Mensaje al Pueblo de Dios del Sínodo de Obispos para Oriente Medio

CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 23 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el Mensaje al Pueblo de Dios que se ha emitido este sábado como conclusión de la Asamblea Especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos.

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«La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma» (Hch 4, 32)

A nuestros hermanos los sacerdotes, los diáconos, los religiosos, las religiosas, a todas las personas consagradas y a todos nuestros amados fieles laicos y a todas las personas de buena voluntad.

Introducción

1. Que la gracia de Jesús Nuestro Señor, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros.

El Sínodo de los Obispos para Oriente Medio ha sido para nosotros un nuevo Pentecostés. «El Pentecostés es el acontecimiento originario pero también es un dinamismo permanente, y el Sínodo de los Obispos es un momento privilegiado en el que se puede renovar en el camino de la Iglesia la gracia del Pentecostés» (Benedicto XVI, Homilía de la Misa de apertura del Sínodo, 10.10.2010).

Hemos venido a Roma, nosotros patriarcas y obispos de las Iglesias católicas en Oriente con todos nuestros patrimonios espirituales, litúrgicos, culturales y canónicos, trayendo en nuestros corazones las preocupaciones de nuestros pueblos y sus esperanzas.

Por primera vez, nos hemos reunido en un Sínodo alrededor de Su Santidad el Papa Benedicto XVI, con los cardenales y los obispos responsables de los Dicasterios romanos, los presidentes de las Conferencias episcopales del mundo al que le conciernen los asuntos de Oriente Medio, y con representantes de las Iglesias Ortodoxas y las comunidades evangélicas y con los invitados judíos y musulmanes.

Expresamos nuestro agradecimiento a Su Santidad Benedicto XVI por su solicitud y sus enseñanzas que iluminan la marcha de la Iglesia en general y la de nuestras Iglesia orientales en particular, sobre todo en lo que se refiere a la justicia y la paz. Damos las gracias a las Conferencias episcopales por su solidaridad y su presencia entre nosotros en su peregrinación a los santos Lugares y su visita a nuestras comunidades. Les damos las gracias por acompañar a nuestras Iglesias en los diferentes ámbitos de nuestra vida. Damos las gracias a las Organizaciones eclesiales que nos sostienen por su ayuda eficaz.

Hemos reflexionado juntos, a la luz de las Sagradas Escrituras y de la Tradición viva, sobre la presencia y el futuro de los cristianos y de los pueblos de Oriente Medio. Hemos meditado sobre los problemas de esta región del mundo que Dios ha querido, en el misterio de su amor, que fuera la cuna de su plan universal de salvación. De ahí, en efecto, partió la vocación de Abraham. Ahí el Verbo de Dios, Jesucristo, se encarnó en la Virgen María por obra del Espíritu Santo. Ahí Jesús proclama el Evangelio de la vida y del reino. Ahí murió para redimir al género humano y librarlo del pecado. Luego resucitó de entre los muertos para dar la vida nueva a todos los hombres. Ahí nació la Iglesia y desde ahí salió para proclamar el Evangelio hasta los confines de la tierra.

El objetivo primero del Sínodo es de orden pastoral, por eso también hemos traído en nuestros corazones la vida, los sufrimientos y las experiencias de nuestros pueblos y los desafíos que tienen que afrontar cada día con la «gracia del Espíritu Santo y su amor derramado en nuestros corazones» (Rm 5,5). Por este motivo os dirigimos este mensaje, amados hermanos y hermanas, y queremos que sea una llamada a la firmeza en la fe, fundada en la Palabra de Dios, a la colaboración en la unidad y en la comunión en el testimonio del amor en todos los ámbitos de la vida.

I. La Iglesia en Oriente Medio: comunión y testimonio a través de la historia.

El camino de la fe en Oriente

2. En Oriente nació la primera comunidad cristiana. De Oriente salieron los Apóstoles después de Pentecostés para evangelizar al mundo entero. Ahí vivió la primera comunidad cristiana en medio de tensiones y persecuciones, «constante en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2, 42), y nadie tuvo necesidades. Ahí los primeros mártires bañaron con su sangre los cimientos de la Iglesia naciente. Después, los anacoretas llenaron los desiertos del perfume de su santidad y su fe. Ahí vivieron los Padres de la Iglesia Oriental que siguen nutriendo con sus enseñanzas a la Iglesia de Oriente y de Occidente. De nuestras Iglesias salieron, en los primeros siglos y en los siguientes, los misioneros hacia Extremo Oriente y hacia Occidente llevando la luz de Cristo. Nosotros somos sus herederos y debemos seguir transmitiendo su mensaje a las generaciones futuras.

