Sagrado Corazón, devoción al corazón humano y divino de Jesús

La Iglesia celebra esta solemnidad el viernes de la octava del Corpus Christi

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ROMA, viernes 19 de junio de 2009 (ZENIT.org).-La devoción al sagrado corazón pretende «no sólo la contemplación de su amor sensible» sino también elevar a los hombres «hasta la consideración y adoración de su excelentísimo amor infundido», así lo dijo el papa Pío XII en su encíclica Haurietis aquas, la tercera que se ha escrito sobre el culto al Sagrado Corazón.

La historia de esta devoción tiene más de 800 años. Sus inicios se dieron con la mística alemana del tardo medioevo Matilde Magdeburgo (1207 – 1282), seguida por Matilde de Hackenborn (1241 – 1299) y por Getrude de Helfta (1266 – 1302).

Luego, fueron varios los santos que continuaron promoviendo el culto al Sagrado Corazón. Entre ellos están san Buenaventura, san Alberto Magno, santa Gertrudis, santa Catalina de Siena, el beato Enrique Suso, san Pedro Canisio y san Francisco de Sales.

San Juan Eudes fue el autor del primer oficio litúrgico en honor del Sagrado Corazón de Jesús, cuya fiesta solemne se celebró por primera vez el 20 de octubre de 1672.

El hito de esta celebración lo marcó santa Margarita María Alacoque, religiosa de la orden de la Visitación, quien recibió varias revelaciones del mismo Señor Jesús para que impulsara más esta devoción. Revelaciones que luego fueron difundidas por su consejero espiritual, el jesuita san Claudio de la Colombiere.

El Papa Pío XII aseguraba que esta devoción puede llevar a los hombres, «en un vuelo sublime y dulce a un mismo tiempo, hasta la meditación y adoración del Amor divino del Verbo Encarnado».

¿Devoción o idolatría?

Pero ¿no es acaso una idolatría adorar un corazón? ¿esta devoción no puede acaso disminuir en el creyente el fervor hacia Dios Padre? ¿no adoran los católicos un corazón más metafórico y menos real?

Según informaciones suministradas a ZENIT en la basílica del Sagrado Corazón de Roma, que recientemente organizó un congreso sobre el culto al Sagrado Corazón, en el siglo XVIII hubo un fuerte debate sobre el objeto de este culto, calificado por muchos fieles justamente como un acto de idolatría.

Para aclarar cualquier distorsión, en 1765 la Congregación vaticana para los Ritos afirmó que el corazón de carne sería símbolo de amor. En 1794 el Papa Pío VI en la bula Auctorem fidei confirmó esta declaración diciendo que se adora el corazón «indispensablemente unido a la persona del Verbo».

Pío IX extendió la fiesta del Sagrado Corazón a toda la Iglesia el 23 de agosto de 1856 y en el calendario postconciliar permaneció como solemnidad.

Tres encíclicas se han centrado propiamente en hablar sobre de esta devoción: Annum Sacrum del Papa León XIII, quien consagró la humanidad entera al Sagrado Corazón, Miserentissimus Redemptor de Pío XI y Haurietis aquas de Pío XII.

«Aquel que conoce a Cristo pero descuida su ley y sus preceptos, aún puede ganar de su Sagrado Corazón la llama de la caridad», decía León XII en la encíclica Annum Sacrum.

«El cumplirá su voluntad sobre todos los hombres por la salvación de unos y el castigo de otros, pero también en su vida mortal dando fe y santidad. Que ellos por estas virtudes se esfuercen por honrar a Dios como deberían y ganar la felicidad eterna en el cielo», decía el pontífice.

Por su parte el Papa Pío XI habla, en su encíclica Miserentissimus Redemptor, sobre la unión del amor de los hombres con el corazón humano y divino de Jesús: «Un alma de veras amante de Dios, si mira al tiempo pasado, ve a Jesucristo trabajando, doliente, sufriendo durísimas penas ‘por nosotros los hombres y por nuestra salvación’, tristeza, angustias, oprobios, ‘quebrantado por nuestras culpas’ y sanándonos con sus llagas».

Adorar el Sagrado Corazón

Así, la Iglesia durante siglos ha meditado sobre esta devoción y ha planteado para ella tres postulados principales. El primero indica que así como todo edificio debe tener su base firme, la base del cristiano debe ser el amor. Este punto recuerda a los cristianos que Dios nos ha amado primero.

El segundo habla de la reparación como compromiso: el alma tiene la virtud y la necesidad del amor que quiere demostrarse y compartirse en los sufrimientos que Cristo padeció en Getsemaní.

Por último habla de la imitación como aspiración: tomar la familiaridad con Cristo en el misterio pascual y abrazarla, y en la eucaristía. Esto induce a incorporar las virtudes para que podamos decir como Jesús «Aprender de mi que soy manso y humilde de corazón» (Mateo 11, 28).

Así pues, el papa Pío XII sintetiza en su encíclica dedicada a este culto: «¿Qué homenaje religioso más noble, más suave y más saludable que este culto, pues se dirige todo a la caridad misma de Dios?».

Por Carmen Elena Villa

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ZENIT Staff

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