Cardenal Zen: “En China no hay libertad religiosa”

Intervención ante la reunión de cardenales presidida por el Papa

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CIUDAD DE VATICANO, sábado, 27 noviembre 2010 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras pronunciadas por el Cardenal Joseph Zen, obispo emérito de Hong Kong, frente al Santo Padre y los miembros del Colegio Cardenalicio durante la jornada de oración y reflexión que tuvo lugar el 19 de noviembre en el Vaticano, antes del Consistorio para la creación de 24 nuevos cardenales.

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Pienso que es mi deber, existiendo esta especial oportunidad, informar a mis eminentísimos hermanos de que en China no hay aún libertad religiosa. Hay en el aire demasiado optimismo que no corresponde a la realidad. Algunos no tienen manera de conocer la realidad; algunos cierran los ojos frente a la realidad; algunos entienden la libertad religiosa en un sentido bastante reduccionista.

Si dais una vuelta por China (lo que no recomiendo, porque vuestras visitas serán manipuladas y explotadas con el fin de propaganda), veréis bellas iglesias llenas de fieles que rezan y cantan, como en cualquier otra ciudad del mundo cristiano. Pero la libertad religiosa no se reduce a libertad de culto.

Hay mucho más. Alguno protestará. Hay quien ha escrito: «Pekín quiere los obispos queridos por el Papa». ¡Ojalá fuese cierto! La realidad es que se da un «pulso», en la que no sé quien ha cedido más.

Que recientemente no haya habido ordenaciones episcopales ilícitas es ciertamente un bien  [esto fue pronunciado el pasado viernes, antes de la ordenación episcopal ilícita de Joseph Guo Jincai]. Pero cuando el gobierno chino levanta la voz y nuestras posibilidades de investigación son tan limitadas, sumado al temor de nuevas tensiones, existe el riesgo real de que se aprueben jóvenes obispos no idóneos que reinarán por décadas.

Me pregunto: ¿Por qué no se ha llegado todavía a un acuerdo que garantice la iniciativa del Papa en la elección de los obispos, aún admitiendo un lugar para la opinión del gobierno chino? No sé cómo están yendo las tratativas entre ambas partes porque no estamos entre los expertos y no se nos permite saber nada. Pero entre los expertos que siguen de cerca los acontecimientos, la impresión general es que de «nuestra» parte hay una estrategia de compromiso, si no a ultranza, al menos de preponderancia. Por otra parte, en cambio, no se ve una mínima intención de cambiar. Los comunistas chinos han seguido siempre con la política religiosa de control absoluto. Entre nosotros todos sabemos que los comunistas aplastan a quien se muestra débil mientras que, frente a la firmeza, alguna vez pueden incluso cambiar de actitud.

Se publicó una carta del Papa a la Iglesia en China, hace ya más de tres años, una obra maestra de equilibrio entre la claridad de la verdad y la magnanimidad para un diálogo. Lamentablemente creo tener que decir que no ha sido tomada en serio por todos.

Está quien se ha permitido expresar de modo bastante diverso (ver las así llamadas «Notas explicativas» que acompañaban la publicación de la Carta); está quien le da una interpretación distorsionada (P. Jeroome Heyndrickx, cicm), citando expresiones fuera de contexto.

Esta interpretación dice que ahora ya todos los de la comunidad clandestina deben salir al exterior [es decir, registrarse ante el gobierno]. Pero el Papa no ha dicho esto. Ha dicho, sí, que la condición clandestina no es la normalidad, pero explica también que quien se siente forzado a andar en clandestinidad es para no someterse a una estructura ilícita.

El Santo Padre ha dicho, sí, que cada obispo puede juzgar si aceptar o pedir el reconocimiento público del gobierno y trabajar abiertamente, pero no sin haberlos advertido del peligro de que lamentablemente las autoridades «casi siempre» (esta partícula ha desaparecido en la traducción china a cargo de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos) exigen condiciones inaceptables para una conciencia católica.

Esta interpretación distorsionada – pero que obviamente ha encontrado consentimientos (en la Curia), que tiene la directa responsabilidad por la Iglesia en China – ha creado una gran confusión y ha causado dolorosas divisiones en el seno de las comunidades clandestinas.

Esta interpretación distorsionada ha sido desaprobada sólo después de dos años en dos notas en el Compendio de la Carta papal, a cargo del Holy Spirit Study Centre de Hong Kong y aprobado por el comité permanente de la Comisión para la Iglesia en China. En aquellas notas se aclara que la reconciliación recomendada por el Santo Padre debe tratarse de un reacercamiento de los corazones entre las dos comunidades, pero una unificación (entendida como «fusión») no es todavía posible dada la inmodificada política del gobierno.

