido lugar en Colonia esta semana.
«Como Iglesia, ¿cómo podemos estar efectivamente presentes, con una pastoral adecuada y específica, entre migrantes, refugiados, desplazados, estudiantes internacionales y cuantos viven y sufren los condicionantes que derivan de las múltiples experiencias de la movilidad humana?» se preguntó.
«¿Cómo puede esta presencia ser también evangelizadora y misionera? ¿Cómo puede estar unida a la promoción humana y al desarrollo integral, tan necesarios y urgentes?»
El primer «nuevo itinerario pastoral en el alba del Tercer Milenio», observó, es precisamente «la acogida eclesial y eventual integración en la Iglesia local».
La acogida, observó el prelado, «es característica fundamental del ministerio pastoral entre los refugiados y los prófugos dentro del propio país» porque «garantiza que nos dirijamos al otro como una persona y, eventualmente, como hermano o hermana en la fe», lo que «impide considerarlo como casualidad, o fuente de trabajo».
«Una comunidad eclesial acogedora hacia los forasteros es un ‘signo de contradicción’, un lugar donde alegría y dolor, lágrimas y paz están estrechamente conectadas», subrayó, observando que «esto es particularmente evidente en aquellas sociedades que se demuestran hostiles hacia aquellos que son acogidos así».
«Esperanza, valor, amor y creatividad, esto es lo que necesitamos ofrecer a estas personas para permitirles rehacer su vida».
De la misma forma, «una presencia pastoral efectiva de la Iglesia entre los migrantes, los refugiados y los itinerantes depende, en general, de la formación de los sacerdotes y de otros operadores pastorales en el campo de la movilidad humana, de una adecuada organización pastoral (‘solidaridad pastoral orgánica’) y de la cooperación intereclesial a nivel diocesano, nacional, regional, continental y universal, como expresión y realización de esta solidaridad».
Por esto, junto a la formación es necesaria la creación de estructuras nacionales apropiadas nacionales diocesanas, en particular de las Comisiones para la Pastoral de los Migrantes y de los itinerantes, que tienen el deber de «promover de forma específica la acogida del extranjero, para ser Iglesia-Familia con aquellos que han sufrido y sufren el trauma y la cruz del exilio, o que son extranjeros en tierra extraña».
En cuanto a la cooperación pastoral entre las parroquias, diócesis, conferencias episcopales, estructuras regionales, continentales y universales de comunión eclesial, a día de hoy para el prelado es imprescindible, porque dado que los migrantes y refugiados «superan los confines eclesiásticos y nacionales», «la respuesta de la Iglesia comporta necesariamente dimensiones similares».
Es también importante, prosiguió monseñor Marchetto, la relación entre la Iglesia de partida y la de llegada, donde esta última debe empeñarse para que los extranjeros encuentren «una actitud de empatía que sostenga su fe y su confianza en Dios» y les ayude a «encontrar alivio» frente a experiencias como la discriminación o el hecho de ser marginados por falta de un trabajo o por actividades criminales».
«La seguridad que deriva de la conciencia de formar también ellos parte de esta familia permite a los migrantes integrarse y ofrecer su propia contribución».
Si los migrantes pertenecen a otras Iglesias o comunidades eclesiales cristianas, o son seguidores de otras religiones, observó el secretario del dicasterio vaticano, «el hecho de acogerlos proporciona la oportunidad de establecer ese diálogo de vida que es un aspecto clave del ecumenismo y de las relaciones interreligiosas».
Sobre la Iglesia de partida, son necesarios «una particular atención pastoral y programas específicos» relativos a la familia, afectada por las migraciones sobre todo cuando éstas separan a los cónyuges y aumentan la carga de las mujeres que tienen a su cargo la familia.
Para una verdadera integración de los migrantes, concluyó el arzobispo, estos deben ser «visibles en las parroquias, tanto territoriales como personales, en las missiones cum cura animarum, en las organizaciones caritativas, en los movimientos eclesiales, en las nuevas comunidades y en las congregaciones religiosas».