FÁTIMA, jueves 18 de junio de 2009 (ZENIT.org).- El pastorcillo Francisco Marto es un modelo de obediencia, pureza, humildad, devoción a la Eucaristía y amor por los pecadores para los niños de hoy.
Lo afirma la profesora y médica Irma Angela Coelho, en una entrevista publicada en la página web del Santuario de Fátima con motivo del Congreso "Francisco Marto. Crecer para el Don".
Este congreso se celebra desde este jueves hasta el sábado 20 de junio en el Centro Pastoral Pablo VI del Santuario de Fátima para clausurar las celebraciones del centenario del beato Francisco Marto.
El congreso destaca diversos aspectos de la vida y la espiritualidad del niño beato y pone en diálogo diversas disciplinas relacionadas con la infancia, como la música, la literatura, la espiritualidad, la catequesis, la protección jurídica, la teología y la pastoral.
También muestra los desafíos que este niño lanza a la vivencia de la fe, y abre horizontes para reflexionar sobre el papel de la infancia en el contexto de la espiritualidad cristiana.
En opinión de Coelho, el pastorcillo de Fátima "es un niño absolutamente normal", "pero vivió un acontecimiento que le llevó a desarrollar algunas virtudes y características que me parecen fundamentales para los niños de hoy".
Entre esas características, se encuentra el sentido de la obediencia. "Francisco era muy obediente a sus padres y también obedeció con prontitud a las peticiones de Nuestra Señora", explica.
"Ella le pidió rezar muchas oraciones para ir al cielo y Francisco no pregunta por qué, no refunfuña, no opone resistencia: sólo reza", añade.
También destaca la pureza del niño, que le hace "ver las cosas como Dios las ve", y le lleva, por ejemplo, a aconsejar no acercarse a ciertos grupos de compañeros para no aprender a decir palabras feas, pues "Jesús se pone triste".
En este sentido, Coelho afirma que "nuestros niños tienen mucho que aprender de él, por ejemplo, en el uso de internet, que es algo maravilloso, pero también tiene peligros, concretamente en la dimensión de la pureza".
"Muchas imágenes deforman nuestra mirada y nos llevan a ver la vida con malicia", indica.
Otra de las características fundamentales del pastorcillo que destaca la religiosa es la humildad.
"Durante las apariciones, Lucía veía, oía y hablaba; Jacinta veía y oía, pero Francisco sólo veía", explica la religiosa.
Incluso, según cuenta Lucía en sus Memorias, él también tenía dificultades para entender lo que ella le explicaba, pero "nunca se quejó y asumió sus límites".
Para la religiosa, "en nuestro tiempo, en que cada niño tiene que ser mejor que otro, en un mundo marcado por la competitividad, donde no hay derecho a tener miedos ni a ser franco, en una sociedad que exige ser el más inteligente, el más bonito, el más poderoso, Francisco con su gesto humilde enseña mucho a los niños de hoy".
"Por todo esto, pienso que Francisco, que era un niño absolutamente normal, se transformó en un niño especial que todos los niños normales de hoy pueden imitar perfectamente", concluye
Por otra parte, la religiosa destaca que los pastorcillos de Fátima muestran que "un niño, en un corto espacio de tiempo, en dos o tres años, consigue vivir de modo intenso y profundo el misterio de la Eucaristía".
Además, añade, "en Francisco es especialmente visible el amor a los pecadores, con los que se sentía solidario, uniéndose a ellos y haciendo sacrificios por ellos".
Uno de los participantes en el congreso, el padre Emanuel Silva, destaca de Francisco sus expresiones de amor y su entrega a Dios.
El sacerdote afirma que Francisco "nos dice que es necesario crecer sin perder aquello que da sentido a la vida".
"La historia de las apariciones y de la vida del pastorcillo -destaca- nos habla de una niñez pacífica, dócil, bondadosa, condescendiente, con sentido del humor, lúcida y amistosa, atenta y perspicaz, reservada, sin miedo, contemplativa, sincera, transparente, delicada y paciente".
"Nunca dejará de impresionar su amor y su entrega a "Jesús escondido" -añade-. ¿Qué hace a un niño de nueve años capaz de un amor así? ¿Qué es lo que le da la fuerza para volverse así una "ofrenda agradable a Dios"?".
Y responde: "El amor siempre unifica", "se aprende a amar a Dios dejando que Dios nos ame".
El padre Silva se refiere a la espiritualidad de la infancia, destacando su "espontaneidad", "autenticidad" y "confianza".
"Una simple observación de los niños nos muestra su increíble facilidad para pasar de lo terreno del mundo material y físico al mundo y la "experiencia" de lo sobrenatural", añade.
"Además, continúa, nos hablan de ese mundo con una proximidad cautivadora, una convicción inmensa y una desenvoltura desconcertante".
El sacerdote destaca que "no debe existir contradicción ni oposición entre la metafísica personal y la física universal".
En este sentido, advierte que el necesario paso de la metafísica exclusivamente personal al campo de la física universal "no debe ser tan rápido que nos impida reparar en lo esencial".
El padre Silva considera que la espiritualidad radica en los orígenes más profundos del ser, y afirma: "Casi podríamos decir que es como reír o como un idioma".
Por Patricia Navas