CIUDAD DEL VATICANO, domingo 11 de octubre de 2009 (ZENIT.org) Sacerdote, obispo, exiliado, pastor de la población rural, apasionado por el renacimiento religioso y moral de su patria. Así era monseñor Segismundo Felinski (Zygmunt Szczesny Felinski).
Este arzobispo de Varsovia y fundador de las Hermanas Franciscanas de la Familia de María será canonizado este domingo por el Papa Benedicto XVI en la Plaza de San Pedro junto con otros cuatro beatos. Zenit habló con la postuladora para su causa, la hermana Teresa Antonieta Fracek, miembro de la comunidad fundada por él.
Hambre espiritual
El reino de Polonia había perdido su soberanía e independencia. Ya no existía como estado en el mapa de Europa. El gobierno prusiano hizo todo lo posible por reducir al mínimo las libertades constitucionales de la Iglesia. Quería suspender la autoridad de las órdenes religiosas y las organizaciones existentes no podían acoger a ningún miembro.
En ese contexto vivió Segismundo, nacido en 1822 en Volinia Wolyn, en el seno de una familia creyente y servidora de la patria. Era un territorio del ex estado polaco que pasó en 1795 bajo el dominio ruso. Hoy forma parte de Ucrania.
Perdió a su padre cuando tenía 11 años. Su madre en 1838 fue arrestada por las autoridades rusas y deportada a Siberia. En 1851 entró al seminario diocesano de Zytomierz y fue ordenado sacerdote en 1855.
Segismundo fue joven soñador, amante de la corriente literaria del romanticismo y de la idea del sacrificio por la patria. Con el tiempo fue madurando sus decisiones y vio que Dios lo llamaba para que consagrara su vida a su servicio.
"Estoy convencido de que conservando un corazón puro, la religión y el amor fraterno al prójimo no perderé nunca la recta vía. Son mis únicas riquezas pero son inestimables" decía en una de sus cartas, escrita en 1841.
Una comunidad para responder a las necesidades de su país
La hermana Teresa destaca en su espiritualidad "su amor por la Iglesia, su amor por la Virgen, la aceptación alegre a la voluntad de Dios, su serenidad en el sufrimiento, su sencillez y sobretodo el amor por la pobreza y por los pobres".
Inspirado en esos acentos fundó en 1857 la congregación de las Hermanas Franciscanas de la Familia de María en San Petersburgo, Rusia.
Quería Segismundo que sus nuevas hijas espirituales se dedicaran a divulgar la palabra con preocupación para la renovación y el crecimiento moral de su país.
Deberían pues dirigirse a cualquier tipo de pobreza pero sobre todo a la educación de los jóvenes, ya que la consideraba la única esperanza para el pueblo polaco.
Por motivo de la represión tuvo que ser escondido el carácter religioso del instituto. Las primeras hermanas se presentaban a los ojos del mundo como mujeres voluntarias que ayudaban a los niños.
En medio del dolor
En 1862 el papa Pío IX lo nombró arzobispo de Varsovia. Era el momento más trágico para la Iglesia y para la nación. Cuatro meses atrás todos los templos católicos habían sido cerrados.
"Con su ayuda salvó a muchos de la desesperación y de la miseria. Sintió como un deber de justicia, el dedicarse al trabajo social a favor de los trabajadores, de la gente rural, de los pobres", dijo la hermana Fracek.
El mismo año volvió a consagrar la catedral, que había sido profanada por el Ejército Ruso. Luego reabrió todas las iglesias de la diócesis con una solemne celebración de 40 horas de exposición del Santísimo.
Pese a la oposición del gobierno, Segismundo no escondía el gran celo por la formación de sus fieles: "Para dar impulso a los estudios teológicos reformó los programas de enseñanza en la Academia Eclesiástica de Varsovia, en los seminarios diocesanos. Cuidaba el nivel intelectual del clero de Varsovia", asegura su postuladora.
A esta diócesis fueron a trabajar las hermanas de la comunidad que él fundó. Ellas dirigían un orfanato y una escuela para niños
Exilio apostólico
Fueron las intervenciones sobre los peligros de un nacionalismo exagerado, los motivos de su deportación en 1863 como prisionero del Estado, y llevado exilio a Jaroslaw, en el corazón de Rusia. Allí transcurrió 20 años.
"A pesar de los rigurosos controles policíacos monseñor Felinski abrazó con el corazón las necesidades de los católicos de Jaroslaw, de los exiliados, especialmente de los sacerdotes deportados a Siberia, desarrollando numerosas obras de misericordia", dice la hermana Fracek.
Fundó allí una parroquia a la que asistían fieles de varias nacionalidades que lo llamaban "el santo obispo polaco".
Tras una mediación de la Santa Sede monseñor Felinski fue liberado en 1883, aunque no pudo regresar a Varsovia. El Papa León XIII lo traslado así a la sede titular de Tarso.
Los últimos 12 años de vida los transcurrió en un "semi exilio" en Galicia Sur oriental, distrito de Borszczow, entre los campesinos de nacionalidad ucraniana y polaca.
Allí fundó una escuela, la primera en este lugar. Abrió un orfanato, construyó una iglesia para católicos latinos y la casa del convento de las hermanas de la Familia de María. En su tiempo libre escribía para la prensa obras redactadas durante el exilio.
Murió en Cracovia el 17 de septiembre de 1895 bajo la dominación de Austria. En aquel momento Polonia estaba repartida entre Austria, Prusia y Rusia. "La pérdida esparcirá su triste eco en todas las tierras polacas, donde cada niño pronunciaba su nombre con el respeto y la veneración que se tiene hacia un santo", decía el periódico La Gazzetta Ecclesiastica.
Actualmente la comunidad fundada por él cuenta con 1300 religiosas profesas que trabajan junto con las novicias y postulantes en 143 comunidades dedicadas a la la educación, los hospitales, en casas de asistencia social para niños, ancianos, discapacitados y en comedores populares.
Un testimonio que sigue brillando en el siglo XXI: "Cuando diversas fuerzas, guiadas a menudo por una falsa ideología de libertad, tratan de apropiarse de este terreno. Cuando una ruidosa propaganda de liberalismo, de libertad sin verdad y responsabilidad, se intensifica también en nuestro país, los pastores de la Iglesia no pueden dejar de anunciar la única e infalible filosofía de la libertad que es la verdad de la cruz de Cristo", dijo el papa Juan Pablo II en la homilía de su beatificación en el año 2002 en la explanada Bolonia de Cracovia.
[Por Carmen Elena Villa]