CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 9 de octubre de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación los resúmenes de las intervenciones que se produjeron durante la Octava Congregación General de la Asamblea del Sínodo sobre África, en la mañana del viernes 9 de octubre.
Cardenal Tarcisio BERTONE, S.D.B., Secretario de Estado (CIUDAD DEL VATICANO)
En la Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Africa, el Papa Juan Pablo II, de venerada memoria, ha querido subrayar cómo el Sínodo de los Obispos constituye «un instrumento muy propicio para favorecer la comunión eclesial» (nº 15). Esta comunión afectiva de las Iglesias particulares con la Iglesia Universal encuentra, en la acción de los Nuncios Apostólicos, una articulación insustituible y especialmente importante en la realidad del Continente africano. Se trata de una tupida red de presencias que no está encaminada solamente a promover y sostener las relaciones entre la Santa Sede y las Autoridades estatales, sino que pretende, antes que nada, «procurar que sean cada vez más firmes y eficaces los vínculos de unidad que existen entre la Sede Apostólica y las Iglesias particulares» (Can. 364), mediante la asistencia y el consejo que los Representantes Pontificios prestan a los Obispos. En esta óptica de comunión, debe situarse la misión diplomática de la Santa Sede que, sobre todo, en el curso del último decenio ha favorecido el surgimiento de acuerdos u otras convenciones con las Autoridades estatales.
Los Representantes Pontificios dan voz al Santo Padre en la defensa de la dignidad de la persona y de sus derechos fundamentales, así como, en colaboración con los Obispados, se esfuerzan por la defensa de la libertad religiosa y la promoción de un diálogo auténtico, sea con las otras Iglesias o comunidades eclesiales, sea con aquellos que pertenecen a otras religiones y, también, naturalmente, con las Autoridades civiles. Este amor por el hombre, la paz y la justicia, que quiere mirar a África «en la luz de Dios», no puede sino impulsar a los Representantes Pontificios a dar testimonio de la solicitud del Santo Padre y, en él, de la Iglesia Universal, por el bien común de todos los países.
Monseñor Jan OZGA, obispo de Doumé-Abong’ Mbang (CAMERÚN)
Esta segunda Asamblea Sinodal para África, para producir los frutos deseados, debe pasar, y esto me parece de extrema importancia, a través de la familia africana. Dado que, la formación de una nueva cultura de la reconciliación, de la justicia y de la paz es una obra de la familia antes que de la sociedad. Si estos tres valores arraigan y toman fundamento y sentido en la familia, esta cultura puede extenderse a nivel de toda la sociedad africana.
La cultura de la reconciliación se diferencia del acto de reconciliación por el hecho que éste último es puntual y contingente, mientras que la primera es un estado mental, fundado en la promoción del amor, de la caridad, de la conversión, de la misericordia y de otros múltiples valores. Este preponderante papel corresponde, antes que nada, a los padres y luego a las instituciones educativas, sociales y eclesiales, según el principio de la corrección fraterna: «Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él…» (Mt. 18, 15-18).
La justicia es la justa apreciación, el reconocimiento, el respeto por los derechos y los méritos de cada uno. La familia está llamada a educar en la verdadera justicia, la única que induce a respetar la dignidad personal de cada uno, como el Papa Juan Pablo II subrayaba en la Familiaris Consortio. Jesús había dicho ya: «…si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos…» (Mt 5,20).
La cultura de la paz en la familia africana estaba garantizada por el consejo de parental y familiar, mediante el desarrollo frecuente de la «palabra», núcleo de felicidad en la prosperidad individual y colectiva, en relación con Dios, con los hermanos y hermanas: «bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9).
Monseñor Albert VANBUEL, S.D.B., obispo de Kaga-Bandoro (REPÚBLICA CENTRO-AFRICANA)
En estos últimos años, en los diferentes momentos de las crisis socio-políticas vividas en la República Centro Africana, no hemos dejado nunca de recordar los valores humanos y cristianos necesarios para alcanzar una vida en paz. En todo momento la Iglesia estuvo presente y fue solidaria con las alegrías y los sufrimientos del pueblo, para el cual desea la felicidad y la auténtica redención. Los Obispos de Centro África no han cesado de ver el alba y el adviento de un tiempo propicio de paz, de justicia y de reconciliación entre todos.
Nuestra Iglesia toma cada vez más conciencia de las zonas de sombra que existen internamente, y anhela con todo su ser la paz y la comunión en el seno de la Iglesia-Familia. Lamentablemente, algunos ven en esto un motivo de desánimo o una ocasión para rendirse. Es cierto que algunos malentendidos, algún gesto percibido como ofensa, han hecho sufrir los unos a los otros. Sin embargo ha llegado el momento de mostrarnos a la altura de los desafíos del mundo actual. En un momento en que la injusticia, la corrupción, el egoísmo, las rebeliones… son rechazadas unánimemente, nuestra Iglesia está llamada a dar testimonio según el Evangelio, que es Palabra de Vida: un testimonio de reconciliación, de justicia y de paz, pero sobretodo un testimonio de comunión.
En los últimos meses hemos deplorado las manifestaciones de división entre los sacerdotes, entre los sacerdotes y los Obispos, entre sacerdotes y laicos; no es éste el Evangelio que debemos anunciar, ciertamente. Hemos sido llamados a construir una Iglesia unida por el Espíritu de Dios que nos guía. No podemos, al mismo tiempo, lacerar el cuerpo de Cristo.
El año sacerdotal que el Santo Padre nos regala, puede inspirarnos y ofrecernos una orientación: fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote y fidelidad de todo bautizado.
Existe una aspiración general por un tiempo de paz, de justicia y de reconciliación. Los acontecimientos que hemos vivido y que continuamos viviendo en este tiempo nos demuestran que existe siempre una razón de esperanza y que en la noche en la que vivimos se anuncian la aurora y el día.
Cada uno de nosotros es débil, pecador; pero juntos tenemos que escuchar la Palabra de Dios, tenemos que vivirla, para construir en la comunión nuestra Iglesia-Familia.
¡Que Dios nos bendiga y nos dé la fuerza de la perseverancia de un testimonio auténtico!
Monseñor Jean-Baptiste TIAMA, obispo de Sikasso, Presidente de la Conferencia Episcopal (MALI)
La Iglesia en Mali opera codo con codo con otros hijos del país para que llegue a los malíes esa paz profunda que todos deseamos, a pesar de las difíciles situaciones que están afrontando.
Viviendo en un régimen democrático, los gobiernos políticos se alternan bien y sin enfrentamiento armado. Pero, cada tanto, la democracia ha sido menospreciada con manipulaciones de las constituciones y rebeliones armadas. En el norte del país, las insurrecciones de los tuareg han amenazado con comprometer la paz nacional. Sin embargo, y gracias a un auténtico apego al valor de la paz se pudo limitar la pérdida de vidas humanas. Las ceremonias simbólicas de la conquista de la paz han permitido curar las heridas.
