CIUDAD DEL VATICANO, lunes 29 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que Benedicto XVI dirigió, este lunes por la mañana en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico Vaticano, a los obispos de las Conferencia Episcopal de Filipinas, a quienes está recibiendo estos días en audiencias separadas con motivo de su visita ad Limina.
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Queridos hermanos obispos,
Tengo el placer de dirigiros a todos una cálida bienvenida con motivo de vuestra visita ad Limina Apostolorum. Doy las gracias al cardenal Gaudencio Rosales, por las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre, y os aseguro mis oraciones y buenos deseos a vosotros y a todos los fieles confiados a vuestro cuidado pastoral. Vuestra presencia aquí en Roma fortalece los vínculos de comunión entre la comunidad católica en Filipinas y la Sede de Pedro, una comunión que se remonta a más de cuatro siglos desde el primer ofrecimiento del sacrificio eucarístico en sus costas. Así como esta comunión de fe y del sacramento ha alimentado a vuestro pueblo durante muchas generaciones, ruego que pueda seguir actuando como fermento en la cultura actual, para que las generaciones actuales y futuras de los filipinos sigan encontrándose con el gozoso mensaje del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo.
Para ser ese fermento, la Iglesia siempre debe tratar de encontrar su propia voz, porque es a través de la proclamación como el Evangelio trae sus frutos que cambian la vida (Mc 16, 15-16). Esta voz se expresa en el compromiso moral y espiritual de las vidas de los creyentes. También se expresa en el testimonio público ofrecido por los Obispos, así como por los profesores de primaria de la Iglesia, y por todos los que tienen una función en la enseñanza de la fe a los demás. Gracias a la presentación clara del Evangelio de la verdad sobre Dios y el hombre, generaciones de celosos clérigos filipinos, religiosos y laicos han promovido un orden social cada vez más justo. A veces, esta tarea de proclamación toca algunas cuestiones relevantes de la esfera política. No es sorprendente, ya que la comunidad política y la Iglesia, aun debidamente diferentes, están sin embargo ambas al servicio del desarrollo integral de todo ser humano y de la sociedad en su conjunto. Por su parte, la Iglesia contribuye sumamente en la construcción de un orden social justo y caritativo cuando, “predicando la verdad evangélica e iluminando todos los sectores de la acción humana con su doctrina y con el testimonio de los cristianos, respeta y promueve también la libertad y la responsabilidad políticas del ciudadano». (Gaudium et Spes, 76).
Al mismo tiempo, el ministerio profético de la Iglesia pide que ésta sea libre “para predicar la fe, enseñar su doctrina social… y dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas” (ibid.). A la luz de esta tarea profética, encomiendo a la Iglesia en Filipinas a que intente desempeñar su papel en apoyo a la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, y en la defensa de la integridad del matrimonio y de la familia. En estas áreas estáis promoviendo las verdades sobre la persona humana y sobre la sociedad que se derivan no sólo de la revelación divina sino también de la ley natural, un orden que es accesible a la razón humana y que por tanto proporciona una base para el diálogo y para un discernimiento más profundo por parte de todas las personas de buena voluntad. También destaco con aprecio el trabajo de la Iglesia para abolir la pena de muerte en vuestro país.
Una área específica en la que la Iglesia debe encontrar siempre su propia voz viene en el campo de las comunicaciones sociales y los medios de comunicación. La tarea que tiene por delante el conjunto de la comunidad católica es transmitir una visión llena de esperanza de la fe y la virtud para que los filipinos puedan encontrar aliento y guía en su camino a una vida plena en Cristo. Es necesario que se presente al público una voz unificada y positiva en formas tanto de medios de comunicación antiguos como nuevos, para que el mensaje del Evangelio pueda tener un impacto cada vez más poderoso en las personas de la nación. Es importante que el laicado católico competente en comunicaciones sociales ocupe su propio lugar en la propuesta del mensaje cristiano de una manera convincente y atractiva. Si el Evangelio de Cristo es ser levadura en la sociedad filipina, entonces toda la comunidad católica debe estar atenta a la fuerza de la verdad proclamada con amor.
Un tercer aspecto de la misión de la Iglesia de proclamar la palabra de Dios que da vida se encuentra en su compromiso con las preocupaciones sociales y económicas, en particular respecto a los más pobres y débiles de la sociedad. En el Segundo Consejo Plenario de Filipinas, la Iglesia en vuestra nación tomó un especial interés en dedicarse más plenamente al cuidado de los pobres. Es alentador ver que este compromiso ha dado fruto, con instituciones caritativas católicas comprometidas activamente en el país. Muchos de vuestros conciudadanos, sin embargo, permanecen sin empleo, educación adecuada o servicios básicos y así vuestras declaraciones proféticas y vuestra acción caritativa a favor de los pobres continúa siendo muy apreciada. Además de ese esfuerzo, estáis preocupados con razón por que haya un compromiso permanente en la lucha contra la corrupción, ya que el crecimiento de una economía justa y sostenible sólo se logrará cuando haya una aplicación clara y consistente de la regla de la ley en todo el país.
Queridos Hermanos Obispos, como mi predecesor el Papa Juan Pablo II destacó con razón, “vosotros sois Pastores de un pueblo enamorado de María” (14 de enero de 1995). Que su voluntad de llevar la Palabra que es Jesucristo al mundo sea para vosotros una inspiración continua en vuestro ministerio apostólico. A todos vosotros, y a los sacerdotes, religiosos y fieles laicos de vuestras diócesis, imparto de corazón mi Bendición Apostólica como prenda de paz y alegría.
[Traducción del original inglés por Patricia Navas
©Libreria Editrice Vaticana]