Nuestras Iglesias no han dejado de dar santos, sacerdotes, consagrados, y de servir de manera eficaz en numerosas instituciones contribuyendo a la construcción de nuestras sociedades y de nuestros países, sacrificándose por todos los hombres, creados a imagen de Dios y portadores de su imagen. Algunas de nuestras Iglesias hoy en día no dejan de enviar misioneros que hacen llegar la palabra de Cristo a los diferentes rincones del mundo. La labor pastoral, apostólica y misionera, nos pide hoy que pensemos en una pastoral para promover las vocaciones sacerdotales y religiosas y asegurar la Iglesia del mañana.

Nos encontramos hoy ante un cambio histórico: Dios que nos ha dado la fe en nuestro Oriente, desde hace 2.000 años, nos invita a perseverar con valor, constancia y firmeza y a llevar el mensaje de Cristo y el testimonio de su Evangelio que es un Evangelio de amor y de paz.

Desafíos y esperanzas

3.1. Nosotros nos enfrentamos hoy a numerosos desafíos. El primero viene de nosotros mismos y de nuestras Iglesias. Lo que Cristo nos pide es que aceptemos nuestra fe y que la vivamos en todos los aspectos de la vida. Lo que Él pide a nuestras Iglesias es que refuercen la comunión en cada Iglesia sui iuris y entre las Iglesias católicas de distintas tradiciones, y que hagamos todo lo posible en la oración y la caridad para conseguir la unidad de todos los cristianos, de forma que realicemos la oración de Cristo: «para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tu me has enviado» (Jn 17,21).

3.2. El segundo desafío viene de fuera, de las condiciones políticas y de seguridad en nuestros países y del pluralismo religioso.

Hemos analizado lo referente a la situación social y la seguridad en todos nuestros países de Oriente Medio. Hemos sido conscientes del impacto del conflicto palestino-israelí sobre toda la región, especialmente sobre el pueblo palestino, que sufre las consecuencias de la ocupación israelí: la falta de libertad de movimiento, el muro de separación y las barreras militares, los prisioneros políticos, la demolición de las casas, la perturbación de la vida económica y social y los millares de refugiados. También hemos reflexionado sobre el sufrimiento y la inseguridad en los que viven los israelíes. Hemos meditado sobre la situación de la ciudad santa de Jerusalén. Estamos preocupados por las iniciativas unilaterales que podrían cambiar su demografía y su estatuto. Frente a todo esto, vemos que una paz justa y definitiva es el único medio de salvación para todos, para el bien de la región y sus pueblos.

3.3. Hemos recordado en nuestras reuniones y nuestras oraciones los sufrimientos sangrientos del pueblo iraquí. También hemos recordado a los cristianos asesinados en Iraq, los sufrimientos permanentes de la iglesia de Iraq y de sus hijos desplazados y dispersos por el mundo llevando con ellos las preocupaciones de su tierra y de su patria. Los Padres sinodales han expresado su solidaridad con el pueblo y las Iglesias en Iraq y han manifestado el deseo de que los emigrantes, obligados a abandonar su país, puedan encontrar allí, donde lleguen, los auxilios necesarios, para que puedan regresar a sus países y vivir seguros en ellos.

3.4. Hemos reflexionado sobre las relaciones entre conciudadanos, cristianos y musulmanes. Querríamos afirmar aquí, con nuestra visión cristiana de las cosas,
un principio primordial que debería gobernar estas relaciones: Dios quiere que seamos cristianos en y para nuestras sociedades medio-orientales. Es el plan de Dios para nosotros, y es nuestra misión y nuestra vocación que vivamos cristianos y musulmanes juntos. Nosotros nos moveremos en este terreno guiados por el mandamiento del amor y por la fuerza del Espíritu en nosotros.

