SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 16 de enero de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el tema: «Moral y leyes civiles».
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VER
Nuevamente el Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, hace gala de un laicismo excluyente, que está lejos de ser la sana laicidad que necesitamos para construir una democracia madura e incluyente. En réplica a las declaraciones que hemos hecho contra la ley de la capital del país que ha cambiado hasta el mismo concepto de matrimonio, homologándolo con la unión de personas del mismo sexo, dándoles incluso la facultad de adoptar niños, dijo: «La moral de la Iglesia no puede ser el fundamento de una ley… Lo que no se puede hacer es imponer una moral en la ley…, pues somos un Estado laico». Y en un tono sarcástico, el senador Manlio Fabio Beltrones presume de que no le preocupan las leyes divinas, sino las humanas. ¡Y estos son quienes aspiran a gobernar a todo el país! ¡Cuidado! Al hacer leyes sin tomar en cuenta la moral, se pueden hacer leyes inmorales. En esta denuncia ha llevado la voz cantante el cardenal Norberto Rivera Carrera, pues se trata de su arquidiócesis, pero le apoyamos cien por ciento.
En términos semejantes se expresan quienes critican que ya 18 Estados hayan hecho cambios constitucionales en sus legislaciones locales, para blindar el derecho a la vida desde la concepción. Insisten en que las Iglesias debemos estar ajenas a estos procesos jurídicos, pues juzgan que es una intromisión indebida en la vida nacional. Alegan el laicismo e incluso cabildean con legisladores para que éste se haga precepto constitucional. Tienen un concepto anticuado de laicismo, que en muchos países ha sido superado. Aducen una interpretación restrictiva del artículo 130 constitucional, y no tienen en cuenta la Ley de Asociaciones y Culto Público, que en su artículo 2º. nos garantiza el derecho de «no ser objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa por la manifestación de ideas religiosas», así como de «propagar» nuestra doctrina, en este caso sobre el matrimonio y el derecho a la vida. No estamos impidiendo que se cumplan las leyes civiles, sino que urgimos se respete nuestro derecho a proclamar nuestra fe, sin discriminación ni represión.
JUZGAR
En su discurso al Cuerpo Diplomático, acreditado ante la Santa Sede, y que aglutina a 178 países, acaba de decir el Papa Benedicto XVI: «La Iglesia está abierta a todos porque, en Dios, ella existe para los demás…La comunidad de los creyentes puede y quiere participar en promover un cambio efectivo de la mentalidad y establecer nuevos modelos de vida; pero para hacerlo es necesario que se reconozca su papel público. Lamentablemente, en ciertos países, sobre todo occidentales, se difunde en ámbitos políticos y culturales, así como en los medios de comunicación social, un sentimiento de escasa consideración y a veces de hostilidad, por no decir de menosprecio, hacia la religión, en particular la religión cristiana. Es evidente que si se considera el relativismo como un elemento constitutivo esencial de la democracia, se corre el riesgo de concebir la laicidad sólo en términos de exclusión o, más exactamente, de rechazo de la importancia social del hecho religioso. Dicho planteamiento, sin embargo, crea confrontación y división, hiere la paz, perturba la ecología humana y, rechazando por principio actitudes diferentes a la suya, se convierte en un callejón sin salida. Es urgente, por tanto, definir una laicidad positiva, abierta, y que, fundada en una justa autonomía del orden temporal y del orden espiritual, favorezca una sana colaboración y un espíritu de responsabilidad compartida.
Uno de estos ataques proviene de leyes o proyectos que, en nombre de la lucha contra la discriminación, atentan contra el fundamento biológico de la diferencia entre los sexos. Pero la libertad no puede ser absoluta, ya que el hombre no es Dios, sino imagen de Dios, su criatura. Para el hombre, el rumbo a seguir no puede ser fijado por la arbitrariedad o el deseo, sino que debe más bien consistir en la correspondencia con la estructura querida por el Creador. La negación de Dios desfigura la libertad de la persona humana. La naturaleza manifiesta un designio de amor y de verdad que nos precede y que viene de Dios» (11-I-2010).
ACTUAR
No pretendemos imponer una moral católica a todo un país, pero sí luchamos por que haya moral en la sociedad. Sin una moral básica, la sociedad se hunde, y lo peor es que la hundan los mismos legisladores. Hay una moral natural, es decir, la que respeta lo que la misma naturaleza implica, como es que el matrimonio sólo puede realizarse entre un hombre y una mujer; que los niños necesitan un padre y una madre, para que crezcan normales; que la vida es humana desde su inicio, en la fecundación y concepción, hasta su término natural; que todo ser humano vale como persona, independientemente de su edad, género, condición social, religión, cultura, e incluso de su tendencia sexual. Se le ha de respetar como persona, pero no se puede legalizar lo que es contra la misma naturaleza. Esta es nuestra palabra, y respeten nuestro derecho a emitirla. Son libres de asumirla o no, pero no nos repriman.