MADRID, martes 23 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- El Informe de Libertad Religiosa en el Mundo 2010, que presenta cada dos años la organización católica Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN), revela que el número de cristianos perseguidos en el globo es de doscientos millones, y el de discriminados por su religión, ciento cincuenta millones.

El informe de AIN indica que en Europa, los católicos no son perseguidos aunque son objeto de mofa y burla. La versión española de la organización católica internacional fue presentada este martes en Madrid.

Desde el anterior informe, la situación no ha mejorado, según esta organización que presta ayuda a cristianos de todo el mundo, en proyectos de apoyo a Iglesias locales, tales como becas para sacerdotes, apoyo a la construcción de iglesias, traducción de libros, etc.

Indica AIN que la tendencia creciente a la persecución y discriminación por la religión que se profesa se debe tanto a la radicalización del mundo islámico, como a la ‘cristianofobia’, y a la facilidad con que se ridiculica a Iglesia en algunos países desarrollados.

En la presentación del informe, Javier Menéndez Ros, director de AIN en España, y el misionero salesiano en Pakistán Miguel Ángel Ruiz, citaron lo que dijo Benedicto XVI en la víspera de la beatificación de John Newman: “En nuestro tiempo, el precio que hay que pagar por la fidelidad al Evangelio ya no es ser ahorcado, descoyuntado y descuartizado, sino que frecuentemente implica ser excluido, ridiculizado y objeto de burla”.

La fe cristiana es la más extendida y también la más perseguida. Según explicó Javier Menéndez, el número total es similar al del informe de hace dos años, aunque los investigadores y expertos que participaron en el de este año aseguran que la situación para los cristianos ha empeorado.

El informe analiza 194 países, con problemas en unos noventa, entre ellos varios de los más poblados del mundo: China, India, Indonesia, Rusia y Pakistán. El empeoramiento de la situación, según subrayó Menéndez, se debe especialmente a una mayor radicalización en el ámbito musulmán, con mayor fanatismo, intoleracia y vejaciones a practicantes de otras religiones.

Los países donde mayores violaciones a la libertad religiosa se producen son Arabia Saudita, Bangladesh, Egipto, India, China, Uzbekistán, Eritrea, Nigeria, Vietnam, Yemen y Corea del Norte.

Menéndez subrayó que “donde no existe la libertad religiosa no existe la libertad democrática”, y recalcó “la obligación de cualquier ser humano de respetar el derecho al culto, a evangelizar y a vivir de acuerdo con su fe”. En Egipto, vige una ley de libertad religiosa pero los cristianos sufren todo discriminaciones y ataques, permitidos, según AIN, por el gobierno de Hosni Mubarak.

El misionero salesiano Miguel Ángel Ruiz describió la situación en Pakistán. Manifestó que el terrorismo islámico no afecta sólo a los cristianos, sino a “todos los que no piensan como los fundamentalistas”. “Si el terrorismo se centrase sólo en los cristianos, lo pasaríamos mucho peor que ahora”, afirmó.

Por su experiencia en el trato con musulmanes, el misionero subrayó que “hay que poner límites muy claros siempre que se trabaja con el islam”.

También llamó la atención sobre la desobediencia civil pacífica. Cuando el Estado paquistaní trató de aprobar leyes injustas o discriminatorias, como la que pretendía incluir en el carné de identidad la religión, los cristianos salieron a la calle para bloquearla, y lo consiguieron. “Somos pocos, pero sabemos hacer ruido”, afirmó.

El padre Ruiz indicó que si la persecución no es mayor se debe a que los medios de comunicación prestan mucha atención a los ataques a los cristianos.

En su opinión, tanto Estados Unidos como Europa han fallado mucho: “Si Europa y particularmente España no despiertan, mal vamos”, dijo. Y recomendó que los europeos den el siguiente mensaje a los inmigrantes de otras religiones y culturas: Ustedes son bienvenidos aquí, pero respeténnos”.

El misionero --que dirige un centro de formación profesional para jóvenes en Lahore--, reconoció que ha descubierto “una fe profunda” entre los cristianos paquistaníes, ya que “al final del día, uno se pregunta por qué esta gente no se hace musulmana para evitar una vida de presión y discriminación”.

