Las confesiones del cardenal John P. Foley

El purpurado comparte recuerdos de su vocación 

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ROMA, 18 de agosto de 2009 (ZENIT.org).- Para el cardenal estadounidense John P. Foley, no hay nada más importante en la vida que enseñar a la gente quién es Jesús y ayudar a crecer en su cercanía. 

En pleno Año Sacerdotal, el gran maestre de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén se ha sentado con ZENIT para reflexionar sobre su vida como sacerdote. 

El antiguo presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales reconoce el ejemplo de sus padres y de sacerdotes que ha conocido, como instrumento fundamental para descubrir su vocación, pero también destaca dos eventos claves de su vida. 

«Yo entré en el seminario dos veces: una después de la enseñanza secundaria y otra, después de la universidad», explica. 

Y continúa: «En mi último año de secundaria, durante la Navidad, fui a nuestra iglesia parroquial y me arrodillé frente a la cuna». 

«Dije: ‘Señor, Tú me has dado todo lo que tengo –mi vida, mi familia, mi fe, una educación muy buena– y yo quiero devolvértelo todo'», recuerda. 

De esta manera, al final de ese año, el joven entró en el noviciado jesuita. Tras varios meses, se dijo a sí mismo: «Creo que sería más feliz como sacerdote diocesano». 

John Foley dejó entonces a los jesuitas y acabó su carrera de Historia en la Universidad de San José, en Filadelfia, Pennsylvania. 

Hubo algo «crucial» en este momento –explica–: hacer voluntariado y dar catequesis a niños con minusvalía mental. 

El cardenal recuerda: «Tenía seis niños en esa escuela a los que enseñaba el catecismo; la Hermana superiora vino y dijo: ‘Bien, niños, ¿os gusta el señor Foley?'». 

«Un chico respondió: «¡No! ¡No! Amamos al señor Foley!» 

«Pensé que era una maravillosa distinción realizada por un chico con minusvalía mental», recuerda. 

Y continúa: «Ella dijo: «¿Por qué amáis al señor Foley?». 

«Él dijo: ‘Amamos al señor Foley porque nos enseña sobre Jesús –añade–. Y yo pensé: ‘No hay nada más importante en la vida que enseñar a la gente sobre Jesús y llevarles a Jesús'». 

«Esto solidificó mi vocación al sacerdocio», reconoce. 

El cardenal Foley destaca: «Pienso que fue providencial que tuviera que dejar el seminario la primera vez y estudiar en la universidad, donde tuve una muy buena educación y también una muy buena experiencia en el trabajo apostólico». 

Además de catequista, participó activamente en las Congregaciones Marianas, en el club de debate, el gobierno estudiantil, incluyendo un periodo como presidente de la asociación de estudiantes, y el coro.  

Entró en el seminario diocesano al final de su último año de universidad y fue ordenado sacerdote cinco años después.

Apoyo familiar

El cardenal confiesa: «No he tenido nunca un día infeliz siendo sacerdote, he amado el sacerdocio». 

También destaca la función de su familia como apoyo a su vocación sacerdotal y afirma que sus padres «nunca dijeron: ‘Deberías ser sacerdote?; ni tampoco pusieron ninguna objeción cuando dejé el seminario o volví a entrar». 

«Ellos siempre apoyaban lo que yo decidiera hacer –afirma–. Eran maravillosos». 

También recuerda la contribución de una hermana religiosa que le dio una copia de «Imitación de Cristo» cuando todavía estudiaba en la escuela. 

El cardenal subraya que lo leyó durante toda la etapa de educación secundaria y todavía conserva el libro, que sigue leyendo y meditando. 

Tras 47 años de sacerdocio, sostiene que las principales dificultades contra las que lucha pertenecen a la cultura, que «parece ser cada vez más secularizada». 

«Es más difícil llevar un mensaje espiritual a la gente hoy -opina–, ya que quizás no están tan abiertos como antes». 

También –añade– las dificultades físicas se multiplican «a medida que nos hacemos mayores». 

Nacido en un suburbio de Filadelfia en 1935, cumplirá 74 años en noviembre. 

La edad «te hace más lento y no puedes hacer todas las cosas que te gustaría poder hacer», reconoce. 

Sin embargo, añade, San Ignacio nos enseña en sus Ejercicios Espirituales que «debemos entregarnos a Dios en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la prosperidad». 

«Por tanto, debemos ser indiferentes en este sentido y limitarnos a usar todo para mayor gloria de Dios», pide. 

Y explica que éste es su lema episcopal: «ad maiorem Dei gloriam: para mayor gloria de Dios».

Momentos memorables

A pesar de las dificultades naturales que surgen, destaca el cardenal, ha habido algunos grandes momentos en su sacerdocio. 

Recuerda que sus mejores momentos están asociados con los dos pontificados bajo los que ha podido servir en Roma. 

El purpurado destaca especialmente los viajes con el Papa Juan Pablo II en 1979 a Polonia y a los Estados Unidos, así como las visitas con Benedicto XVI a Tierra Santa y a los Estados Unidos, el año pasado. 

Añade que otro punto culminante de su ministerio sacerdotal es el trabajo que ha realizado durante 25 años como comentarista para una red de televisión estadounidenses en las ceremonias papales en Navidad, Semana Santa y Viernes Santo. 

«Es un camino de evangelización –explica– dar a conocer a la gente lo que está pasando en la liturgia, para que puedan apreciar el culto católico» y «otros puedan introducirse en lo que creemos y en cómo trabajamos como católicos». 

También, añade, ayuda a los católicos a «apreciar mejor la misa y la devoción católica». 

Como sacerdote, confiesa el cardenal Foley, «he tenido momentos especiales de consuelo ayudando a la gente a vivir su matrimonio o recibiendo a personas en la Iglesia». 

En concreto le emociona el caso de «un compañero de clase en la universidad de Columbia quien pidió hace años convertirse al catolicismo; era judío, un judío no practicante». 

«También muchas de las personas con las que había debatido cuando estaba en la universidad, y con las que había discutido sobre teología, decidieron finalmente convertirse al catolicismo», añade. 

«Esos son grandes momentos de consuelo personal –reconoce–: ser capaz de ayudar a compartir mi fe con otros y esperar que ellos reciban el don de la fe».  

[Información de Mercedes de la Torre, redactada por Genevieve Pollock y traducida del inglés por Patricia Navas

En el Año Sacerdotal, ZENIT ofrece las «confesiones» sobre su vocación de cardenales, obispos y sacerdotes. La serie fue abierta por el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado de Benedicto XVI]

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ZENIT Staff

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