El segundo principio que gobierna estas relaciones es el hecho de que nosotros somos parte integrante de nuestras sociedades. Nuestra misión, basada en nuestra fe y nuestro deber hacia nuestras patrias, nos obliga a contribuir a la construcción de nuestros países con todos los ciudadanos, musulmanes, judíos y cristianos.

II. Comunión y testimonio en el seno de las Iglesias católicas de Oriente Medio.

A los fieles de nuestras Iglesias

4.1. Jesús nos dijo: «Vosotros sois la sal de la tierra, la luz del mundo» (Mt 5, 13.14). Vuestra misión, amados fieles, es la de ser en vuestras sociedades, por la fe, la experiencia y el amor, como la «sal» que da sabor y sentido a la vida, como la «luz» que ilumina las tinieblas con la verdad, y como la «levadura» que transforma los corazones y las inteligencias. Los primeros cristianos en Jerusalén eran poco numerosos. A pesar de ello, pudieron llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra, con la gracia del «Señor que colaboraba con ellos y con ellos confirmaba su Palabra con los signos» (Mc 16, 20).
4.2. Nosotros os saludamos, cristianos de Oriente Medio, y os damos las gracias por todo lo que habéis llevado a cabo en vuestras familias y vuestras sociedades, en vuestras Iglesias y vuestras naciones. Saludamos vuestra perseverancia en las dificultades, las penas y las angustias.

4.3. Queridos sacerdotes, nuestros colaboradores en la misión catequética, litúrgica y pastoral: os renovamos nuestra amistad y nuestra confianza. Seguid transmitiendo a vuestros fieles, con celo y perseverancia, el Evangelio de la vida y la Tradición de la Iglesia, por medio de la predicación, de la catequesis, de la dirección espiritual y del buen ejemplo. Consolidad la fe del pueblo de Dios para que se transforme en una civilización del amor, prodigadle los sacramentos de la Iglesia, para que aspire a la renovación de su vida. Reunidlo en la unidad y la caridad por el don del Espíritu Santo.

Queridos religiosos, religiosas y consagrados en el mundo, os expresamos nuestra gratitud, y con vosotros damos gracias a Dios por el don de los consejos evangélicos -de la castidad consagrada, la pobreza y la obediencia- con los que os habéis donado vosotros mismos, siguiendo a Cristo, al que vosotros deseáis testimoniar vuestro amor predilecto. Gracias a vuestras iniciativas apostólicas diversificadas, vosotros sois el verdadero tesoro y la riqueza de nuestras Iglesias y un oasis espiritual en nuestras parroquias, nuestras diócesis y nuestras misiones.

Nos unimos en espíritu a los eremitas, a los monjes y las monjas que han consagrado su vida a la oración en los monasterios contemplativos, santificando las horas del día y de la noche, llevando en sus oraciones las preocupaciones y las necesidades de la Iglesia. Vosotros ofrecéis al mundo, con el testimonio de vuestra vida, un signo de esperanza.

4.4. Nosotros os expresamos, fieles laicos, nuestra estima y nuestra amistad. Apreciamos todo lo que hacéis por vuestras familias y vuestras sociedades, vuestras Iglesias y vuestras patrias. Manteneos firmes en medio de las pruebas y las dificultades. Estamos llenos de gratitud hacia el Señor por los carismas y los talentos de los que os ha colmado, y con los que participáis, por la fuerza de vuestro bautismo y vuestra confirmación, en la labor apostólica y en la misión de la Iglesia, impregnando el ámbito de las cosas temporales con el espíritu y los valores del Evangelio. Os invitamos al testimonio de una vida cristiana auténtica, a una práctica religiosa consciente y a las buenas costumbres. Tened el valor de decir la verdad con objetividad.

A vosotros que sufrís en vuestro cuerpo, vuestra alma y vuestro espíritu, oprimidos, expatriados, perseguidos, prisioneros y detenidos, os llevamos en nuestras oraciones. Unid vuestros sufrimientos a los de Cristo Redentor, y buscad en su cruz la paciencia y la fuerza. Mediante vuestros sufrimientos obtenéis para el mundo el amor misericordioso de Dios.

