CIUDAD DEL VATICANO, martes 16 de diciembre de 2008 (ZENIT.org).- "La Iglesia, desde siempre, ha tenido en gran consideración el celibato de los sacerdotes". Así lo afirma el cardenal Francis Arinze, hasta hace unos días prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en un libro presentado este martes en la sede de Radio Vaticano.
Amplios fragmentos del texto de este libro, titulado "Reflexiones sobre el sacerdocio, carta a un joven sacerdote" (publicado por la librería Editrice Vaticana) han sido también publicados en italiano por el diario "L'Osservatore Romano".
"Cristo vivió una vida virginal, enseñó a sus discípulos la castidad y propuso la virginidad a los que están dispuestos y en grado de seguir una llamada semejante", explica el cardenal Arinze en su libro.
"En la vida sacerdotal, la continencia perpetua por el reino de los cielos expresa y estimula la caridad pastoral. Es una fuente especial de fecundidad espiritual en el mundo"; "es un testimonio que resplandece ante el mundo como camino eficaz para el seguimiento de Cristo".
En el mundo de hoy, "inmerso en una preocupación exagerada por el sexo y por su desacralización", "un presbítero que vive con alegría, fidelidad y positivamente su propio voto de castidad es un testigo que no puede ser ignorado", observa.
A través del celibato sacerdotal, prosigue el purpurado, "el presbítero se consagra más estrechamente a Cristo en el ejercicio de la paternidad espiritual", se manifiesta "con más disponibilidad" "como ministro de Cristo, esposo de la Iglesia", y puede "verdaderamente presentarse como signo vivo del mundo futuro, que está ya presente por medio de la fe y de la caridad".
El sacerdote, advierte el cardenal, "no debe dudar del valor o de la posibilidad del celibato a causa de la amenaza que representa la soledad", pues ésta está presente en cierta dosis en cada estado de vida, también en la vida matrimonial.
Sería por tanto una equivocación intentar evitar la soledad "lanzándose cada vez más a la actividad y organizando continuamente nuevos encuentros, viajes o visitas".
Lo que el sacerdote necesita en cambio es "el silencio, la quietud y el recogimiento para estar en la presencia de Dios, dar mayor atención a Dios y encontrar a Cristo en la oración personal ante el Tabernáculo", porque "sólo entonces será capaz de ver a Cristo en cada persona que encuentra durante su ministerio".
Para vivir bien el celibato es también importante la aportación de la fraternidad, hasta el punto que "el ideal es que el obispo haga de modo que los sacerdotes vivan de dos en dos o de tres en tres por parroquia, en vez de solos", porque "tienen necesidad unos de otros para hacer crecer al máximo sus potencialidades".
El presbítero, añade el cardenal en su libro, "tiene como Maestro a Cristo", y aunque no le sea posible imitar su forma de actuar "en cada mínimo detalle", "esto no nos exime de seguirlo de la forma más cercana posible".
La obediencia que el sacerdote da al Papa, al obispo y a sus representantes "se basa en la fe" y es el instrumento a través del cual "el sacerdote da a Dios la posibilidad de servirse plenamente de él para realizar la misión de la Iglesia".
"Dios protege al sacerdote que respeta y obedece a su obispo con fidelidad firme y nobleza de carácter".
Como seguidor de Cristo, que en su vida terrena vivió como pobre, el presbítero está llamado a la pobreza.
La virtud de la pobreza tiene que ver también con el uso personal del propio dinero. Evitando todo aquello que pueda apegarle a los bienes terrenos y le incline a gastos excesivos, el sacerdote debe acordarse de los pobres, de los enfermos, de los ancianos y de todos los necesitados en general.
Los medios de transporte, la casa, el mobiliario, el vestido, no deben ponerle en la parte de los ricos y los poderosos.
Un test sobre la generosidad del sacerdote puede consistir en preguntarse qué motivos de caridad se incluyen en sus deseos y cuánta gente pobre, pobres seminaristas o candidatos a la vida consagrada llorarán su muerte, reconociendo que ha fallecido su padre en Cristo y su benefactor.