SALAMANCA, lunes 8 de noviembre de 2010 (ZENIT.org) La riqueza de la espiritualidad de San Ignacio de Loyola hace que hoy cientos de católicos beban de sus fuentes para encontrar allí la sabiduría y las enseñanzas para enfrentarse con los desafíos del tiempo presente.
La Comunidad de Vida Cristiana CVX en España, tuvo recientemente un encuentro en Loyola, España. Denominado “Familia y espiritualidad ignaciana”, convocando a unas 60 familias (unas 200 personas entre adultos, jóvenes y niños)
El centro ha sido reflexionar y experimentar las ayudas y medios que ofrecen la espiritualidad y la pedagogía ignacianas vividas en familia, con el objetivo de ofrecerlas a la Iglesia y a la sociedad como ayuda para el desarrollo y crecimiento de todas las familias.
Sobre este tema, ZENIT entrevistó a Alfonso Salgado, presidente de CVX en España y profesor de la facultad de psicología de la Universidad Pontificia de Salamanca.
– ¿Cómo comienza la comunidad CVX?
Alfonso Salgado: Esta tuvo su origen más remoto en los primeros laicos que colaboraban con San Ignacio. De aquello fueron apareciendo las congregaciones marianas que fueron muy importantes en la historia de la Iglesia, y de las cuales provienen en el siglo XX las comunidades de vida cristiana. En los años 80 las comunidades de vida cristiana se fueron uniendo y 1990 comenzaron oficialmente a unirse en una sola.
Somos una asociación internacional pública de fieles cristianos, de diferentes condiciones, que queremos seguir más de cerca a Jesucristo y trabajar con Él en la construcción del Reino. Buscamos integrar pequeños grupos que forman parte de comunidades más amplias a nivel regional y nacional, constituyendo una Comunidad Mundial, y estamos presentes en los cinco continentes y en unos 60 países.
– ¿Qué relación tienen con la Compañía de Jesús?
Alfonso Salgado: El carisma de CVX y su espiritualidad es ignaciano. Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio constituyen su fuente específica y su instrumento característico. Tenemos una relación íntima con la Compañía de Jesús pero no somos parte de esta comunidad. Es un lazo de mucha hermandad y colaboración mutua. Muchos de nuestros asistentes son sacerdotes jesuitas.
– Frente al reciente encuentro que tuvieron en Loyola. ¿Cuáles fueron las principales líneas de reflexión?
Alfonso Salgado: Queríamos pensar en términos apostólicos. En cómo ofrecer esta espiritualidad ignaciana a las familias del mundo actual. Y buscamos herramientas que son exportables: la importancia del discernimiento en familia, el detenerse de vez en cuando a pensar cómo ha transcurrido la vida, qué motivos hay para dar gracias, para pedirnos perdón, por dónde parece que podríamos caminar, la importancia que tiene que esto es nuclear.
Es entender que somos herramientas e instrumentos puestos al servicio de Dios. Ofrecer a las familias un modo donde el hombre esté menos centrado en sí mismo y más comprometido con el mundo en que vive. Que las familias sean herramientas para dinamizar y hacer crecer.
Creo que también podemos llegar a familias que no son creyentes. Utilizar esas herramientas para disparar la pregunta por Dios. Queremos ofrecer la espiritualidad ignaciana en contextos próximos como las asociaciones de padres, cursos de preparación al matrimonio… entre otros ámbitos.
– ¿Cómo actualizar el contenido del mensaje del santo de Loyola y aplicarlo a la realidad de las familias de hoy?
Alfonso Salgado: La espiritualidad ignaciana, entre las muchas riquezas que tiene, se puede basar en dos pedales. Uno es una mirada agradecida y otro es el deseo de devolver tanto bien recibido. Miro hacia atrás y veo lo que el Señor ha hecho por mí y me motiva para ver cómo comprometerme con los demás.
Se trata de un discurso basado en el agradecimiento. Vivir la familia en clave creyente, de apostar con una mirada que no esté centrada en mí mismo ni en mis intereses. Sino más bien desde una posición basada en la gratitud, en lo bien y en lo feliz que soy. El discurso más moralista en un momento puede ayudar pero por desgracia no llega a todos los ámbitos.
Junto con eso debe ir el de promoción sobre cómo hacer para que sea mejor. Desde ahí es necesario recuperar modelos familiares y devolver una lectura más positiva de la familia. En el momento que la gente empieza a decir “desde que vivo estos valores en la familia estoy mejor, mi familia es mejor y somos todos más felices”.
En ese sentido porque lo hemos aprendido, más que entrar en debates, que son necesarios, lo que queremos es arremangarnos las mangas de la camisa y ponernos a trabajar.
– ¿Qué desafíos vieron como los más urgentes?
Alfonso Salgado: La base que se encuentra en algunos modelos actuales de construcción de familia es un modelo profundamente burgués, individualista, consumista. Detrás de eso hay una mentalidad que dice que el centro de la vida soy yo y todo lo demás es importante en tanto a mí me ayuda.
El modo de ayudar es transmitir el mensaje de que es posible que sin perder los intereses, el centro se ponga fuera de mí: la esencia familiar es estar unidos por unos vínculos naturales, con una familia que, además está inserta en el mundo y con las puertas abiertas a lo que pasa fuera de casa.
Es imposible que el secularismo no entre a nuestras familias y no deberíamos tenerle miedo pero debemos tener un discurso vivencial y no sólo teórico para poder dar respuestas.
No creo que los tiempos que vivimos ahora supongan otros retos que no tenían otros tiempos. La religión cristiana parte de la encarnación, de que el Señor se hace presente en la historia.
– Ante la reciente visita del Papa a su país ¿qué frutos cree que puede dejar este acontecimiento?
Alfonso Salgado: Esta visita tuvo como objetivos el año Xacobeo y la consagración en la Sagrada Familia en los dos extremos de España. Para los católicos fue algo extraordinario y muy dinamizador para las propias diócesis y las familias.
Ahora tendremos que aplicar lo que hemos escuchado de sus mensajes. Lo considero como un magnífico aperitivo de lo que será la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid.
A nosotros como CVX nos ha permitido estar muy en sintonía con toda la Iglesia y con esa piscina común donde cada uno nada a su estilo pero siempre dentro de la misma agua.
Por Carmen Elena Villa