Saludamos a cada una de nuestras familias cristianas, y miramos con estima su vocación y su misión, como célula viva de la sociedad, escuela natural de las virtudes y de los valores éticos y humanos, e iglesia doméstica que educa a la oración y a la fe de generación en generación. Damos las gracias a los padres y a los abuelos por la educación de sus hijos y sus nietos en el ejemplo del Niño Jesús que «crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 52). Nos comprometemos a proteger a la familia con una pastoral familiar, mediante cursos de preparación al matrimonio, centros de acogida y consultorios, abiertos a todos y en particular a las parejas en crisis, y con nuestras reivindicaciones de los derechos fundamentales de la familia.
Nos dirigimos ahora de manera especial a las mujeres. Expresamos nuestra estima por lo que sois en las distintas edades de vuestra vida: como hijas, madres, educadoras, consagradas y trabajadoras en la vida pública. Os rendimos homenaje, pues protegéis la vida humana desde su comienzo, ofreciéndole cuidados y cariño. Dios os ha dado una sensibilidad particular para todo lo relacionado con la educación, el trabajo humanitario y la vida apostólica. Damos gracias a Dios por vuestras actividades y esperamos que ejerzáis una mayor responsabilidad en la vida pública.

Os miramos con amistad, jóvenes, hombres y mujeres, como hizo Cristo con el joven del Evangelio (cfr. Mc 10, 21). Sois el futuro de nuestras iglesias, de nuestras comunidades, de nuestros países, su potencial y su fuerza regeneradora. Lleváis a cabo el proyecto de vuestra vida bajo la mirada amorosa de Cristo. Sed ciudadanos responsables y creyentes sinceros. La Iglesia se une a vosotros en vuestra preocupación por encontrar un trabajo, en función de vuestras competencias, lo que contribuirá a estimular vuestra creatividad y a asegurar el futuro y la formación de una familia creyente. Superad la tentación del materialismo y del consumismo. Permaneced firmes en vuestros valores cristianos.

Saludamos a los jefes de los centros de educación católica. En la enseñanza y la educación buscad la excelencia del espíritu cristiano. Tened como objetivo consolidar la cultura de la convivialidad, la preocupación de los pobres y de los que sufren minusvalías. A pesar de los desafíos y las dificultades que sufren vuestras instituciones, os invitamos a que las mantengáis para asegurar la misión educadora de la Iglesia, y promover el desarrollo y el bien de nuestras sociedades.

Nos dirigimos con gran estima a quienes trabajan en el sector social. En vuestras instituciones estáis al servicio de la caridad. Os animamos y apoyamos en esta misión de desarrollo, guiada por la rica enseñanza social de la Iglesia. Con vuestro trabajo reforzáis los lazos de fraternidad entre los hombres, sirviendo a los pobres, los marginados, los enfermos, los refugiados y los prisioneros, sin discriminación. Vosotros estáis guiados por la palabra de Nuestro Señor Jesús: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40).

Vemos con esperanza los grupos de oración y los movimientos apostólicos. Ellos son escuelas de profundización de la fe, para vivirla en la familia y en la sociedad. Valoramos sus actividades en las parroquias y las diócesis y su apoyo a los pastores, en conformidad con las directivas de la Iglesia. Damos gracias a Dios por estos grupos y movimientos, células activas en las parroquias y semillero de vocaciones sacerdotales y religiosas.

Apreciamos el papel de los medios de comunicación escrita y audiovisual. Os damos las gracias a vos
otros periodistas, por colaborar con la Iglesia en la difusión de sus enseñanzas y de sus actividades y, en estos días, por haber cubierto las noticias de la Asamblea Especial para Oriente Medio en los diferentes rincones del mundo.

Nos congratulamos por la contribución de los medios de comunicación internacionales y católicos. De Oriente Medio, merece una mención especial el canal Télé Lumière – Noursat y esperamos que pueda continuar su servicio de información y de formación a la fe, su trabajo por la unidad cristiana, la consolidación de la presencia cristiana en Oriente, el fortalecimiento del diálogo interreligioso y la comunión entre los orientales presentes en todos los continentes.

A nuestros fieles en la diáspora
5. La emigración se ha convertido en un problema general. El cristiano, el musulmán y el judío emigran por las mismas causas provenientes de la inestabilidad política y económica. Además, el cristiano, comienza a sentirse inseguro, aunque a niveles diferentes, en los países de Oriente Medio. Que los cristianos tengan confianza en el futuro y continúen viviendo en sus queridos países.

