GINEBRA, miércoles 3 de junio de 2009 (ZENIT.org).- La Santa Sede está preocupada por la repercusión negativa de la actual crisis económica en la asistencia sanitaria en los países en vías de desarrollo.
Lo señaló el presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, monseñor Zygmunt Zimowski, el pasado 19 de mayo en una intervención en la 62º Asamblea Mundial de la Sanidad, celebrada en Ginebra del 18 al 27 de mayo.
Según informó este miércoles la Oficina de Información de la Santa Sede a través de un comunicado, la Santa Sede ha participado en esta asamblea en calidad de observador, con una delegación guiada por monseñor Zimowski.
El arzobispo Silvano M. Tomasi, observador permanente de la Santa Sede ante las oficinas de Naciones Unidas y otras instituciones internacionales en Ginebra, y otras seis personas completaban la delegación.
En su intervención, monseñor Zimowski destacó que la Santa Sede comparte la preocupación, expresada en la asamblea también por otros delegados, por «el impacto en la asistencia y en el cuidado de la salud humana en este periodo de crisis económica global».
«La actual crisis económica ha revelado el espectro de la cancelación o de una drástica reducción de los programas de asistencia externa, sobre todo en países en vías de desarrollo», constató.
El presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud advirtió que «ello situará dramáticamente en una situación de riesgo a sus sistemas sanitarios, que se encuentran ya colapsados por la fuerte incidencia de enfermedades endémicas, epidemias y virus».
En su discurso dirigido al presidente de la asamblea, el prelado recordó la respuesta propuesta por Benedicto XVI en su mensaje al G-20 el pasado 30 de marzo.
«La salida de la actual crisis global sólo podemos lograrla juntos, evitando soluciones marcadas por el egoísmo nacionalista y el proteccionismo», dijo el Papa en aquella ocasión.Y exhortó también, en aquel mensaje dirigido al primer ministro británico, a una «valiente y generosa expansión de una cooperación internacional capaz de promover un real desarrollo humano e integral».
La delegación de la Santa Sede en la Asamblea Mundial de la Sanidad también destacó «la gran importancia y la particular responsabilidad de organizaciones de matriz religiosa y de miles de instituciones sanitarias gestionadas por la Iglesia en el apoyo y el cuidado de personas que viven en pobreza».
En este sentido recordó que las instituciones sostenidas por la Iglesia sufren especialmente la crisis financiera y a menudo no tienen acceso a fondos gubernamentales o internacionales.
También aseguró que estas instituciones continuarán luchando para servir a los más necesitados, basándose en primer lugar en el valor de la vida humana, sagrada y digna, y también en otros valores como la igualdad, la solidaridad, la justicia social y el acceso universal a los servicios.
Monseñor Zimowski se refirió también a una investigación que el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud inició en 1998, animado por la Organización Mundial de la Salud, sobre los desafíos que la comunidad internacional debe afrontar para conseguir el objetivo de la salud para todos.
Esta investigación, realizada en las Iglesias locales, ha demostrado que uno de los mayores desafíos es el principio de igualdad, explicó el prelado.
«Una década después, debo señalar, lamentablemente, que en la mayor parte de países ese desafío continúa teniendo actualidad», afirmó.
También destacó que la delegación de la Santa Sede espera atentamente la resolución relativa a los factores sociales determinantes para la salud, sometida a aprobación en la Asamblea Mundial de la Sanidad.
Esa resolución supone un llamamiento urgente a los gobiernos para desarrollar objetivos y estrategias para mejorar la salud pública, con una especial atención en el ámbito sanitario.
Finalmente, monseñor Zimowski señaló la preocupación de la Santa Sede por los «millones de niños en todo el mundo que no desarrollan plenamente su potencial a causa de las grandes diferencias e injusticias existentes en el ámbito sanitario».
«No podemos permitir que estos niños indefensos, sus padres y otros adultos de las comunidades más pobres del mundo –dijo– sean cada vez más vulnerables a causa de la crisis económica global, ampliamente alimentada por el egoísmo y la codicia».
Por Patricia Navas