En el 2003, con la carta pastoral «¡Si rehabilitáramos la política!», los Obispos han llamado la atención de los partidos políticos sobre la tarea que tienen para educar sus militantes, para animar la escena política y estar subordinados al primado del servicio a la nación y no de los intereses de las coaliciones o de sus propios miembros.
Con una tasa de crecimiento del 5% en 2008, Mali está actualmente acumulando riqueza; sin embargo la pobreza
arrecia por todas partes, con sus corolarios de corrupción y de malversación de fondos; los pobres parecen ser una presa fácil de la injusticia. También la Iglesia la ha sufrido en una disputa inmobiliaria (territorial).La Iglesia se hace presente en el ámbito de la educación y de la sanidad a través de sus organismos y sus asociaciones, y el sostén a sus asociados en el desarrollo. Este año, Caritas de Mali celebra sus 50 años. Son numerosas las ayudas urgentes y los programas de promoción social y económica que dan testimonio del inseparable ligamen entre fe y acción.
Los líderes religiosos (católicos, protestantes y musulmanes) han sacado provecho que el Estado los haya invitado a las reuniones de reflexión sobre las grandes cuestiones de la sociedad para crear «la sagrada alianza de los religiosos». Es un círculo cualificado, donde los líderes de las comunidades religiosas, en caso de crisis, intercambian puntos de vista y juntos, deciden las acciones a realizar para promover la paz entre las propias comunidades, pero también entre algunos grupos sociales y de gobierno. Hoy, el problema del Sida representa uno de los compromisos de la sagrada alianza.
Algunos movimientos sociales recientes surgidos de un nuevo código sobre las personas y la familia han abierto un vasto ámbito de reflexión sobre la ley, la democracia, y los valores culturales, especialmente religiosos.
Padre Edouard TSIMBA, C.I.C.M., superior general de la Congregación del Corazón Inmaculado de María (Misioneros de Scheut) (Unión de Superiores Generales)
Los hombres y mujeres fieles al Evangelio se comprometen, a veces hasta el martirio, por un mundo más justo y más solidario. Nuestros pueblos han obtenido reconciliaciones nacionales que son modelos para los demás continentes. La mirada que muchos le reservan a las sociedades cuyo crecimiento se ha visto afectado debe, por ende, cambiar.
Sin embargo, aún queda mucho por hacer. Nuestras bellas declaraciones, nuestros documentos no cambian automáticamente la realidad de nuestros pueblos. Los mensajes de reconciliación, de paz, de justicia y de unidad no son, inicialmente, externos, sino que también nos hablan a nosotros mismos porque la crisis externa lo es también «ad intra». No se llegará a la reconciliación por medio de discursos y declaraciones, ya que es una opción fundamental de vida que requiere una conversión cotidiana, en el interior de nuestra Iglesia y de nuestras comunidades. Nuestra misión de sanar las relaciones entre las personas no se llevará a cabo si en nuestras propias comunidades no se practican el verdadero perdón, la búsqueda de la verdad, la preocupación por la justicia, en pocas palabras, el verdadero amor en una comunidad de hermanos y hermanas… No sirve de nada hablarles de paz a los demás si la verdadera paz no reina en nuestras propias comunidades.
Debemos refrescar la manera de concebir nuestros compromisos religiosos. Los momentos de formación permanente se hacen entonces imprescindibles. Es igualmente imprescindible que promovamos un movimiento eficaz de refundación.
Que nuestras escuelas y universidades católicas formen los corazones y no solamente las cerebros, que las fábricas de armas de guerra dejen de existir.
Cardenal Christian Wiyghan TUMI, arzobispo de Duala (CAMERÚN)
El pecado, alejando al hombre de Dios, lo convierte en enemigo de Dios. Dios toma la iniciativa de salvar al hombre. Éste vuelve a Dios con la oración a través del arrepentimiento. Sus sacrificios tienden a «aplacar a Dios», que estaba hasta ese momento irritado por la desobediencia del hombre.Es a través de Jesucristo que el hombre se reconcilia plenamente con Dios. Lavando la desobediencia de Adán (Rm 5, 19), Jesús trae la paz a través de la sangre de su Cruz. El Cristo cumple la reconciliación del hombre con Dios.
Reconciliados con Dios en Jesucristo, los hombres se vuelven entre ellos hermanos y hermanas. Acoger la Palabra de Cristo, lleva a los hombres a reconciliarse con Dios. Los fieles de Cristo se transforman en misioneros del perdón.
Por lo tanto, para reconciliarse con el prójimo, la reconciliación con Dios es un requisito imprescindible. La reconciliación en nuestras familias, entre los pueblos de la tierra, no es posible sin Dios. Solamente los hombres reconciliados con Dios pueden construir un mundo de paz y de justicia.
Monseñor Claudio Maria CELLI, arzobispo titular de Civitanova, presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales (CIUDAD DEL VATICANO)
El mensaje final de la Primera Asamblea Especial para del Sínodo de los Obispos que tuvo lugar a finales de 1994, hacía énfasis en los desafíos de la comunicación en la Iglesia -Familia de Dios en África, mencionando la necesidad de ser creativa en el primer areópago de los tiempos modernos: «hasta cuando seamos solamente consumidores en este sector, correremos el riesgo de cambiar la cultura sin quererlo, sin saberlo siquiera».
La exhortación «Ecclesia en África» ha dedicado 11 artículos a los medios de comunicación social y ha hecho de él uno de los 5 pilares para la edificación de la Iglesia- Familia de Dios». Después del primer Sínodo se han creado facultades de comunicación social en seno de la universidad católica, emisoras radiofónicas y televisivas. Hoy operan al menos 163 radios repartidas en 32 países (antes de 1994 eran apenas 15) administradas y animadas por las diócesis, congregaciones y organizaciones católicas. Algunas diócesis tienen un sito internet; innumerables son las publicaciones a nivel regional, diocesano y parroquial.
En agosto de 1999 el CEPACS (Comisiones de Pastoral de la Comunicación) ha publicado un plan pastoral continental intitulado «para una Iglesia comunicativa» donde se incorporan las recomendaciones de «Ecclesia en África».
No cabe duda que hay «evoluciones positivas» pero el «Istrumentum Laboris» confirma que no han tenido mucha repercusión las decisiones tomadas hasta ahora, muchos desconocen totalmente el plan pastoral del CEPACS publicado en 1999. Sin coordinación y planificación, la comunicación (EIA n. 126) no puede ser eficaz. Se necesita además establecer estrategias y planes pastorales regionales y nacionales, inimaginables sin la presencia de recursos humanos competentes.