Os saludamos, amados fieles en los diferentes países de la diáspora. Le pedimos a Dios que os bendiga. Os pedimos que guardéis el recuerdo de vuestras patrias y de vuestras Iglesias vivo en vuestros corazones y preocupaciones. Vosotros podéis contribuir a su evolución y crecimiento con vuestras oraciones, vuestras reflexiones, vuestras visitas y otros medios, aunque estéis lejos. 

Guardad los bienes y las tierras que tengáis en la patria. No os apresuréis a abandonarlos o venderlos. Guardadlos como patrimonio para vosotros y como un trozo de la patria a la que estaréis siempre ligados, una patria que amáis y apoyáis. La tierra forma parte de la identidad de la persona y de su misión, es un espacio vital para los que allí permanecen y para los que un día regresarán. La tierra es un bien público, un bien de la comunidad, un patrimonio común. Ella no se reduciría ante los intereses individuales de aquel que la posee y que decide, según su conveniencia, si guardarla o abandonarla.

Os acompañamos con nuestras oraciones, a vosotros hijos de nuestras Iglesias y de nuestros países, forzados a emigrar. Llevad con vosotros vuestra fe, cultura y patrimonio, para que enriquezcáis vuestras nuevas patrias, aquellas que os proporcionan la paz, la libertad y el trabajo. Mirad al futuro con confianza y alegría. Permaneced siempre unidos a vuestros valores espirituales, a vuestras tradiciones culturales, a vuestro patrimonio nacional, con el fin de ofrecer a los países que os han acogido lo mejor de vosotros mismos y lo mejor que tenéis. Agradecemos a las Iglesias de los países de la diáspora que han acogido a nuestros fieles y que no cesan de colaborar con nosotros para asegurarles el necesario servicio pastoral.

A los inmigrantes en nuestros países y en nuestras Iglesias

6. Saludamos a todos los inmigrantes, de diferentes nacionalidades que han venido a nuestros países por motivos de trabajo.

Queridos fieles, os acogemos y vemos en vuestra fe un enriquecimiento y un soporte a la fe de nuestros fieles. Es con gran alegría que os proporcionaremos toda la ayuda espiritual que necesitáis.

Solicitamos a nuestras Iglesias que presten una atención especial a aquellos hermanos y hermanas en sus dificultades, cualquiera sea su religión, sobre todo cuando sus derechos y su dignidad se ven lesionados; ya que vienen hacia nosotros no solamente para encontrar medios para vivir, sino también para procurar servicios que necesitan nuestros países. Ellos tienen su dignidad en Dios y, como todo ser humano, tienen derechos que deben ser respetados y contra los cuales nadie puede atentar. Razón por la cual, invitamos a los gobiernos de los países de acogida, a que respeten y defiendan los derechos de estas personas.

III. Comunión y testimonio con las Iglesias Ortodoxas y con las comunidades Evangélicas de Oriente Medio

7. Saludamos a las Iglesias Ortodoxas y a las Comunidades Evangélicas en nuestros países. Juntos, trabajamos por el bien de los cristianos, para que permanezcan, crezcan y prosperen. Nos encontramos en el mismo camino. Nuestros desafíos son los mismos y nuestro futuro es el mismo. Queremos llevar juntos el testimonio como discípulos de Cristo. Gracias a nuestra unidad podemos cumplir la misión que Dios nos ha confiado a todos, a pesar de la diversidad de nuestras Iglesias. La oración de Cristo es nuestro sostén, es el mandamiento del amor el que nos une, aunque en el camino hacia la comunión total nos quede mucho trecho por recorrer.

Hemos caminado juntos en el Consejo de las Iglesias de Oriente Medio, y deseamos continuar nuestro marcha, con la gracia de Dios, y promover su acción, teniendo como objetivo último el testimonio común de nuestra fe, el servicio a nuestros fieles y a nuestros países. Saludamos y animamos a todas las instancias de diálogo ecuménico en cada uno de nuestros países.

Expresamos nuestro agradecimiento al Consejo Ecuménico de las Iglesias y a las diferentes organizaciones ecuménicas que trabajan por la unidad de las Iglesias y para darles apoyo.

