CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 11 de octubre de 2009 (ZENIT.org).- El cardenal Bernard Agré de Costa de Marfil ha tomado la palabra en el Sínodo de los Obispos de África para desenmascarar a los «asesinos financieros», hombres e instituciones que ahogan con préstamos inicuos a los países de ese continente.
El arzobispo emérito de Abidyán comenzó explicando que «las jóvenes naciones de África, al igual que las de América del Sur, etc., han tenido que recurrir a los bancos internacionales y a otros organismos financieros para realizar los numerosos proyectos encaminados a su desarrollo».
Ahora bien, denunció, «con mucha frecuencia, los dirigentes incapaces no han desconfiado lo suficiente. Y han caído en las trampas de esos hombres y mujeres que los iniciados llaman ‘los asesinos financieros’, los chacales apoyados financieramente por organismos avezados en los mercados desleales, que tienen como fin enriquecer los organismos financieros internacionales, hábilmente sostenidos por sus estados o por otras organizaciones sumergidas en el complot del silencio y de la mentira».
«Las ganancias asombrosas van a parar a los asesinos financieros, a las multinacionales y a algunos poderosos nacionales, que sirven de tapadera a los negociadores extranjeros», constató.
De esta forma, «la mayor parte de las naciones continúan sumergidas en la pobreza y en las frustraciones que engendra», explicó el cardenal.
Los «asesinos financieros», «portadores de financiaciones enormes, se ponen de acuerdo con sus colaboradores locales para que las grandes cantidades, prestadas con el sistema de intereses compuestos, nunca se puedan reembolsar rápida y completamente».
«Los contratos de ejecución y de mantenimiento se devuelven habitualmente, bajo forma de monopolio, a los respectivos prestadores. Los países beneficiarios hipotecan sus recursos naturales. Los habitantes, durante generaciones, quedan encadenados, prisioneros durante varios años».
«Para reembolsar estas deudas inagotables, siempre amenazadoras, como la espada de Damocles sobre la cabeza de los Estados, ‘el servicio de la deuda’ pesa duramente en el balance estatal, en el orden del 40-50% del Producto Interior Bruto».
«Maniatado de esta forma, el país respira con dificultad, se debe apretar el cinto ante las inversiones, los gastos necesarios para la educación, la salud y el desarrollo, en general».
«La deuda se convierte en una tapadera política para no responder a las reivindicaciones legítimas, con su conjunto de frustraciones y de desórdenes sociales, etc. La deuda nacional se presenta como una enfermedad programada por especialistas, dignos de los tribunales que juzgan los crímenes contra la humanidad, la conspiración en el mal para sofocar enteras poblaciones».
En este sentido, según el cardenal «la Iglesia, luz del mundo» debe «desempeñar su papel profético», comprometiéndose «concretamente en esta lucha por la verdad».
«Los especialistas saben que, desde hace años, la mayor parte de las deudas han sido efectivamente reembolsadas. Suprimirlas pura y simplemente no es un acto de caridad, sino de justicia».
Por esto, el cardenal pide al Sínodo de Africa que considere el problema de la condonación de las deudas.
Para que «no sea un mero arranque sentimental», el purpurado sugiere que «una Comisión internacional, compuesta por expertos de las altas finanzas, pastores informados, hombres y mujeres del Norte y del Sur, se hagan cargo del problema».
Esta comisión deberá «velar concretamente por la utilización transparente de las cantidades administradas, para que sirvan efectivamente a todos los elementos de la pirámide social: rurales y urbanos».