Parecería oportuno sostener también las asociaciones de comunicadores católicos «proporcionando una sana formación humana, religiosa y espiritual». Pienso en el UCAP (Unión Católica Africana de prensa), la rama continental de la UCIP (Unión Católica Internacional de la Prensa).
Las recientes tecnologías de la información, dan lugar a una nueva cultura que llamamos digital. Es cierto que en el gran contexto africano, tal cultura es aún incipiente, mas los datos recientes demuestran que el crecimiento es sorprendentemente rápido. Todo ello plantea un reto pastoral a la Iglesia en África: ¿cómo dialogar, cómo estar presentes, cómo evangelizar dicha cultura?.
Finalmente, señalar también la exigencia de dar vida cuanto antes a una agencia de prensa continental para la Iglesia en África.El pasado mes de abril, nuestro Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales en colaboración con la AMECEA (Asociación de las Conferencias Episcopales de África Oriental) ha organizado un seminario de estudio para alrededor de 80 jóvenes, sobre el tema de la comunicación al servicio de la justicia, de la paz y de la reconciliación. Esta primera iniciativa responde a las exigencias de promover la formación a todos los niveles. El desafío al que me refería, no se resuelve sólo con máquinas tecnológicas cada vez más sofisticadas sino con personas formadas para tal propósito en el sector de la comunicación. Por este motivo el Pontificio Consejo está disponible para colaborar con las varias Conferencias Episcopales procurando becas para favorecer la formación de sacerdotes y religiosas.
<
br>[Texto original: italiano]
Monseñor Joseph KUMUONDALA MBIMBA, arzobispo de Mbandaka-Bikoro (REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO)
Desde la implantación de la Iglesia en África y más especialmente en la República Democrática del Congo, la educación escolar se ha beneficiado de una singular atención por parte de la Iglesia. Por ello, las escuelas de todos los niveles, así como los Institutos Superiores y las Universidades, constituyen lugares de apostolado. La Iglesia ha invertido en ello para asegurar una formación integral del hombre según la visión evangélica, a fin de garantizar su florecimiento y de hacerla apta para poner sus talentos al servicio de la comunidad.
Sin embargo, la crisis multiforme, ligada a las guerras continuas, ha originado unas consecuencias deplorables en el sector de la educación. Dichas consecuencias deplorables amenazan con perdurar demasiado si no las tomamos en cuenta. Porque una educación mal asentada compromete el futuro de las jóvenes generaciones y sacrifica las potencialidades que hubieran servido a toda la nación. Lo que es injusto y no garantiza la paz. Porque los jóvenes frustrados están a merced de los pescadores en aguas turbulentas.
En un clima de complacencia engendrado por las prácticas deshonestas, la calidad de la enseñanza no está asegurada. Los organizadores, los gestores y los padres son conscientes de que los diplomas entregados no representan el nivel intelectual y moral apropiado a las exigencias del mundo científico y del trabajo. Naturalmente, la Iglesia, que sigue invirtiendo una buena parte de su personal, no está para nada satisfecha de tales resultados.
Para mejorar los servicios de la Iglesia en el ámbito escolar, proponemos:
1. Imaginar un sistema de gestión escolar que garantice la libertad de la Iglesia para una formación cualitativa de la juventud.
2. Solicitar una colaboración directa entre los organismos internacionales (UNESCO) y la Iglesia para que los medios adjudicados a la formación de los jóvenes puedan servir de provecho de forma real y directa a la educación de los mismos.
3. Que las Congregaciones que tengan como carisma la educación inviertan en las escuelas, velando sobre todo por los hijos de los pobres, para impedir el surgimiento de diferencias de clase.
4. Que la formación asegure el acceso a los puestos de trabajo.
Haciendo esto, estamos persuadidos de que la Iglesia en África podrá cumplir su misión en un medio donde se pueda inventar un porvenir; estará entonces en condiciones de garantizar a todos los jóvenes las mismas oportunidades y las mismas ocasiones para un porvenir de justicia y de paz.
Cardenal Renato Raffaele MARTINO, Presidente del Consejo Pontificio «Justicia y Paz» «Justiça e Paz» (CIUDAD DEL VATICANO)
En su discurso de clausura de la Conferencia de presentación en África del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (Dar-es-Salaam, Tanzania, 27-30 de Agosto de 2008), el Cardenal Renato Rafael Martino solicitó a los participantes que aplicaran este documento con discernimiento en las diferentes realidades socioculturales de sus países, sin esperar que algún otro lo hiciera por ellos o, en su lugar, puesto que es una responsabilidad de las Iglesias locales del continente. Es un placer constatar que aquéllos, a través de numerosas iniciativas, han contribuido a la difusión del Compendio. Es a los Africanos mismos que se pide sean la sal de la tierra y la luz del mundo en este bello Continente, tan diferente y tan rico.
Los Obispos son alentados a encontrar los modos más adecuados para la difusión e interpretación correcta de la Doctrina social, para traducirla y enseñarla, también en las lenguas africanas, en particular en las casas de formación sacerdotal y religiosa, en la catequesis, en los centros e institutos católicos de enseñanza superior, en los gremios, concretamente junto a los parlamentarios, políticos y magistrados católicos.
El compromiso por la reconciliación, la justicia y la paz, además de la tarea de transformar las realidades sociales, no pueden ser llevados a buen término sin la inspiración de la Doctrina social de la Iglesia, que sigue ofreciendo su luz para señalar los caminos del hombre, de la sociedad y de la Iglesia en el corazón del mundo de hoy.
Para favorecer un conocimiento profundo y una mejor difusión de esta Doctrina, sugiero que se cree en África un Instituto superior católico, de vocación continental y universal, especializado en la formación social.
Padre Gérard CHABANON, M. Afr., superior general de los Misioneros de África (Padres Blancos) (Unión de Superiores Generales)
Me gustaría desarrollar el tema del diálogo interreligioso como camino de reconciliación. El mapa de nuestro mundo y de África en particular, está sembrado de conflictos homicidas, algunos de los cuales, por desgracia, duran ya demasiado tiempo. Estoy pensando concretamente en la situación de los países de los Grandes Lagos, pero también en Darfur. Sin excepción, casi todos estos conflictos tienen una dimensión o elementos religiosos.
Como bien sabemos, el diálogo interreligioso puede adoptar diversas formas: desde el diálogo de vida al encuentro espiritual. Es un camino estrecho, a veces duro y peligroso, que requiere, para empezar, una gran confianza en el otro. Una confianza que no es ingenuidad, sino deseo de comprender, de conocer, de amar. Me parece que los fundamentos del diálogo interreligioso son, antes que nada, actitudes espirituales.