IV. Cooperación y diálogo con nuestros conciudadanos judíos 

8. Las mismas Sagradas Escrituras nos unen, el Antiguo Testamento, que es la Palabra de Dios tanto para vosotros como para nosotros. Nosotros creemos en todo lo que Dios ha revelado desde que llamó a Abraham, nuestro Padre común en la fe, padre de los judíos, de los cristianos y de los musulmanes; creemos en las promesas de Dios y en la alianza que dio a él y a vosotros. Creemos que la Palabra de Dios es eterna.

El Concilio Vaticano II publicó el documento Nostra aetate sobre el diálogo con las religiones, con el judaísmo, el islam y demás religiones. Otros documentos han indicado y desarrollado, posteriormente, las relaciones con el judaísmo. Por otro lado, hay un diálogo continuo entre la Iglesia y los representantes del judaísmo. Esperamos que este diálogo nos lleve a actuar junto a los responsables, para poner fin al conflicto político que no deja de separar y perturbar la vida de nuestros países.

Es tiempo de comprometernos juntos por una paz sincera, justa y definitiva. Todos somos interpelados por la Palabra de Dios, que nos invita a escuchar la voz de Dios «Escucharé lo que habla Dios. El Señor promete la paz, la paz para su pueblo y sus amigos (Sal 85,9). No está permitido recurrir a posiciones bíblicas y teológicas para valerse de un instrumento que justifique las injusticias. Al contrario, recurrir a la religión debe permitirle a cada persona ver el rostro de Dios en el otro, y tratarlo según los atributos de Dios y según sus mandamientos, es decir, según la bondad de Dios, su justicia, su misericordia y amor por nosotros.

V. Cooperación y diálogo con nuestros conciudadanos musulmanes

9. Nos une la fe en un único Dios y el mandamiento que dice: haz el bien y evita el mal. Las palabras del Concilio Vaticano II sobre las relaciones con las religiones sientan las bases de las relaciones entre la Iglesia Católica y los musulmanes: «La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios viviente (…) misericordioso y todo poderoso que habló a los hombres». (Nostra aetate 3)

Le decimos a nuestros conciudadanos musulmanes: somos hermanos y Dios nos quiere juntos, unidos en la fe en Dios y por el doble mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Juntos, construiremos nuestras sociedades civiles sobre la ciudadanía, la libertad religiosa y la libertad de conciencia. Juntos, trabajaremos para promover la justicia, la paz, los derechos del hombre y los valores de la vida y de la familia. Nuestra responsabilidad es común en la construcción de nuestras patrias. Queremos ofrecer a Oriente y a Occidente un modelo de convivencia entre las diferentes religiones y de colaboración positiva entre las diferentes civilizaciones, por el bien de nues
tras patrias y el de toda la humanidad.

Desde el surgimiento del islam en el siglo VII hasta el día de hoy, hemos vivido juntos, hemos colaborado en la creación de nuestra civilización común. Al igual que sucedía en el pasado, aún hoy, hay inestabilidad en nuestras relaciones. Mediante el diálogo debemos deshechar todo desequilibrio o malentendido. El Papa Benedicto XVI nos dice que nuestro diálogo no puede ser una realidad pasajera. Es más bien una necesidad vital de la cual depende nuestro futuro. (cfr. Discurso ante los representantes de las comunidades musulmanas en Colonia 20.08.2005). Es, pues, nuestro deber educar a los creyentes al diálogo interreligioso, a aceptar el pluralismo y el respeto y la estima recíprocos.

VI. Nuestra participación en la vida pública: llamado a los gobernantes y a los responsables políticos de nuestros países

10. Apreciamos los esfuerzos que hacéis por el bien común y por el servicio a nuestras sociedades. Os acompañamos con nuestras oraciones y pedimos a Dios que guíe vuestros pasos. Nos dirigimos a ustedes para abordar el tema crucial de la igualdad entre ciudadanos. Los cristianos son ciudadanos originarios y auténticos, leales a sus patrias y, por ende, cumplen con sus deberes nacionales. Es normal que ellos puedan gozar de todos los derechos como ciudadanos, de la libertad de conciencia y de culto, de la libertad en el ámbito de la educación, y de la enseñanza en el uso de los medios de comunicación.

