CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 31 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- Benedicto XVI aseguró que Dios siente un débil por los pecadores al comentar, durante el encuentro dominical con miles de peregrinos, el pasaje que presentaba la liturgia de ese día: la conversión de Zaqueo, un recaudador de impuestos del emperador romano.
«Dios no excluye a nadie, ni a pobres y ni a ricos. Dios no se deja condicionar por nuestros prejuicios humanos, sino que ve en cada uno un alma que hay que salvar, y le atraen especialmente aquellas almas que son consideradas perdidas y que así lo creen ellas mismas», afirmó el Papa dirigiéndose desde la ventana de su estudio a los miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro.
Este era precisamente el caso de Zaqueo, el jefe de los publicanos de Jericó, importante ciudad en el río Jordán, despreciado por sus compatriotas judíos por su falta de honestidad, quien al recibir la visita de Jesús en su ciudad le recibió en su casa.
Sabiendo que la gente criticaría su decisión de visitar la casa de un «pecador público», Jesús «quiso arriesgar y ganó la apuesta», aseguró el Papa. «Zaqueo, profundamente impresionado por la visita de Jesús, decide cambiar de vida, y promete restituir el cuádruple de lo que ha robado».
«Jesucristo, encarnación de Dios, ha demostrado esta inmensa misericordia, que no le quita nada a la gravedad del pecado, sino que busca siempre salvar al pecador, ofrecerle la posibilidad de rescate, de volver a comenzar, de convertirse», añadió el Papa, quien recordó que en otro pasaje del Evangelio, Jesús afirma que es muy difícil para un rico entrar en el Reino de los cielos.
El Papa concluyó la meditación sobre el Evangelio, que normalmente ofrece a los peregrinos todos los domingos a mediodía, reconociendo que «¡Zaqueo acogió Jesús y convirtió, pues Jesús había sido el primero en acogerle!»
«No le había condenado, sino que le había respondido a su deseo de salvación». Por eso invitó a rezar para recibir la gracia de experimentar «la alegría de recibir la visita del Hijo de Dios, de quedar renovados por su amor, y transmitir a los demás su misericordia».
Dirigiéndose luego a los peregrinos latinoamericanos y españoles, el Papa añadió en su idioma: «Delante de Dios no hay nadie demasiado pequeño. Todos podemos acoger al Señor en nuestras vidas y dejarnos transformar por él».