Pero este diálogo no está reservado a los especialistas. Está en muchos grandes pueblos africanos, es cotidiano en numerosas familias cristianas que comparten un mismo techo, una misma cocina con sus hermanos y hermanas musulmanes. Los responsables de la Iglesia deben ayudar a estos cristianos, iluminarlos e invitarlos a caminar juntos hacia un futuro mejor. Todos tenemos necesidad para ello, de pasar por encima de un buen número de prejuicios, de ideas preconcebidas y propósitos alarmistas.Me gustaría, en conclusión, hacer una propuesta concreta. Numerosas Conferencias Episcopales, diócesis y parroquias han formado Comisiones de Justicia y Paz. Más que crear o añadir otra Comisión para el diálogo interreligioso, sugeriría que dichas Comisiones de Justicia y Paz ya existentes, agregaran una o dos personas sensibles a las cuestiones interreligiosas, lo que permitiría esclarecer, explicar y acompañar esta dimensión esencial.
Monseñor Joachim NTAHONDEREYE, obispo de Muyinga (BURUNDI)
En Burundi, la doble experiencia contrastante de una guerra civil homicida y de la ardua tarea de restaurar la paz por la reconciliación en la justicia, nos ha convencido de la exigencia de trabajar juntos, a nivel regional e interregional.
Aunque diferente de un país a otro, la historia de los conflictos sociopolíticos en nuestra región, presenta constantes comunes que reclaman la conjunción y la coordinación de los esfuerzos para la búsqueda de la reconciliación y de la paz.
Así también nosotros, miembros de la Conferencia Episcopal de Burundi, alentados por la experiencia hecha junto con la Conferencia Episcopal de Tanzania desde 2002 en la Pastoral de los refugiados y desplazados por la guerra, deseamos proponer lo siguiente:
Que esta Asamblea renueve aún la recomendación ya hecha en Ecclesia in África de «una solidaridad pastoral orgánica» (EA 131-135). En los niveles regional e interregional tenemos que tomarnos a pecho la necesidad de un trabajo en sinergía con la intermediación de órganos efectivos de análisis de situaciones y de coordinación de la acción, así como de mecanismos apropiados de seguimiento y evaluación.
Y por lo que concierne a la Región de los Grandes Lagos, reiteramos en el emplazamiento de la ACEAC y la AMECEA, así como de las Conferencias Episcopales de Kenya, Uganda, R. D. del Congo, Ruanda y Tanzania, nuestra propuesta de celebr
ar una Conferencia internacional sobre la Paz y la Reconciliación en esta región. Esta Conferencia nos dará la ocasión de discutir juntos la aplicación de la recomendación y nuestro deber común de ser la sal y la luz en esta dinámica de la Conferencia permanente empezada por nuestros responsables políticos para la seguridad, el desarrollo, la democracia y el buen gobierno en la región.
Monseñor Jean-Claude BOUCHARD, O.M.I., obispo de Pala, Presidente de la Conferencia Episcopal de Chad.
Durante este Sínodo decimos una y otra vez que la Iglesia-Familia de Dios es el lugar del sacramento del perdón, de la reconciliación y de la paz, pero ¿Cómo ejerce Ella este ministerio?, ¿Qué relación hay entre sus diferentes intervenciones al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz y el ejercicio del ministerio sacramental en sí? Y en la vida de los cristianos y de las comunidades, ¿Cuál es el nexo entre el ejercicio de este «ministerio de la reconciliación», (2Co 5,18) de los que también son los depositarios como miembros de la Iglesia, y la celebración en iglesia del sacramento de la reconciliación hecha por ellos mismos? En otras palabras, el sacramento tal y como se celebra actualmente en nuestras comunidades, ¿Es el resultado y la fuente del ministerio de la reconciliación: una Iglesia reconciliada que es reconciliadora? O no es más bien este sacramento, frecuentemente, un tipo de rito, hecho rápidamente, para sentirnos con la conciencia tranquila ante Dios, lejos de los que dice el apóstol Pablo: «el cual nos capacitó para ser ministros de una nueva Alianza, no de la letra, sino del Espíritu. Pues la letra mata más el Espíritu da vida» (2 Co 3,6). La sesión de este Sínodo sobre la Iglesia en África al servicio de la reconciliación, de la justicia y de la paz, ¿No debe ser para nuestras comunidades y nuestras Iglesias, una ocasión para renovar la manera en la que se vive el sacramento del perdón y de la reconciliación? Hacer que este sacramento sea vivido, a nivel individual y comunitario «en el Espíritu que da la vida».
[Texto original: francés]Padre Francesco BARTOLONI, C.PP.S., moderador general de los Misioneros del Precioso Sangre (Unión de Superiores Generales)
La Iglesia africana reconoce que la reconciliación es principalmente el trabajo de Dios en Cristo. En este sentido la reconciliación es más una espiritualidad que una estrategia, pero debe ser una espiritualidad que conduzca a los miembros de la Familia de Dios en África a ser embajadores de Cristo (2 Co 5, 20) que construyen un espacio para la verdad, la justicia, la curación y el surgimiento de una nueva creación (2Co 5, 17). Es esta espiritualidad que también mueve a la Iglesia, como embajadora de Cristo, a dialogar con la espiritualidad de los pueblos del Islam y de las religiones tradicionales africanas.
Pero África no es solamente un lugar de sufrimiento y explotación, es también el continente cuyos países están experimentando un rápido crecimiento social y económico. La Iglesia tiene una oportunidad importante para animar y guiar dicho crecimiento a través de la formación de líderes buenos y honestos que trabajen en favor de la felicidad y del crecimiento social de la población de sus países, sin distinción de razas, religión y estatus social. Debemos animar a los pueblos africanos a que reconozcan y acepten que tienen, con la ayuda de Dios, la habilidad de forjar su propio destino. Aquí la Iglesia tiene la oportunidad de ser defensora de la relación y de la importancia de las dimensiones espirituales de la cultura, que ha tenido un lugar central en la cultura africana.
La Iglesia africana debe dar testimonio que hemos sido reconciliados por Cristo y que se nos ha dado su ministerio de reconciliación. Lo hacemos primeramente a través del testimonio de vida como comunidad de fe. No puede haber una auténtica proclamación de reconciliación sin este primer paso (53). El camino para la reconciliación en África comienza con el reconocimiento de nuestra necesidad de reconciliarnos como Iglesia. El cuerpo de Cristo, que es la Iglesia africana, debe unirse en el amor de Cristo. Debemos ser el modelo de unidad en el que todos los miembros del cuerpo estén dispuestos a compartir el sufrimiento, de la misma manera en que comparten la alegría (1 Co 14, 26).De este modo, demostramos el poder unificador de las aguas del bautismo y de la preciosa Sangre de Cristo y somos capaces de invitar a todos a participar en el misterio redentor de Cristo.