Pero también después de esta clarificación, el proceder de quien domina la situación no parece haber cambiado de dirección, como se puede constatar en los trágicos hechos de Baoding, de los cuales el último acto ha sido la instalación del pobre mons. Francesco Ann, un acto seriamente ambiguo, pero sobre el cual hay un silencio – desde el 7 de agosto hasta hoy – que deja desorientada a la comunidad de los fieles, no sólo en la parte clandestina, no sólo en Baoding, sino en toda China.

La pobre comunidad clandestina, que es ciertamente la pars patior de nuestra Iglesia en China, se siente actualmente frustrada. Al mismo tiempo que encuentra muchas palabras de ánimo en la Carta del Santo Padre, se ve tratada, por otra parte, como una molestia, un estorbo, un problema. Es claro que alguno quiere verla desaparecer y ser absorbida en la oficial, es decir, bajo el mismo estricto control del gobierno (¡¿así habrá paz?!).

¿Pero cómo se encuentra la comunidad «oficial? Se sabe que en ella casi todos los obispos son legítimos o legitimados. Pero el control asfixiante y humillante por parte de organismos que no son de la Iglesia – Asociación Patriótica y Oficina para los Asuntos Religiosos – no ha cambiado para nada.

Cuando el Santo Padre reconoce a aquellos obispos sin exigir que se separen enseguida de aquella estructura ilícita, es obviamente en la esperanza de que trabajen desde dentro de aquella estructura para liberarse de ella, porque tal estructura no es compatible con la naturaleza de la Iglesia. Pero después de tantos años, ¿qué vemos? Pocos obispos han vivido a la altura de tal esperanza. Muchos han buscado sobrevivir de todos modos; no pocos, lamentablemente, no han realizado actos coherentes con su estado de comunión con el Papa. Alguno los describe así: «Viajan felices sobre la carroza de la Iglesia independiente y se contentan con gritar cada tanto: ¡Viva el Papa!».

El gobierno, que usaba sólo amenazas y castigos, ahora ha mejorado sus métodos de persecución: dinero (regalos, automóviles, embellecimiento del obispado) y honores (miembros del Congreso del pueblo, o del órgano político consultivo a diversos niveles, con reuniones, almuerzos, cenas y lo que sigue).

¿Cuál es la estrategia por parte «nuestra? Temo que, con frecuencia, es una falsa compasión que deja a los hermanos débiles caer cada vez más abajo y volverse cada vez más esclavizados. Las excomuniones son «olvidadas» a escondidas; a la pregunta «¿podemos ir a la celebración del 50º aniversario de las primeras ordenaciones ilícitas?» se responde: «Haced lo posible por no ir» (y naturalmente fueron casi todos).

Después de una larga discusión en la Comisión para la Iglesia en China se decide mandar una clara orden a los obispos de no participar a la prevista «Asamblea de los representantes de la Iglesia en China», pero alguno dice todavía: «comprendemos las dificultades de los obispos en no ir»: Frente a estos mensajes contradictorios, el gobierno sabe que puede ignorar la Carta del Papa impunemente.

Queridos hermanos, supongo que estáis informados de los últimos hechos: están intentando nuevamente hacer una ordenación ep
iscopal sin mandato pontificio. Para esto han secuestrado obispos, han presionado a otros: son graves ofensas a la libertad religiosa y a la dignidad personal. Aprecio la declaración oportuna, precisa y digna de la Secretaría de Estado. Entre otras cosas, hay razones para sospechar que tales intentos no vienen ni siquiera desde arriba sino de aquellos que en todos estos años han ganado posiciones de poder y ventajas y no quieren que las cosas cambien.

Pidamos a Nuestra Señora, Auxilio de los cristianos, para que abra los ojos de los supremos dirigentes de nuestra nación, para que pongan fin a estas malvadas y vergonzosas maniobras y busquen reconocer a nuestros hermanos la verdadera y plena libertad religiosa, la cual redundará también en honor de nuestra patria.

Recemos por una corrección de la estrategia de parte «nuestra», para que se adecue sinceramente a la dirección indicada por la Carta del Santo Padre. Esperemos que no sea demasiado tarde para un buen cambio de dirección.

[Fuente: Asianews

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo]

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ZENIT Staff

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