Benedicto XVI: la Sagrada Familia, “modelo de vida”

El pasado 26 de diciembre, durante el rezo del Ángelus

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CIUDAD DEL VATICANO, sábado 1 de enero de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la intervención del Papa Benedicto XVI el pasado domingo 26 de diciembre, fiesta de la Sagrada Familia, al introducir el rezo del Ángelus con los peregrinos de todo el mundo presentes en la Plaza de San Pedro.

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Queridos hermanos y hermanas,

El Evangelio según san Lucas narra que los pastores de Belén, tras haber recibido del ángel el anuncio del nacimiento del Mesías, “fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre» (2,16). Ante los primeros testigos oculares del nacimiento de Jesús se presentó, por tanto, la escena de una familia: madre, padre e hijo recién nacido. Por esto la Liturgia nos hace celebrar, en el primer domingo después de Navidad, la fiesta de la santa Familia. Este año, esta cae precisamente el día después de Navidad, y, prevaleciendo sobre la de san Esteban, nos invita a contemplar este “icono” en el que el pequeño Jesús aparece en el centro del afecto y de la solicitud de sus padres. En la pobre gruta de Belén – escriben los Padres de la Iglesia – resplandece una luz vivísima, reflejo del misterio profundo que envuelve a ese Niño, y que María y José guardan en sus corazones y dejan transparentar en sus miradas, en los gestos, sobre todo en sus silencios. Ellos, de hecho, conservan en lo más íntimo las palabras del anuncio del ángel a María: “Aquel que nacerá será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35).

¡Y sin embargo, el nacimiento de cada niño lleva consigo algo de este misterio! Lo saben bien los padres, que lo reciben como un don y que, a menudo, hablan así de él. A todos nos ha pasado oír decir a un papá y a una mamá: “¡Este niño es un regalo, un milagro!». En efecto, los seres humanos viven la procreación no como un mero acto reproductivo, sino que perciben su riqueza, intuyen que cada criatura humana que se asoma a la tierra es el “signo” por excelencia del Creador y Padre que está en los cielos. ¡Qué importante es, entonces, que cada niño, al venir al mundo, sea acogido por el calor de una familia! No importan las comodidades exteriores: Jesús nació en un establo y como primera cuna tuvo un pesebre, pero el amor de María y de José le hizo sentir la ternura y la belleza de ser amado. De esto necesitan los niños: del amor del padre y de la madre. Esto es lo que les da seguridad y lo que, al crecer, permite el descubrimiento del sentido de la vida. La santa Familia de Nazaret atravesó muchas pruebas, como esa – recordada en el Evangelio según san Mateo – de la “matanza de los inocentes”, que obligó a José y María a emigrar a Egipto (cfr 2,13-23). Pero, confiando en la divina Providencia, encontraron su estabilidad y aseguraron a Jesús una infancia serena y una educación sólida.

Queridos amigos, la santa Familia es ciertamente singular e irrepetible, pero al mismo tiempo es “modelo de vida” para toda familia, porque Jesús, verdadero hombre, quiso nacer en una familia humana, y haciendo así la bendijo y consagró. Confiemos por tanto a la Virgen y a san José a todas las familias, para que no se desanimen frente a las pruebas y a las dificultades, sino que cultiven siempre el amor conyugal y se dediquen con confianza al servicio de la vida y de la educación.

[Después del Ángelus dijo]

En este tiempo de la Santa Navidad, el deseo y la invocación de la paz se han hecho aún más intensos. Pero nuestro mundo sigue estando marcado por la violencia, especialmente contra los discípulos de Cristo. He sabido con gran tristeza del atentado en una iglesia católica de Filipinas, mientras se celebraban los ritos del día de Navidad, como también del ataque a iglesias cristianas en Nigeria. La tierra se ha manchado una vez más de sangre en otras partes del mundo como en Paquistán. Deseo expresar mis sentidas condolencias por las víctimas de estas absurdas violencias, y repito una vez más el llamamiento a abandonar el camino del odio para encontrar soluciones pacíficas de los conflictos y dar a las queridas poblaciones seguridad y serenidad. En este día en el que celebramos la Santa Familia, que vivió la dramática experiencia de tener que huir a Egipto por la furia homicida de Herodes, recordemos también a todos aquellos – en particular a las familias – que son obligados a abandonar sus propias casas a causa de la guerra, de la violencia y de la intolerancia. Os invito, por tanto, a uniros a mi en la oración para pedir con fuerza al Señor que toque el corazón de los hombres y traiga esperanza, reconciliación y paz.

[En español dijo]

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española que participan en esta oración mariana. En la fiesta de la Sagrada Familia, contemplamos el misterio del Hijo de Dios que vino al mundo rodeado del afecto de María y de José. Invito a las familias cristianas a mirar con confianza el hogar de Nazaret, cuyo ejemplo de vida y comunión nos alienta a afrontar las preocupaciones y necesidades domésticas con profundo amor y recíproca comprensión. A vosotros y a vuestras familias os reitero mi cordial felicitación en estas fiestas de Navidad. Que Dios os bendiga siempre.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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