Monseñor Robert Christopher NDLOVU, arzobispo de Harare, Presidente de la Conferencia Episcopal de Zimbabue
Los que trabajan en el seno de la Iglesia, a pesar de las propias posiciones, tienen el deber y la responsabilidad de ser agentes de evangelización y de testimonio cristiano. Lo mismo vale para las instituciones eclesiales. Los obispos deben ser agentes proféticos de la Palabra en nuestro atormentado continente africano. Deben hablar en nombre de los oprimidos, que gritan al Señor que los libere. En el cumplimiento de los propios deberes deben dar también buen ejemplo de fraternidad en la Iglesia – familia de Dios y de unidad en la familia cristiana. Deben actuar además en estrecho contacto con sus sacerdotes, que son sus principales colaboradores en la obra de evangelización. Un motivo de preocupación, según mi opinión, consiste en el apoyo que algunos sacerdotes y religiosos dan abiertamente a los partidos políticos. Esto trae como consecuencia la división de las comunidades cristianas a las que están llamadas a servir. Y tampoco es insólito escuchar que algunos sacerdotes no apoyan las actividades de justicia y paz en sus parroquias. Por lo tanto, es vital que los candidatos al sacerdocio comprendan bien la doctrina social de la Iglesia durante los años de su formación. A este respecto, creo que la Iglesia no ha invertido lo suficiente. El clero también necesita comprender continuamente la urgencia de curar a todos los niveles del sufrimiento humano: ya se trate de conflictos familiares, de conflictos étnicos o de traumas posbélicos.
Los fieles laicos se encuentran en una posición mejor, en cuanto eficaces operadores de reconciliación, de cura, de justicia y paz en la comunidad. Se necesita una incesante formación permanente para que sean cada vez más eficaces. Esta formación puede darse a través de los programas de las pequeñas comunidades cristianas o a través de las actividades de movimientos y asociaciones.
Los católicos tienen la debilidad, en general, de no comprometerse activa y positivamente en política. A veces, cuando se comprometen activamente en política, se convierten en agentes de destrucción, como ha sucedido recientemente en mi país, Zimbabue.
Nuestra esperanza es que el Sínodo pueda sugerirnos modos adecuados para mejorar nuestra sociedad, a través de una auténtica reconciliación, trabajando en favor de una justicia y una paz sostenibles en nuestro amado continente.
[Texto original: inglés]
Monseñor Evaristus Thatho BITSOANE, obispo de Qacha’s Nek, presidente de la Conferencia Episcopal de Lesotho.
La Iglesia en Lesotho, como en muchas otras Iglesias en África, está comprometida en los sectores de la salud, de la instrucción y del servicio a los pobres.
Lesotho es católico en un 50% de su población y la Iglesia posee la mayor parte de las escuelas del país. Con estas premisas se podría esperar que los principios católicos prevalecen en el desarrollo de este país.
Por el contrario, las personas abrazan cualquier cosa que les permita llevar el pan a la mesa, aunque sean opuestas al magisterio de la Iglesia.
Muchos países africanos han firmado el Protocolo de Maputo y Lesotho no es una excepción. No obstante los servicios ofrecidos por nuestros hospitales católicos sean apreciados por muchos, tememos que muchos abortos serán realizados en clínicas privadas.
De lo que la Iglesia en Lesotho t
iene necesidad para poder continuar desarrollando su servicio a los pobres es que las Iglesias hermanas de los países desarrollados hagan presión sobre sus gobiernos para que no promuevan ideologías que son extrañas para los africanos.
En este período de transición hacia la independencia financiera, África necesita todavía el sostén de las Iglesias hermanas del mundo desarrollado.
Monseñor Franklyn NUBUASAH, S.V.D., obispo titular de Pauzera, vicario apostólico de Francistown (BOTSBUANA)
Botsbuana es un pequeño país, estable y democrático, con un buen gobierno y respetuoso de la ley. Somos un país con ingresos medios, que atrae a gente de otros lugares de África. Somos un refugio de paz, ya que no tenemos experiencia de conflictos o guerras en nuestro país. Hay un buen número de refugiados solicitando asilo. Tenemos la paz gracias a un mecanismo tradicional, el kgotla, es decir, el grupo en que se crean las reglas y donde el diálogo es respetado. Nuestra creencia es que la mayor guerra es la de las palabras. La Iglesia ha introducido esta práctica cultural en las parroquias para ayudar a promover la paz y el entendimiento.
Ahora mismo, hay presión hacia nuestros recursos, mercado de trabajo e instalaciones sanitarias, causado por el flujo de gente, debido a la situación sociopolítica de la región. Tenemos que vérnoslas con la xenofobia, debida a la violenta caída de la economía. La Iglesia ha estado con la gente promoviendo la paz y la fraternidad. No ha habido necesidad para las minorías de usar la violencia para hacer saber sus inquietudes.
El SIDA es un desafío para los países del África del Sur. Botsbuana está trabajando duro a través de la educación para prevenir nuevas infecciones. Se dispone de tratamiento para los ciudadanos pero, desafortunadamente, no para los refugiados y extranjeros residentes en nuestro país. El SIDA ha causado estragos en las fundaciones de la sociedad de Botsbuana. Tiene el potencial de ser usado como arma para las guerras y conflictos: ¿cómo olvidar a uno que deliberadamente te ha infectado con el virus mortal?
La Iglesia Católica está sólo desde hace 81 años en Botsbuana, con un 4% de la población perteneciente a la Iglesia. Nuestras instituciones educativas han contribuido a la educación y formación de líderes en el país que ayudan al mantenimiento de la cultura de paz.
La Iglesia trabaja también con el Consejo Mundial de Iglesias y otras ONG’s para aliviar el sufrimiento y promover la fraternidad de hombres y mujeres, eliminando la necesidad de luchar contra los escasos recursos. Buscamos ser la sal que conserve la paz siendo fiel a nuestras prácticas culturales, promotoras de paz. La Iglesia en África puede aprender de la experiencia de Botsbuana para promoverla.
Padre Jacob BEYA KADUMBU, C.I., vicario general de los Josefinos de Bélgica (Unión de Superiores Generales)
El primer Sínodo africano había definido a las Comunidades eclesiales vivas (CEV) como una prioridad pastoral de las Iglesias de África. Por esto, la Iglesia africana no puede aceptar los desafíos de la reconciliación, la justicia y la paz, ignorando la experiencia y la aportación de estas pequeñas comunidades. Constituyen lugares de prevención y resolución de los conflictos, lugares en los que el misterio de Cristo se revela y se convierte en realidad conocida, creída y vivida. En estas comunidades reinan la gratuidad, la solidaridad, un destino común; se motiva a todos a construir la Familia de Dios, familia abierta de par en par al mundo, y que no excluye absolutamente a nadie.
