Declaración de Santo Domingo sobre la misión en las cárceles

“Para Jesús ninguna vida es desechable” 

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SANTO DOMINGO, lunes, 1 diciembre 2008 (ZENIT.org).- «Para Jesús, ninguna vida es desechable», afirma una Declaración leída el 28 de noviembre en la catedral de Nuestra Señora de la Encarnación, Primada de América, en Santo Domingo, República Dominicana, con la que concluyó el VI Encuentro Latinoamericano y del Caribe de Pastoral Penitenciaria.

En la Declaración, los delegados y representantes de los agentes de Pastoral Penitenciaria de los países de América Latina y del Caribe, convocados por el departamento de Justicia y Solidaridad del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), reunidos del 24 al 28 de noviembre de 2008, afirman que están «llamados a ser discípulos misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan Vida».

Los firmantes de la Declaración asumen «el sueño de Dios como nuestra misión en el ámbito de las cárceles, esto es, en una realidad que golpea a todos los sectores de la población, pero especialmente a los más pobres, dado que la violencia es producto de la injusticia, y todos somos responsables del sistema de exclusión en el que viven nuestros pueblos».

«Tenemos el triste privilegio –afirman– y paradójicamente la gracia de ser testigos de que la inmensa mayoría de las cárceles de nuestro continente son recintos inhumanos, caracterizados por el comercio de armas, drogas, hacinamientos, torturas, crimen organizado y ausencia de programas de humanización. (Cfr. Aparecida 427)».

Los agentes de pastoral en las cárceles latinoamericanas levantan su voz en los espacios sociales de sus pueblos, y «especialmente a favor de los excluidos de la sociedad, (Cfr. La Misión continental para una Iglesia Misionera)». Por eso, siguen «denunciando que el sistema carcelario es inhumano, violento y contrario al proyecto de Dios». Ante las estructuras de muerte, subrayan, «Jesús hace presente la Vida plena. (Cfr. Aparecida 112)!; como profetas, anuncian «el Evangelio de Jesús, el Salvador, que trae Vida Nueva para toda la humanidad (Cfr. Aparecida 102), porque para Él ninguna vida es desechable».

Y citan al Papa León Magno: «Jesús fue tan humano, tan humano, como solamente Dios puede ser humano». «Él asumió toda nuestra realidad -añaden–, se encarnó, se hizo uno de nosotros, y desde allí nos liberó. Por eso queremos nuestra misión sea profundamente encarnada, asumiendo de lleno todas las realidades, también la de la cárcel».

«Como personas de fe -añaden–, creemos en la presencia del Reino de Dios entre nosotros; que es posible una sociedad de hermanos con estructuras justas t solidarias; para ello la Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y la tibieza, al margen de los sufrimientos de los pobres del continente, (Cfr. Aparecida 362) y que se juegue con audacia y creatividad apostólicas, abandonando estructuras caducas que ya no favorecen la transmisión de la fe. (Cfr. Aparecida 365)».

«Queremos que el sueño de Dios sea nuestro sueño: que no existan cárceles; para ello hay que cambiar el modelo de sociedad imperante en nuestro continente. Vemos fundamental y urgente que los gobiernos de nuestros países prioricen en inviertan en una educación pública de calidad, especialmente para los sectores más pobres y marginados», declaran.

Ante un tan grande desafío, convocan a todos los actores de la sociedad Latinoamericana y del Caribe.

A partir de la reflexión y las experiencias compartidas en este encuentro, se comprometen «a no desistir, a vivir con alegría y valentía el mensaje de la Buena Noticia, a unir y multiplicar los esfuerzos por transformar la sociedad y por humanizar el sistema carcelario, a ser discípulos  misioneros comprometidos, encarnados entusiastas y arriesgados, que testimonien el Evangelio de Cristo, incluso hasta dar la vida».

Junto a los obispos en Aparecida, piden al Espíritu Santo que les «libere de la fatiga, la desilusión y la acomodación al ambiente» y ruegan «un nuevo Pentecostés que nos renueve y nos impulse a la misión continental en la realidad carcelaria, de la mano de María Guadalupe, Patrona de América».

Por Nieves San Martín

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ZENIT Staff

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