Cardenal de Honduras: Los religiosos, "cartas de Cristo" al mundo globalizado

El arzobispo de Tegucigalpa analiza los desafíos de la vida religiosa

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ROMA, lunes, 1 junio 2009 (ZENIT.org).- Para el arzobispo de Tegucigalpa, el cardenal Óscar Andrés Rodíguez Maradiaga, los consagrados deben hacer que sus vidas se conviertan en una carta que Cristo envía a los hombres y mujeres del mundo globalizado.

El purpurado hondureño participó en Roma con su conferencia «Cambios geográficos y culturales en la vida de la Iglesia: desafíos y perspectivas», dentro del encuentro de representantes de la Unión Superiora de Generales USG, que se celebró en Roma del 27 al 29 de mayo.

La Unión de los Superiores Generales es un organismo de derecho pontificio erigido el 3 de enero de 1955 por la Sagrada Congregación de Religiosos como persona jurídica pública.

Representantes de diversas familias de vida consagrada reflexionaron sobre los desafíos y oportunidades de los rápidos cambios geográficos y culturales que han caracterizado la primera década del siglo XXI.

El cardenal Rodríguez realizó un sintético recorrido por los cambios en el mundo y en la Iglesia para subrayar la necesidad de hombres y mujeres que se consagren para el apostolado y la oración.

La vocación misionera de la Iglesia

Rodríguez Madariaga señaló cómo desde los primeros cristianos, los viajes de misiones eran claves: «La diáspora y la evangelización de los gentiles origina una expansión misionera extraordinaria. Roma se convierte en el centro de la cristiandad. La historia de la Iglesia es la historia de su expansión misionera».

 

Por ello indicó que «no se puede entender la Iglesia ni su historia, sin su compromiso permanente de rebasar las fronteras y pasar a los otros». Y así presentó rápidamente los desafíos evangelizadores en los distintos rincones del mundo.

Señaló el contraste entre «África, el continente olvidado, que contempla un crecimiento sin precedentes para la fe católica»; mientras que «Europa padece un invierno demográfico que tiene consecuencias en la escasez de vocaciones sacerdotales y religiosas.»

«Asia desafía a la misión, y el continente Americano con sus enormes desigualdades corre el peligro de dejar de ser continente de la esperanza», dijo el Cardenal.

Y concluyó este análisis asegurando que «durante mucho tiempo, los cristianos hemos vivido con una imagen fuertemente marcada por la geografía. Esa imagen ha cambiado en el sentido de que el centro de gravedad de la Iglesia ya no está en el Norte, sino en el Sur ya que el 75 % de los cristianos viven en Asia, África y América».

Vocación a la vida consagrada para un mundo nuevo

El purpurado indicó que en los cambios generados por la globalización y el muticulturalismo los consagrados deben ayudar al hombre de hoy a reflexionar «para ser testigos vivientes, capaces de proclamar y anunciar el evangelio de la vida en situaciones de frontera, en ámbitos y areópagos nuevos».

Recordó la invitación del Papa Benedicto XVI a ser minoría pero a la vez, significativa: «Lo somos cuando experimentamos la alegría del don recibido, disfrutamos de nuestra consagración y, no solamente, la sobrellevamos».

Y señaló que esta vocación se forja «en la unidad del corazón, la vida compartida con los próximos, la entrega generosa a la misión y la libertad frente a toda tentación de poder».

«Lo nuestro ya no es sólo trabajar por los débiles, es vivir con ellos, pertenecerles… porque el camino del ‘empequeñecimiento’, es un testimonio para nuestra generación», indicó.

«Cartas de Cristo»

El purpurado aseguró que los consagrados son como «cartas de Cristo», es decir, que por medio de esta vocación Jesús «sigue escribiendo a los que no creen en Él a través del testimonio que sepamos dar».

«Qué bello será entonces que todos a los que llegue un consagrado puedan leer las cartas del Sur al Norte con los ojos del corazón y puedan responder en solidaridad», exhortó el cardenal.

El arzobispo de Tegucigalpa aseguró que el desafío de los cristianos y de los consagrados es «ser el guardián, el hermano del hermano, el que sabiendo que todo lo que somos y tenemos lo hemos recibido, sabe hacer de la propia vida una auténtica comunión aprendiendo a compartir». Y concluyó su intervención señalando que «Nada hay imposible para el que ama».

Por Carmen Elena Villa

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ZENIT Staff

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