Desafortunadamente, este enfoque está lejos de ser la realidad. Testimonio de ello son algunas masacres y saqueos en África, en los que están implicados miembros de las CEV. Esto pone en entredicho la sinceridad de su fraternidad y su solidaridad; por consiguiente, se hace necesario y urgente que la fraternidad humana de las CEV deje de basarse en la sangre para arraigarse en la fe en Jesucristo.
A parte del sacramento de la reconciliación, instrumento privilegiado para la reconciliación con Dios, con uno mismo y con los demás, las CEV viven otras experiencias de reconciliación, como la pacificación, que no pueden subestimarse.
En definitiva, las CEV siguen siendo lugares de celebración y de vida de las virtudes teologales.
Monseñor Cyprian Kizito LWANGA, arzobispo de Kampala (UGANDA)
Para dar la visión de Caritas África, que es la de tener la vida y tenerla en abundancia (Jn 10,10), consideramos que nuestra misión es la de dar testimonio del amor de Dios (Hc 1,8) trabajando en el desarrollo integral del ser humano con una atención prioritaria hacia los pobres y los más necesitados. África se enfrenta cotidianamente a enormes desafíos, y grandes franjas de la población de muchos países africanos padecen conflictos, desde la insatisfacción social, a las guerras, desde las catástrofes naturales a las calamidades por las sequías, inundaciones y ciclones. Las enfermedades, el SIDA incluido, la malaria y otras patologías de las cuales se habla menos, están causando muchas dificultades a las personas y a las familias.
En cada país, Caritas está presente para enfrentarse a estos numerosos problemas y para llevar alivio a los miembros más débiles de la sociedad. La función de Caritas, sin embargo, no es solamente la de intervenir en situaciones de emergencia y ofrecer asistencia. Su papel va mucho más allá. Está llamada a ser un aporte para el desarrollo integral de las personas. Esta misión combinada de Caritas es a menudo mal interpretada, no obstante lo cual, ella está bien desarrollada en el continente africano.
Una rápida mirada al trabajo que las organizaciones de Caritas en África desarrolla entre bambalinas, muestra el amplio espectro de actividades que se realizan en cada país africano. Potenciar las comunidades, la educación y la formación para el desarrollo de las áreas rurales, de la sanidad, de la gestión ambiental, de la capacidad de crear un desarrollo sostenible, la formación de las habilidades personales para la gestión, la formación para gobernar y el asesoramiento psico-social, son algunas de las actividades que numerosas organizaciones de Caritas en África comparten. Ellas contribuyen plenamente y en el verdadero sentido de la palabra a la reconciliación y a la promoción de la justicia social en los países donde trabajan.
El trabajo de muchas organizaciones nacionales de Caritas en África son sostenidas por diferentes «patrocinadores» de países desarrollados de otras regiones del mundo. Esta eficaz colaboración es muy loable. Como confederación compartimos valores y principios, respetamos al dignidad de los seres humanos, creemos en la solidaridad y en el compartir, nos dedicamos al servicio y estamos convencidos de que la subsidariedad es clave para la cooperación armónica entre colaboradores.
Monseñor Jorge Enrique JIMÉNEZ CARVAJAL, C.I.M., arzobispo de Cartagena (COLOMBIA)
Milemomo miles y miles de seres humanos de raza negra llegaron a toda América donde se les subastaba y se les hacia laborar hasta la muerte.
Cartagena tuvo la poca fortuna de haber sido puerto principal de este infame comercio pero tuvo la fortuna de albergar el mayor testimonio de santidad de aquel jesuita San Pedro Claver , apóstol de los esclavos cuyo cuerpo reposa en nuestra Catedral, que vivió para protegerlos, conducirlos a la fe y enseñarles el amor a Dios y el amor de Dios que sin duda alguna los hizo sobrevivir para poder hoy día tener la capacidad de decir desde la fe cristiana su propia palabra.
Pedro Claver esperaba los » barcos negreros » con una óptica diferente a la de quienes negociaban con ellos. Para esos comerciantes llegaban «esclavos para el trabajo, para el apóstol llegaban «hijos de Dios», que exigían entender toda la verdad del Evangelio. El Negro crece en la Fe y la vive pero se pregunta por el látigo que us
a un compañero suyo en la misma fe y no encuentra respuesta.
Todo este capítulo de la «Historia Universal de la Infamia», como la llama Sábato, ocurrió 15 siglos después de la llegada del Señor Jesús y hace parte de las sombras que debemos superar a plenitud para llegar a alcanzar linderos de dignificación mayor de un mundo «falsamente globalizado».
África es la «Patria Grande» todas nuestras negritudes desde Canadá a la Tierra del Fuego incluyendo toda la maravilla de la presencia de esta raza en las Antillas y en el Caribe.
Cuántas cosas que hacen grande al Continente Americano sólo han sido posibles con el aporte de las negritudes herederas de tantas riquezas que siguen ocultas de esta raza, de tanta riqueza de símbolos que enriquecerían con el paso de los tiempos el mensaje cristiano, de tanta alegría en el creer en la fe, así la vida sea dura con ellos. La historia del Africa en América no es asunto del ayer, es un hoy viviente.
Por eso creo que este Sínodo debe abarcar igualmente una palabra para las «Negritudes» americanas (espero que hayan notado que uso la palabra «americano» para designar toda la América, la del norte, la del centro, la antillana, la caribeña, la del sur ). Gran parte del corazón de ellas vive aun y seguirá viviendo en el África y lo que les suceda aquí lo apreciarán y vivirán como propio.
Monseñor Velasio DE PAOLIS, arzobispo titular de Telepte, presidente de la Prefectura para los Asuntos Económicos de la Santa Sede (CIUDAD DEL VATICANO)
El tema de la justicia ocupa un lugar fundamental en la reflexión de esta Asamblea. Está en el título y recorre también todo el texto del Instrumentum laboris, al igual que de la Relatio ante disceptationem.
A la raíz de la vida cristiana está el amor cristiano, que Jesús presenta como signo de su presencia en sus discípulos (Cf. 13, 25); pero la realización del testimonio del amor pasa necesariamente por dar testimonio de la justicia.
El concepto estricto de justicia, que pertenece a la antigüedad y fue elaborado y perfeccionado por la tradición cristiana como virtud que da a cada uno lo que le corresponde, forma parte del patrimonio cristiano. Es más, en la fe cristiana se eleva a un nuevo esplendor, porque resplandece de manera luminosa la dignidad de la persona humana, con la serie de derechos y deberes que son su prolongación. De este modo, la justicia, aun siendo camino del amor y vía al amor y, por lo tanto, abierta a la gratuidad y al amor, conserva un papel específico suyo, como subraya el Santo Padre Benedicto XVI en la Encíclica Caritas in Veritate, n. 6.
