BURGOS, sábado, 20 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha enviado monseñor Francisco Gil Hellín, arzobispo de Burgos, sobre la exhortación apostólica postsinodal de Benedicto XVI «Verbum Domini».
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La historia se escribe con hechos. Todos ellos configuran la historia y pueden llamarse históricos. Pero cuando calificamos con ese apellido a ciertos acontecimientos, estamos indicando que no todos los hechos tienen la misma relevancia y marcan la historia del mismo modo. A nadie se le ocurre dudar, por ejemplo, que el mayo francés del 68 o la caída del muro de Berlín, en 1989, tienen más peso que la elección de un concejal de pueblo. Otro tanto cabe decir de los actos que realiza el Papa: no tiene la misma trascendencia el discurso de una audiencia de un miércoles que un documento de alto rango y, dentro de éstos, no todos son iguales.
El pasado 11 de noviembre Benedicto XVI ha publicado un documento de gran importancia y que puede calificarse reduplicativamente como histórico. Está firmado por él, pero, de alguna manera, lleva también la firma de todo el episcopado, en cuanto que es fruto del último Sínodo de Obispos, celebrado en Roma en octubre de 2008, sobre «La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia». Precisamente por eso se titula «La Palabra del Señor» (Verbum Domini) y va destinado a toda la Iglesia y, aunque no sea de modo explícito, a todos los hombres de buena voluntad. La Palabra de Dios, en efecto, es el diálogo que el Dios invisible, en su gran designio de amor, entabla con los hombres, sus amigos, para invitarles y admitirles a la comunión con él.
A los cuarenta y cinco años del último Concilio el Papa ha querido recordar, actualizar y ampliar la constitución Dei Verbum, con un objetivo que él mismo expone con toda nitidez: «Deseo indicar algunas líneas fundamentales para revalorizar la Palabra divina en la vida de la Iglesia, deseando que ella sea cada vez más el corazón de toda la actividad eclesial». El documento tiene una estructura muy clara: se abre con una introducción, sigue con tres grandes partes y una conclusión. No es excesivamente extenso, pero tampoco breve. El estilo es característico del Papa Ratzinger: profundo, claro y relativamente sencillo de comprender. Por eso, podrán leerlo todas las personas que poseen una formación media, aunque haya cosas que requieren una notable formación teológica y bíblica.
Como era previsible, Benedicto XVI da una excepcional importancia al papel que juega la Palabra de Dios en la liturgia y en la pastoral de la Iglesia y, dentro de ella, en lo que respecta a la nueva evangelización. En este sentido su pensamiento es inequívoco: «Tantos hermanos están bautizados, pero no suficientemente evangelizados. La exigencia de una nueva evangelización, fuertemente sentida por mi venerado Predecesor, ha de ser confirmada sin temor, con la certeza de la eficacia de la Palabra divina».
Parte de esa nueva evangelización es el compromiso por la justicia, la paz y la salvaguarda de la Creación, así como el diálogo interreligioso, la libertad religiosa y las nuevas formas de comunicación. De ahí que el Papa afronte todas estas realidades. Así, remitiéndose a la ecología, señala que «la Palabra de Dios nos impulsa a mirar con ojos nuevos el cosmos que, creado por Dios, lleva en sí la huella del Verbo", por lo cual no se la puede «explotar y deteriorar» de modo arrogante y al margen de Dios. Por lo que se refiere a la paz, no duda en afirmar que «en el contexto actual, es necesario más que nunca redescubrir la Palabra de Dios como fuente de reconciliación y paz», pues ella nos revela que Jesucristo «derriba todos los muros de división» y «reconcilia en sí todas las cosas».
Animo pues a los sacerdotes a difundirla con todo empeño e ilusión. Y me agradaría que todos los fieles la lean, mediten y se dejen iluminar por ella en su vida de cada día.