CIUDAD DEL VATICANO, viernes 19 de diciembre de 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI explicó este viernes, durante la audiencia concedida al nuevo embajador de las Islas Seychelles ante la Santa Sede, que reducir la deuda es un acto de justicia y «un desafío importante» de cara a las futuras generaciones.
«Sería injusto que los hombres de hoy evitaran sus responsabilidades y hagan pesar las consecuencias de sus elecciones o de su inacción a las generaciones que vendrán después de ellos», afirmó el Papa en el discurso que entregó a Graziano Luigi Triboldi.
Las Islas Seychelles, pequeño país africano formado por un archipiélago de 155 islas coralinas cerca de Magadascar, es también una de las metas turísticas más codiciadas, y uno de los paraísos fiscales más importantes del mundo.
A pesar de ser el país más rico de África, está fuertemente endeudado, con una deuda pública que supone el 122.8% del Producto Interno Bruto.
Se trata por tanto, añadió el Papa, «no sólo de sanear la economía, sino también y sobre todo de una cuestión de justicia social. Además, sanear las cuentas de la nación, también supone ofrecer un marco más seguro para la actividad económica y proteger más a las poblaciones más pobres y más vulnerables».
El Papa explicó que este objetivo de reducir la deuda pública «necesita la cooperación de todos», para lo cual es «fundamental el sentido de la solidaridad».
Solidaridad, virtud social
Benedicto XVI aprovechó el discurso para explicar el doble sentido que la «solidaridad» tiene en el pensamiento social de la Iglesia: «está vinculada no sólo a un marco legislativo justo y adecuado, sino también a la calidad moral de cada ciudadano», dijo.
Ambas dimensiones están relacionadas, explicó, pues debe «apoyarse al mismo tiempo en estructuras de solidaridad, pero también en la determinación firme y perseverante de cada persona que trabaja por el bien común de la mayoría, porque todos somos responsables de todos».
En este sentido, el Papa explicó que la educación es una «vía importante» para inculcar la solidaridad, pero advirtió que «esta preocupación por la educación será vana si la institución familiar se debilita excesivamente».
«Las familias necesitan ser animadas y sostenidas constantemente por los poderes públicos. Debe haber una armonía profunda entre las tareas de la familia y los deberes del Estado. Favorecer entre ellos una buena sinergia, es laborar eficazmente por un futuro de prosperidad y de paz social».
Por ello, el Papa hizo especialmente un llamamiento a la Iglesia católica (los católicos constituyen la confesión mayoritaria del país, el 82,3%) para que «no escatime sus esfuerzos para acompañar a las familias, ofreciéndoles la luz del Evangelio, que pone de relieve la grandeza y la belleza del «misterio» de la familia, y ayudándoles a asumir sus responsabilidades educativas».
Por último, el pontífice exhortó también a los católicos a que «muestren su preocupación, de común acuerdo con todos los demás ciudadanos, por edificar una vida social donde cada uno pueda encontrar el camino de una apertura personal y colectiva».
«Así testimoniarán la fecundidad social de la Palabra de Dios», concluyó.
Por Inma Álvarez