La justicia se debe llevar a la práctica; es más, la práctica constituye la verificación de la doctrina que se enuncia. Sería vano proclamar los derechos, si no se protegieran con medios adecuados. La justicia se instaura con una recta administración de ésta, que asegura en la comunidad el suum para cada fiel. Esto presupone que existan medios adecuados y se usen rectamente, se garantice que se respeten las leyes de la Iglesia, a través de los organismos competentes, especialmente a través de los tribunales previstos por la legislación canónica. La justicia está garantizada cuando todos se someten a la misma ley de la Iglesia y se respetan los derechos de todos. Se exige sobre todo que el ejercicio de la autoridad sea verdaderamente evangélico, como servicio a las personas, según las enseñanzas de Jesús y siguiendo su ejemplo. De la misma manera que los discípulos se reconocen por la práctica del amor evangélico, análogamente el ejercicio de la autoridad de modo evangélico se reconoce por el hecho de que se lleva a cabo a imagen del Hijo del hombre que no vino a ser servido, sino a servir y a dar la propia vida.
Monseñor Joseph Mukasa ZUZA, obispo de Mzuzu (MALAWI)
La Iglesia católica debe trabajar unidamente a las otras Iglesias cristiana y a los musulmanes en la promoción de la reconciliación, la justicia y la paz. En Malawi la Iglesia católica ofrece servicios sanitarios y educativos orientados al desarrollo y a la administración pública, mediante los siguientes organismos ecuménicos e interreligiosos:
– Comisión para las Relaciones Públicas (PAC) que se ocupa de educación cívica, derecho, constitucionalismo y buen gobierno.
– Comisión Cristiana papar los Servicios (CSC) que se ocupa del desarrollo.
– Asociación cristiana sanitaria del Malawi (CHAM), que coordina y ofrece asistencia asesoramiento a las Iglesias en materia de salud.
– Asociación de Educadores Cristianos del Malawi (ACEM) que coordina las actividades educativas de las Iglesias.
– Asociación interreligiosa del Malawi para la curación del SIDA, que coordina y sostiene las comunidades de fe que se ocupan de HIV/SIDA.
– Centro Ecuménico de Orientación (ECC), que se ocupa de la orientación, sobre todo, en relación al SIDA/HIV.
Mientras agradezco por el trabajo conjunto en todas estas instituciones ecuménicas e inter-religiosas, todavía existe desconfianza y mala voluntad. Es un desafío, pero seguiremos trabajando juntos por el bien de nuestra gente y de nuestra nación Malawi, el corazón caliente de África.
Seguidamente intervino el siguiente delegado fraterno:
Su Gracia Bernhard NTAHOTURI, Arzobispo de la Provincia de la Iglesia Anglicana de Burundi (BURUNDI)
El tema elegido para este Sínodo es un asunto pertinente para el África de hoy. Y en estas sesiones, la Iglesia (Católica) pone de manifiesto los riesgos de su trabajo pastoral para la sociedad africana. La Iglesia invita a todos sus miembros y otros cristianos, así como a otros creyentes y personas de buena voluntad a una dinámica que vaya hacia la revelación de un Dios creador y salvador de la humanidad; un Dios de amor y fuente de vida, para transformar las situaciones en que el africano está llamado a vivir.
Cuando miramos a nuestro alrededor, en el África profunda, observamos numerosas situaciones preocupantes, como el deterioro generalizado de la calidad de vida, la insuficiencia de medios para la educación de los jóvenes, la carencia de servicios sanitarios y sociales elementales, que generan la persistencia de enfermedades endémicas, la epidemia terrible del SIDA, el horror de las guerras fratricidas alimentadas por un tráfico de armas sin escrúpulos, los espectáculos vergonzosos y lamentables de los refugiados y desplazados, etc.:
África está en crecimiento, no en una situación estática. África bulle en todas las dimensiones: política, económica, social y cultural, y sobre todo espiritual. África es un continente de oportunidades. La Iglesia-Familia de Dios en África debe estar marcada por el sentido profundo de una fraternidad que va más allá de los límites de su propia familia, de la propia tribu o etnia, por la vida sagrada que recibe de Cristo, plenitud de la vida. Puesto que él está vivo, nosotros viviremos, y los miembros de la familia ecuménica responderán con su presencia a la cita de la fraternidad.
Por último, intervinieron los siguientes oyentes:
– Rev.da Hna. Felicia HARRY, N.S.A. (O.L.A.), Superiora General de las Hermanas de Nuestra Señora de los Apóstoles (GHANA)
Colaboración es la palabra clave en la búsqueda de la reconciliación, la paz y la justicia por parte de la Iglesia en el África actual. Las religiosas de África querríamos ver una mayor colaboración entre nosotras y las autoridades de la Iglesia, en un esfuerzo conjunto para llevar el mensaje de Cristo a nuestro pueblo. Colaboración no sólo cuando las decisiones que ya se han tomado deben ser aplicadas, sino también participando en el proceso de toma de decisiones, para contribuir con nuestro «genio» femenino de dulzura, de ternura, de disponibilidad para escuchar y al servicio de los demás (cf. Il, 114) de manera que podamos influir en la vida de las parroquias en las que trabajamos. A
demás de enseñar el catecismo a los niños, decorar las iglesias parroquiales, limpiar, remendar y coser vestiduras, las religiosas de África querríamos formar parte de los distintos consejos parroquiales. No queremos quedarnos al margen del órgano principal de la parroquia, queremos formar parte de éste. No queremos asumir las responsabilidades del párroco, sólo queremos ser consideradas como iguales en la viña del Señor; queremos compartir la responsabilidad de la Iglesia a la hora de trabajar por la reconciliación, la paz y la justicia en nuestro continente.
El dicho «la caridad comienza en el propio hogar» no está fuera de lugar en este contexto. Si nuestra Iglesia en África espera en la reconciliación, la paz y la justicia para nuestro continente, debemos comenzar por dentro. ¿Cómo podemos facilitar esto? Algunas sugerencias:
– Ningún grupo debería sentirse superior y dominar a los demás;
– Debería producirse un cambio de mentalidad hacia las mujeres, especialmente las religiosas, en la Iglesia africana;
– Todos deberían convertirse de corazón.