Pilar Gutiérrez, presidenta de AIN en España, insistió en que los misioneros con que  tiene contacto esta organización les piden --aparte de dinero y apoyo--, oraciones por sus feligreses y por ellos mismos.

El Informe sobre Libertad Religiosa en el Mundo 2010 de AIN está disponible en Red: http://www.libertadreligiosaenelmundo.com/.

El auténtico arte sacro

Por Rodolfo Papa*

ROMA, martes 23 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- El arte sacro tiene la tarea de servir con la belleza a la sagrada liturgia. En la Sacrosanctum Concilium está escrito: “La Iglesia nunca consideró como propio ningún estilo artístico, sino que acomodándose al carácter y condiciones de los pueblos y a las necesidades de los diversos ritos, aceptó las formas de cada tiempo, creando en el curso de los siglos un tesoro artístico digno de ser conservado cuidadosamente” (n. 123).

La Iglesia, por tanto, no elige un estilo; esto quiere decir que no privilegia el barroco o el neoclásico o el gótico, sino que todos los estilos son capaces de servir al rito. Esto no significa, evidentemente, que cualquier forma de arte pueda o deba ser aceptada acríticamente, de hecho en el mismo documento, se afirma con claridad: “la Iglesia se consideró siempre, con razón, como árbitro de las mismas, discerniendo entre las obras de los artistas aquellas que estaban de acuerdo con la fe, la piedad y las leyes religiosas tradicionales y que eran consideradas aptas para el uso sagrado” (n. 122). Resulta útil, por tanto, preguntarse “qué” forma artística puede responder mejor a las necesidades de un arte sacro católico, o lo que es lo mismo, “cómo” el arte puede servir mejor “con tal que sirva a los edificios y ritos sagrados con el debido honor y reverencia”.

Los documentos conciliares no derrochan palabras, y sin embargo dan directivas precisas: el arte sacro auténtico debe buscar “noble belleza” y no “mera suntuosidad”, no debe contrariar a la fe, las costumbres, la piedad cristiana, u ofender el “genuino sentido religioso”. Este último punto viene explicitado en dos direcciones: las obras de arte sacro pueden ofender el sentido religioso genuino bien “por la depravación de las formas”, es decir, formalmente inoportunas, o “por la insuficiencia, la mediocridad o la falsedad del arte” (n. 124). Se requiere al arte sacro la propiedad de una forma bella, “no depravada”, y la capacidad de expresar de forma apropiada y sublime el mensaje. Un claro ejemplo está presente también en la Mediator Dei, en la que Pío XII pide un arte que evite “el realismo excesivo por una parte, y por otra, el exagerado simbolismo” (n. 190).

Estas dos expresiones se refieren a expresiones históricas concretas. Encontramos de hecho “excesivo realismo” en la compleja corriente cultural del Realismo, nacido como reacción al sentimentalismo tardorromántico de la pintura de moda, y que podemos encontrar también en la nueva función social asignada al papel del artista, con peculiar referencia a temas tomados directamente de la realidad contemporánea, y también además la podemos relacionar con la concepción propiamente marxista del arte, que conducirán a las reflexiones estéticas de la II Internacional, hasta las teorías expuestas por G. Lukacs. Además, hay “excesivo realismo” también en algunas posturas propiamente internas a la cuestión del arte sacro, e sea, en la corriente estética que entre finales del siglo XIX y principios del XX propuso pinturas que tratan temas sagrados sin afrontar correctamente la cuestión, con excesivo verismo, como por ejemplo una Crucifixión pintada por Max Klinger, que ha sido definida como una composición “mixta de elementos de un verismo brutal y de principios puramente idealistas” (C. Costantini, Il Crocifisso nell’arte, Florencia 1911, p. 164).

Encontramos en cambio “exagerado simbolismo” en otra corriente artística que se contrapone a la realista. Entre los precursores del pensamiento simbolista se pueden encontrar G. Moureau, Puvis de Chavannes, O. Redon, y más tarde se adhirieron a esta corriente artistas como F. Rops, F. Khnopff, M. J. Whistler. En los mismos años, el crítico C. Morice elaboró una verdadera y propia teoría simbolista, definiéndola como una síntesis entre espíritu y sentidos. Hasta llegar luego, después de 1890, a una auténtica doctrina llevada adelante por el grupo de los Nabis, con P. Sérusier, que fue su teórico, por el grupo de los Rosacruces que unía tendencias místicas y teosóficas, y finalmente por el movimiento del convento benedictino de Beuron.

