Mensaje del Papa sobre el gran evangelizador de China, Matteo Ricci

En el cuarto centenario de su muerte

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CIUDAD DEL VATICANO, martes, 9 junio 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha escrito Benedicto XVI con motivo del cuarto centenario de la muerte del sacerdote jesuita Matteo Ricci (nacido en Macerata, Italia, el 6 de octubre de 1552, y fallecido en Pekín el 11 de mayo de 1610).

El padre Ricci introdujo en China los conocimientos cartográficos y los estudios matemáticos de la Europa de su época, y tuvo un papel decisivo en el asentamiento de las primeras comunidades católicas en el país. Por otra parte los escritos de Ricci sobre China aumentaron el conocimiento sobre este país en Occidente.

A Matteo Ricci, en camino de beatificación desde 1984, está dedicado el observatorio astronómico que surge en los muros de la Ciudad Imperial de Pekín, pues conserva instrumentos astronómicos de los inicios del siglo XVII que fueron diseñados por el mismo jesuita. Según algunas publicaciones, se trata de una de las cien figuras más influyentes en la historia de la humanidad del segundo milenio.

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Al venerado hermano
Claudio Giuliodori
Obispo de Macerata, Tolentino,
Recanati, Cingoli y Treia

Me ha alegrado saber que en esa diócesis se han programado varias iniciativas para conmemorar, en ámbito eclesial y civil, el IV centenario de la muerte del padre Matteo Ricci, de la Compañía de Jesús, que tuvo lugar en Pekín el 11 de mayo de 1610. Con ocasión de la apertura de este año jubilar especial, me complace enviarle a usted y a toda la comunidad diocesana mi cordial saludo.

El jesuita Matteo Ricci, que nació en Macerata el 6 de octubre de 1552, dotado de profunda fe y de extraordinario ingenio cultural y científico, dedicó muchos años de su vida a tejer un provechoso diálogo entre Occidente y Oriente, realizando al mismo tiempo una acción eficaz de arraigo del Evangelio en la cultura del gran pueblo de China. Su ejemplo sigue siendo también hoy un modelo de encuentro beneficioso entre la civilización europea y la china.

Por tanto, me uno de buen grado a cuantos recuerdan a este generoso hijo de vuestra tierra, ministro obediente de la Iglesia e intrépido e inteligente mensajero del Evangelio de Cristo. Considerando su intensa actividad científica y espiritual, no se puede menos de quedar favorablemente impresionados por la innovadora y peculiar capacidad que tuvo de acercarse, con pleno respeto, a las tradiciones culturales y espirituales chinas en su conjunto.

Efectivamente, esa actitud caracterizó su misión, orientada a buscar la posible armonía entre la noble y milenaria civilización china y la novedad cristiana, que es fermento de liberación y de auténtica renovación dentro de toda sociedad, dado que el Evangelio, mensaje universal de salvación, está destinado a todos los hombres, cualquiera que sea el contexto cultural y religioso al que pertenezcan.

Además, lo que ha hecho original y -podríamos decir- profético su apostolado, fue seguramente la profunda simpatía que sentía por los chinos, por su historia, por sus culturas y tradiciones religiosas. Baste recordar su Tratado sobre la amistad (De amicitia Jiaoyoulun), que obtuvo gran éxito desde su primera edición en Nankín en 1595. Este paisano vuestro, modelo de diálogo y de respeto por las creencias de los demás, hizo de la amistad el estilo de su apostolado durante los veintiocho años que permaneció en China. La amistad que ofrecía era correspondida por las poblaciones locales precisamente gracias al clima de respeto y estima que trataba de cultivar, preocupándose por conocer cada vez mejor las tradiciones de la China de ese tiempo.

A pesar de las dificultades y las incomprensiones que afrontó, el padre Ricci quiso mantenerse fiel hasta la muerte a ese estilo de evangelización, aplicando -se podría decir- una metodología científica y una estrategia pastoral basadas, por una parte, en el respeto de las sanas costumbres del lugar, que los neófitos chinos no debían abandonar cuando abrazaban la fe cristiana; y, por otra, en la convicción de que la Revelación podía valorarlas y completarlas aún más. Y precisamente de acuerdo con estas convicciones, el padre Ricci, como habían hecho los Padres de la Iglesia en el encuentro del Evangelio con la cultura grecorromana, planteó su clarividente labor de inculturación del cristianismo en China, buscando un entendimiento constante con los doctos de ese país.

Deseo vivamente que las manifestaciones jubilares en su honor -encuentros, publicaciones, exposiciones, congresos y otros eventos culturales en Italia y en China- brinden la oportunidad de profundizar en el conocimiento de su personalidad y de su actividad. Ojalá que, siguiendo su ejemplo, nuestras comunidades, dentro de las cuales conviven personas de diversas culturas y religiones, crezcan en el espíritu de acogida y de respeto recíproco. Que el recuerdo de este noble hijo de Macerata sea también para los fieles de esa comunidad diocesana motivo para fortalecer, siguiendo su ejemplo, el celo misionero que debe animar la vida de todo auténtico discípulo de Cristo.

Venerado hermano, expreso mis mejores deseos de pleno éxito de las celebraciones jubilares previstas a partir del próximo día 11 de mayo, asegurando mi recuerdo en la oración, y, a la vez que invoco la intercesión materna de María, Reina de China, envío de corazón mi bendición a usted y a todos los que han sido confiados a sus cuidados pastorales.

Vaticano, 6 de mayo de 2009

 

BENEDICTO PP. XVI

[Traducción distribuida por la Santa Sede

© Copyright 2009 – Libreria Editrice Vaticana]

 

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ZENIT Staff

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