Os pedimos que redobléis vuestros esfuerzos para establecer una paz justa y durable en la región, y para detener la carrera armamentista, que traería consigo la seguridad y la prosperidad económica, detendría el flujo migratorio que priva a nuestros países de sus fuerzas vivas. La paz es un don precioso que Dios ha confiado a los hombres, «bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9).

VII. Llamado a la comunidad internacional

11. Los ciudadanos de los países de Oriente Medio interpelan a la comunidad internacional y en particular a la O.N.U. para que trabajen, sinceramente, por una solución que traiga la paz justa y definitiva a la región, y ello mediante la aplicación de las resoluciones del Consejo de Seguridad y tomando medidas jurídicas necesarias para poner fin a la ocupación de los diferentes territorios árabes.

El pueblo palestino podrá, de este modo, tener una patria independiente y soberana y vivir allí con plena dignidad y estabilidad. El Estado de Israel podrá gozar de la paz y de la seguridad dentro de fronteras internacionalmente reconocidas. La Ciudad Santa de Jerusalén podrá obtener el estatuto justo que respete su carácter particular, su santidad y su patrimonio religioso para cada una de las tres religiones judía, cristiana y musulmana. Esperamos que la solución de los dos estados se haga realidad y no sea un simple sueño.

Iraq podrá poner fin a las consecuencias funestas de la guerra y establecer una seguridad que proteja a todos los ciudadanos y a sus componentes sociales, religiosas y nacionales.
Líbano podrá gozar de su soberanía sobre todo el territorio, fortificar su unidad nacional y continuar su vocación de ser modelo de buena convivencia entre cristianos y musulmanes, gracias al diálogo de culturas y religiones y a la promoción de las libertades públicas.

Condenamos la violencia y el terrorismo, independientemente de donde provengan, y todo extremismo religioso. Condenamos toda forma de racismo, antisemitismo, anticristianismo e islamofobia y hacemos un llamado a las religiones para que asuman sus responsabilidades en la promoción y diálogo de las culturas y de las civilizaciones en nuestra región y en el mundo entero.

Conclusión: Seguir dando testimonio de la vida divina que se nos presenta en la persona de Jesús

12. En conclusión, hermanos y hermanas, os decimos con el apóstol San Juan en su primera epístola: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida, es lo que les anunciamos. Porque la Vida se hizo visible, y nosotros la vimos y somos testigos, y os anunciamos la Vida eterna, que existía junto al Padre y que se nos ha manifestado. Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1Jn 1, 1-3).

Esta Vida divina que se manifestó a los apóstoles hace dos mil años en la persona de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de la cual la Iglesia ha vivido y ha dado testimonio a lo largo de su historia, seguirá siendo por siempre, la vida de nuestras Iglesias en Oriente Medio y el objeto de nuestro testimonio.

Sostenidos por la promesa del Señor: «Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20), seguimos juntos nuestro camino en la esperanza » y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5, 5).

Confesamos que hasta ahora no hemos hecho todo lo que está al alcance de nuestras manos por vivir mejor la comunión entre nuestras comunidades. No hemos hecho lo suficiente para confirmaros en la fe y daros el alimento espiritual que necesitáis en vuestras dificultades. El Señor nos invita a una conversión personal y colectiva.

Hoy volvemos a vosotros colmados de esperanza, fuerza y determinación, trayendo con nosotros el mensaje del Sínodo y sus recomendaciones, con el fin de estudiarlos juntos y ponerlos en práctica en nuestras Iglesias, cada una de acuerdo a su estado. Esperamos también que este nuevo esfuerzo sea ecuménico.

Dirigimos este humilde y sincero llamado para que juntos comencemos un camino de conversión, dejándonos renovar por la gracia del Espíritu Santo y volver a Dios.
A la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia y Reina de la paz, a cuya protección encomendamos nuestros trabajos sinodales, confiamos nuestra marcha hacia nuevos horizontes cristianos y humanos en la fe de Cristo y por la fuerza de su palabra: «Yo hago nuevas todas la cosas» (Hch 21, 5).

[Traducción del original en árabe distribuida por la Secretaría del Sínodo de los Obispos]

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ZENIT Staff

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