Cristo y los cristianos en el México moderno

Conferencia de monseñor Felipe Arizmendi Esquive en la Bienal Teológica

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CIUDAD DE MÉXICO, miércoles 20 de octubre de 2010 (ZENIT.org-El Observador).- En el marco de la introducción a la Bienal Teológica «Cristo y los cristianos en el México Moderno», el obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, pronunció una conferencia magistral en la que afirmó que «es aquí y ahora cuando los cristianos tenemos algo que aportar al México moderno: nuestra fe en Jesucristo».

Organizado por los ocho grupos que componen las Instituciones Teológicas Católicas de México, el también responsable de la Dimensión Pastoral de la Cultura de la Conferencia del Episcopado Mexicano, que forma parte de la Comisión Episcopal de la Pastoral Profética, afirmó que «los cristianos, tenemos algo seguro y valioso que aportar a nuestra patria: tenemos a Jesucristo».

«Conocerlo, valorarlo, amarlo, disfrutarlo, compartirlo y ofrecerlo como el tesoro más valioso, es lo que nos da identidad, como Iglesia y como instituciones teológicas católicas», aseguró el obispo de San Cristóbal de las Casas.

«Creemos en Cristo, único Salvador del mundo. Estamos convencidos de que Él es el cimiento más sólido para la vida personal, familiar y social. Garantizamos que Él da sentido e indica el rumbo esplendoroso para una política, una economía, una educación, una cultura que generen un mundo más justo, más fraterno, más solidario, más amable y confiable».

Jesucristo nos exige evitar la violencia

Más adelante, el responsable de la Dimensión de la Cultura del Episcopado Mexicano advirtió que «Jesucristo no es enemigo del ser humano, para que se le quiera excluir. El no nos amarga y estropea la existencia, como si fuera una negación sistemática de lo bello y justo. Es todo lo contrario. Es quien nos enseña y ayuda a que la vida tenga sentido pleno y duradero. Es quien nos ilumina para discernir qué da vida y qué da muerte. Es quien nos acompaña en todo momento, para nunca sentirnos solos y abandonados. Es amigo, hermano, servidor, liberador, salvador».

«Vivimos unos tiempos en que la pobreza y la miseria de millones de mexicanos impiden el desarrollo que soñamos», señaló el purpurado, quien advirtió que «la exclusión de campesinos e indígenas, de subempleados y desempleados, los hace sobrantes y estorbos del sistema globalizado que impera y domina».

«La marginación secular de la mujer, sobre todo en ambientes rurales, nos avergüenza. La destrucción del medio ambiente nos aterra», subrayó.

«Los ataques a la vida incipiente en el seno materno y la tergiversación de derechos sobre la constitución de la familia, nos dividen y confrontan. La batalla recurrente por afianzar en las leyes un laicismo excluyente, en vez de una laicidad positiva e incluyente, nos hace enemigos irreconciliables, como si la Iglesia pretendiera un poder político que no corresponde a su misión», aclaró.

La problemática es grande, dijo monseñor Arizmendi Esquivel, pero los cristianos tienen una «agenda, unos criterios y una ruta, que abrevamos en la fuente de vida eterna, que es Jesucristo. El nos ilumina para discernir la historia, el bicentenario y el centenario, los tiempos y los actores, el pasado y el presente. El nos da criterios para reconocer los errores de nuestra Iglesia, antes y ahora, y al mismo tiempo para valorar el aporte que jerarquía y pueblo dieron a los movimientos de independencia y de revolución».

Finalmente, recalcó que «Jesucristo es de ayer, de hoy y de siempre; por ello, Él inspira el catolicismo moderno, el catolicismo integral y social».

«Él promueve la nueva independencia y la nueva revolución que el país requiere, en la justicia, la verdad y el amor. Él nos orienta para vivir una sana separación entre Iglesia y Estado, así como una fructuosa colaboración para el servicio del pueblo, en el respeto a una plena libertad religiosa. Él nos exige evitar la violencia y educarnos para proteger los derechos humanos de todos».

«Él nos impulsa a una liberación evangélica e integral, a una educación abierta a otras culturas y a lo trascendente, a una política como sabiduría para armonizar lo diverso, a una economía con rostro humano, a una cultura de fraternidad y solidaridad, a una opción preferencial por los pobres».

Y concluyó: «con Él, por Él y en Él, México puede reconciliarse consigo mismo y caminar por senderos de justicia y de paz».

Por Jaime Septién

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ZENIT Staff

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