CIUDAD DEL VATICANO, lunes 15 de junio de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió este sábado Benedicto XVI al recibir en audiencia a los miembros de la Fundación Centesimus Annus Pro Pontifice.
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Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos amigos:
Gracias por vuestra visita que se enmarca en el contexto de vuestra reunión anual. Os saludo a todos con afecto y os doy las gracias por lo que hacéis, con probada generosidad, al servicio de la Iglesia. Saludo y doy las gracias al conde Lorenzo Rossi di Montelera, vuestro presidente, que ha interpretado con fina sensibilidad vuestros sentimientos, exponiendo en grandes líneas la actividad de la Fundación. Doy también las gracias a quienes, en idiomas diferentes, han querido testimoniar su común devoción. El encuentro de hoy asume un significado y un valor particular a la luz de la situación que vive en este momento toda la humanidad.
En efecto, la crisis financiera y económica que ha golpeado a los países industrializados, los emergentes y los que están en vías de desarrollo, demuestra que hay que replantearse algunos paradigmas económico-financieros dominantes en los últimos años. Por tanto, vuestra fundación ha estado acertada al afrontar, en el congreso internacional que se celebró ayer, el tema de la búsqueda de los valores y reglas a los que debería atenerse el mundo económico para implementar un modelo de desarrollo más atento a las exigencias de la solidaridad y más respetuoso de la dignidad humana.
Me alegra saber que habéis examinado, en particular, las interdependencias entre instituciones, empresas y mercado, partiendo, en acuerdo con la encíclica Centesimus annus de mi venerado predecesor Juan Pablo II, de la reflexión según la cual, la economía de mercado, entendida como «un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía» (n. 42), puede ser reconocida como un camino de progreso económico y civil sólo si se orienta hacia el bien común (Cf. n. 43). Esta visión, sin embargo, debe estar acompañada también por otra reflexión, según la cual, la libertad en el sector de la economía debe enmarcarse en «un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral», una libertad responsable, «cuyo centro es ético y religioso» (n. 42). Oportunamente la encíclica mencionada afirma: «Así como la persona se realiza plenamente en la libre donación de sí misma, así también la propiedad se justifica moralmente cuando crea, en los debidos modos y circunstancias, oportunidades de trabajo y crecimiento humano para todos» (n. 43).
Deseo que las investigaciones desarrolladas en vuestro trabajo, inspirándose en los eternos principios del Evangelio, elaboren una visión de la economía moderna respetuosa de las necesidades y de los derechos de los débiles. Como sabéis, próximamente se publicará mi encíclica dedicada precisamente al gran tema de la economía y del trabajo: en ella se destacarán cuáles son, para nosotros, los cristianos, los objetivos que hay que perseguir y los valores que hay que promover y defender incansablemente para lograr una convivencia humana realmente libre y solidaria.
Constato también, con complacencia, todo lo que estáis haciendo a favor del Pontificio Instituto para Estudios Árabes e Islámicos (PISAI), a cuyas finalidades, compartidas por vosotros, atribuyo un gran valor para un diálogo interreligioso cada vez más fecundo.
Queridos amigos: gracias una vez más por vuestra visita; aseguro a cada uno de vosotros un recuerdo en la oración, mientras os bendigo a todos de corazón.
[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina
© Copyright 2009 – Libreria Editrice Vaticana]