La cuestión se aclara más, por tanto, si se encuadra inmediatamente en los términos histórico-artísticos correctos; en el arte sacro es necesario evitar los excesos del inmanentismo por una parte y del esoterismo por la otra. Es necesario emprender el camino de un “realismo moderado” junto a un simbolismo motivado, capaces de captar el desafío metafísico, y de realizar, como afirma Juan Pablo II en la Carta a los Artistas un medio metafórico lleno de sentido. Por tanto, no un hiperrealismo obsesionado por un detalle que siempre se escapa, sino un sano realismo que en el cuerpo de las cosas y en el rostro de los hombres sabe leer y aludir, y reconocer la presencia de Dios.

En el mensaje a los artistas se dice: “Vosotros [los artistas] la habéis ayudado [a la Iglesia] a traducir su divino mensaje en el lenguaje de las formas y de las figuras, a hacer perceptible el mundo invisible”. Me parece que en este pasaje se toca el corazón del arte sacro. Si el arte, todo arte, da forma a la materia, expresa lo universal mediante lo particular, el arte sacro, el arte al servicio de la Iglesia, lleva a cabo también la sublime mediación entre lo invisible y lo visible, entre el divino mensaje y el lenguaje artístico. Al artista se le pide que de forma a la materia re-creando incluso ese mundo invisible pero real que es la suprema esperanza del hombre.

Todo esto me parece que conduce hacia una afirmación del arte figurativo – o sea, un arte que se empeña en “figurar” la realidad – como máximo instrumento de servicio, como mejor posibilidad de un arte sacro. El arte realista figurativo, de hecho, logra servir adecuadamente al culto católico, porque se funda en la realidad creada y redimida y, precisamente comparándose con la realidad, consigue evitar los escollos opuestos de los excesos. Precisamente por esto se puede afirmar que lo más propio del arte cristiano de todos los tiempos es un horizonte de “realismo moderado”, o si queremos, de “realismo antropológico”, dentro del cual se han desarrollado, en el tiempo, todos los estilos propios del arte cristiano (dada la complejidad del tema, remito a artículos posteriores).

El artista que quiera servir a Dios en la Iglesia, no puede sino medirse con la “imagen”, la cual hace perceptible el mundo invisible. Al artista cristiano se le pide, por tanto, un compromiso particular: el de representar la realidad creada y, a través de ella, ese “más allá” que la explica, la funda, la redime. El arte figurativo no debe tampoco temer como inactual la “narración”, el arte es siempre narrativo, tanto más cuando se pone al servicio de una historia que ha sucedido, en un tiempo y en un espacio. Por la particularidad de esta tarea, al artista se le pide también que sepa “qué narrar”: conocimiento evangélico, competencia teológica, preparación histórico-artística y amplio conocimiento de toda la tradición iconográfica de la Iglesia. Por otra parte, la teología misma tiende a hacerse cada vez más narrativa.

La obra de arte sacro, por tanto, constituye un instrumento de catequesis, de meditación, de oración, siendo destinada “al culto católico, a la edificación, a la piedad y a la instrucción religiosa de los fieles”; los artistas, como recuerda el ya muchas veces citado mensaje de la Iglesia a los artistas, han “edificado y decorado sus templos, celebrado sus dogmas, enriquecido su liturgia” y deben seguir haciéndolo.

Así también hoy nosotros somos llamados a realizar en nuestro tiempo obras y trabajos dirigidos a edificar al hombre y a dar Gloria a Dios, como recita la Sacrosanctum Concilium: “También el arte de nuestro tiempo, y el de todos los pueblos y regione
s, ha de ejercerse libremente en la Iglesia, con tal que sirva a los edificios y ritos sagrados con el debido honor y reverencia; para que pueda juntar su voz a aquel admirable concierto que los grandes hombres entonaron a la fe católica en los siglos pasados” (n. 123).