Tras el Papa en España, el pueblo cristiano reverdece

Por monseñor monseñor Jesús Sanz Montes, ofm

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OVIEDO, sábado, 27 noviembre 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el balance que ha realizado monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y de Jaca, de la visita de Benedicot XVI a Santiago de Compostela y Barcelona, del 6 al 7 de noviembre.

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Me han preguntado en tantos sitios qué me ha llamado la atención de la visita que el Papa ha hecho recientemente a España. A nuestras comunidades cristianas, a los círculos mediáticos, culturales y políticos, les he dicho lo mismo: que una vez más, me sorprende la realidad por encima del prejuicio, especialmente ante los vaticinios catastrofistas de quienes piensan que su cortedad de miras coincide con lo que de hecho acontece. Por eso, esta visita no deja de llenarme de una sana y enorme satisfacción. El Papa ha visitado un pueblo que tiene raíces cristianas, tal vez descuidadas, mal regadas, de mucha historia en los mil avatares, pero ese pueblo en su hondura creyente hace que las dificultades internas y las que provienen desde fuera siempre tengan fondo para volver a reverdecer.

Lo hemos visto en pueblos y civilizaciones arrasadas por una calculada destrucción alienadora, una terrible estrategia cultural y violenta de acabar con el cristianismo, que a la vuelta de un tiempo, los arrasadores han pasado, sus destrucciones caducaron, y de modo misterioso y gratuito (como hace Dios las cosas), vuelve a nacer lo que anidaba en la savia profunda de la fe y de la memoria de un pueblo que no se rindió.

He visto, en este sentido, a ese pueblo cristiano que de nuevo saca a la plaza pública una fe que celebra, que la hace propuesta de nueva humanidad, que la narra como se ofrece una cultura de la vida, de la verdad, de la bondad y de la belleza. Y esa belleza coincide con la Belleza que Dios mismo es.

Porque la Belleza con mayúsculas no es una cuestión estética, la de las buenas formas, los buenos gustos, lo políticamente correcto. La Belleza es el modo de ser de Dios, su firma de autor en todo cuanto hace y rehace. Era muy hermoso el fragmento que el Papa pronunció en el marco conmovedor de la Basílica de la Sagrada Familia, obra del artista y arquitecto cristiano Antonio Gaudí. Y es que el hombre está herido de esa Belleza primordial que nos constituye: somos imagen y semejanza de un Dios que es la misma Belleza.

Siempre que traicionamos, de mil modos, esa exigencia de Belleza escrita en nuestro corazón, nuestra vida se disuelve, no se entiende, se puede llegar a destruir por dentro, a enfrentar por fuera, y a perder el vínculo más verdadero con el Misterio que representa Dios. Los santos no han dejado de narrar con su vida, con sus obras en tantos campos, la Belleza de ese Dios que ellos testimonian en cada tramo de la historia y a cada generación.Hay una indómita nostalgia que nos constituye en mendigos de una gracia para la que hemos nacido, que nos hace caminantes hacia una tierra a la -lo sepamos o no- peregrina cada fibra de nuestro ser. Dios ha venido para abrazar ese deseo escrito en el corazón, para acompañarlo y para darle cumplimiento.

Un apunte final al hilo de las últimas cortinas de humo. Algunos han dicho que perdemos feligreses y que nos deberíamos preocupar. No conozco las fuentes de sus estadísticas, no vaya a ser que se les haya traspapelado la intención de voto en sus votantes, pero lo que sí les puedo decir es que las personas en las filas del paro, no dejan de llamar a nuestras puertas, y Cáritas tiene más feligreses que nunca. Y a los que de este modo nos dan consejos, yo les diría que en lugar de prepararnos leyes para la muerte digna, que ninguno ha pedido ni constituye una demanda social, mejor no se distraigan y que se empleen a fondo en trabajar para encontrar medios para una vida digna. Para ésta sí que hay demanda humana. Que no son los apellidos y su orden lo que nos preocupa a los ciudadanos, sino poder arreglar sin demagogias lo que no tiene nombre.

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ZENIT Staff

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