– Rev.do P. Seán O’LEARY, M.Afr., Director del Institudo «Denis Hurley Peace» (SUDÁFRICA)
El Denis Hurley Peace Institute (DHPI) fue instituido por la Conferencia episcopal de Sudáfrica (SACBC) con el fin de compartir con otros la historia trágica del pasado de Sudáfrica, un pasado que se basó en un racismo constitucional. El milagro de la transición introdujo el alba de la verdadera democracia y los arduos desafíos de la construcción, reconstrucción y reconciliación, que son hoy el verdadero núcleo de la obra de la Iglesia en Sudáfrica.ne La experiencia nos ha demostrado que el enorme impacto que tiene la Iglesia católica en el continente raramente se advierte en situaciones de conflicto. Los intentos de la Iglesia para intervenir en los conflictos son fragmentarios. Tenemos que apoyar más a los obispos y las diócesis que se encuentran en el frente de los conflictos. En esta misma sala hay muchas personas que han vivido la experiencia de los pueblos en áreas de conflicto, que han sabido mantener viva la esperanza en el corazón de su gente durante muchos años, en condiciones casi desesperadas. ¡Estos son héroes desconocidos!
La sugerencia de la Conferencia Episcopal de Sudáfrica es que se identifiquen a las personas claves (obispos, sacerdotes, religiosos y laicos) con el fin de formarles para que intervengan en la supervisión de la paz, en las negociaciones de paz y en el mantenimiento de las frágiles estructuras de paz existentes. Cuando estalla un conflicto concreto o potencial, dos o tres de estas personas bien formadas podrían ser invitadas a intervenir en el país en cuestión, sobre todo para apoyar a la Iglesia local de esa zona. La idea sería la de apoyar siempre a la Iglesia local. Podría convertirse en un grupo nuestro de «Pastores de la Paz», establecido como consecuencia directa de esta augusta Asamblea.
No tengo la intención de dar más trabajo a la Comisión Pontificia de Justicia y Paz, pero considero que es la autoridad más competente de la Iglesia para poder organizar dicha iniciativa.
– Rev.da Hna. Pauline ODIA BUKASA, F.M.S., Superiora General de las Hermanas «Ba-Maria», Buta Uele (REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO)
Se margina a la mujer africana a todos los niveles. Se la excluye casi por completo del proceso global de desarrollo del continente. Es víctima de los usos y costumbres ancestrales, y es ella la que actualmente lleva el peso de todos los conflictos armados que desgarran a África y, en particular, a la República Democrática del Congo. En este momento, en el que la Iglesia en África trabaja por la reconciliación de sus hijos e hijas, la mujer no puede ser ignorada. Ella tiene un gran protagonismo. En nuestros días, el dinamismo y la determinación de las mujeres para garantizar la supervivencia de sus hogares, para el cuidado y la educación de sus hijos es un recurso que hay que capitalizar por su plena implicación en el proceso de reconciliación en vistas de la paz verdadera.
Reconociendo los esfuerzos que ya realizáis en favor de la dignidad de la mujer, nosotras, vuestras madres y mujeres consagradas, os pedimos a vosotros, nuestros padres, los obispos en esta Iglesia-Familia que se promueva la dignidad de la mujer asegurándole los espacios necesarios para el despliegue de sus talentos en las estructuras eclesiales y sociales; que se apoye a las asociaciones o a las ONGD femeninas, que ya están luchando por la promoción de la mujer mediante la alfabetización y la educación; que se vuelvan a crear escuelas de la Iglesia católica para asegurar a la juventud una educación en los valores cristianos, africanos y humanos que puedan consolidar la estructura familiar; que se denuncien todas las violaciones contra las mujeres, los niños y todo la población, y que se les recuerde en voz alta a los autores de esta tragedia, tanto a nivel nacional como internacional, la grave responsabilidad que tienen ante Dios y ante la historia. Y que se haga justicia.
– Rev.da Hna. Geneviève UWAMARIYA, Hermana de Santa Maria de Namur (RUANDA)
Compartiré con vosotros mi experiencia de reconciliación con los presos, presuntos culpables de genocidio. Asimismo, os haré partícipes de los frutos de mi testimonio ante ellos y ante sus víctimas supervivientes.
Soy una superviviente del genocidio de los Tutsi de Ruanda en 1994.
Gran parte de mi familia fue masacrada en nuestra iglesia parroquial. Sólo ver ese edificio me llenaba de horror y de rebelión, al igual que el encuentro con los presos, me llenaba de asco y de rabia.
Mientras vivía en este estado de ánimo, sucedió un acontecimiento que cambió mi vida y mis relaciones. El 27 de agosto de 1997, a la una, un grupo de la asociación católica las «Damas de la Misericordia Divina» me llevó a dos cárceles de la región de Kibuye, mi ciudad natal. Venían para preparar a los presos al Jubileo del año 2000. Decían: «Si has matado, si te comprometes a pedir perdón a la víctima superviviente, la ayudarás así a liberarse del peso de la venganza, del odio y del rencor.
Si tú eres una víctima, te comprometes a perdonar a quien te ha hecho daño y así la ayudarás a liberarse del peso de su crimen y del mal que lleva dentro».
Este mensaje tuvo un efecto inesperado para mí y en mí …
Después de esto, uno de los presos se levantó con los ojos llenos de lágrimas y cayó de rodillas suplicando en voz alta: «misericordia». Me quedé petrificada al reconocer a un amigo de familia que había crecido con nosotros y con el cual habíamos compartido todo.
Me confesó que él mismo había matado a mi padre y me contó los detalles de la muerte de mis parientes.
Me invadió un sentimiento de piedad y de compasión: lo levanté, lo besé y le dije sollozando: «tú eres y sigues siendo mi hermano».
Entonces sentí que un gran peso desaparecía… Recuperé la paz interior y le dije gracias a la persona que estaba todavía entre mis brazos.
Con gran sorpresa, le oí gritar: «¡la justicia puede hacer su trabajo y condenarme a muerte, pero ahora yo estoy liberado!».
Yo también quería gritar a quien quisiera escucharme: «Ven a ver a quien me ha liberado, tú también puedes recuperar la paz interior».
A partir de este momento, mi misión fue recorrer kilómetros para llevar el correo de los presos que pedían perdón a los supervivientes. Distribuí 500 cartas y llevaba también el correo de respuesta de los supervivientes a los presos, que volvían a ser mis amigos y hermanos… Esto permitió encuentros entre verdugos y víctimas. Han sido numerosos los gestos concretos para manifestar la reconciliación.
– Los presos construyeron un pueblo para las viudas y los huérfanos del genocidio;
– construyeron asimismo el monumento conmemorativo delante de la iglesia de Kibuye;
– nacieron asociaciones de ex-presos con los supervivien
tes en las distintas parroquias y funcionan muy bien.
De esta experiencia deduzco que la reconciliación no es tanto querer reunir a dos personas o dos grupos en conflicto. Se trata, más bien, de que en cada persona vuelva a vencer el amor y dejar que acontezca la curación interior que permite la liberación mutua.
Y aquí radica la importancia de la Iglesia en nuestros países, pues ella tiene como misión ofrecer la Palabra: una palabra que sana, libera y reconcilia.