CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 27 mayo 2009 (ZENIT.org).- Benedicto XVI está convencido de que la pobreza, la castidad como dominio de sí mismo, y la obediencia constituyen un camino para encontrar la verdadera vida no sólo para los monjes, sino también para cualquier persona.
A esta conclusión llegó en la audiencia general de este miércoles en la que, continuando con la presentación de grandes figuras de la historia dela Iglesia, habló de san Teodoro el Estudita, quien entre los siglos VIII y IX imprimió una profunda renovación en la vida monástica, a través de su comunidad de Studios, cuyos religiosos eran conocidos con el nombre de «estuditas».
Teodoro también pasó a la historia, en plena época iconoclasta, como uno de los grandes defensores de los iconos, pues éstos, según decía, por la encarnación «nos unen con la Persona de Cristo, con sus santos y, a través de ellos, con el Padre celeste, y testimonian la entrada en la realidad divina de nuestro cosmos visible y material».
Hablando del camino de santidad que Teodoro presentaba a los monjes, Benedicto XVI, en su encuentro con miles de fieles en la plaza de San Pedro, explicó que también puede aplicarse a los seglares, aunque obviamente de una manera menos radical, adaptada a su estado de vida.
«La renuncia a la propiedad privada, la libertad de las cosas materiales, así como la sobriedad y la sencillez, sólo son válidas de forma radical para los monjes, pero el espíritu de esta renuncia es igual para todos», explicó el Papa.
«De hecho, no debemos depender de la propiedad material; debemos aprender la renuncia, la sencillez, la austeridad y la sobriedad», añadió.
«De este modo puede crecer una sociedad solidaria y se puede superar el gran problema de la pobreza de este mundo», aseguró.
Por tanto, aclaró, «en este sentido, el signo radical de los monjes pobres indica esencialmente también un camino para todos nosotros».
Hablando de las tentaciones contra la castidad, dijo al recoger las enseñanzas de Teodoro, «demuestra el camino de lucha interior para encontrar el dominio de sí mismo y de este modo el respeto del propio cuerpo y del cuerpo del otro como templo de Dios».
A la luz de este testimonio de vida cristiana el Papa ilustró con estas palabras el camino de la verdadera vida.
Ante todo, dijo, es «amor por el Señor encarnado y por su visibilidad en la liturgia y en los iconos».
«Fidelidad al bautismo y compromiso por vivir en la comunión del Cuerpo de Cristo, entendida también como comunión de los cristianos entre sí», añadió.
«Espíritu de pobreza, de sobriedad, de renuncia –recalcó–; castidad, dominio de sí mismo, humildad y obediencia contra la primacía de la propia voluntad, que destruye el tejido social y la paz de las almas».
«Amor por el trabajo material y espiritual. Amistad espiritual nacida en la purificación de la propia conciencia, de la propia alma, de la propia vida», concluyó al ilustrar la esencia de la verdadera vida.