SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado 15 de enero de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas sobre el derecho a la libertad religiosa.
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En 1992, se hizo una primera reforma de la legislación religiosa en nuestro país, superando la injusta que permanecía vigente desde 1917 y que ponía a la Iglesia bajo absoluto control del Estado. Quienes lucharon por el cambio constitucional exigieron el reconocimiento del derecho a la libertad religiosa no sólo para los católicos, sino para todas las confesiones, lo que algunas han agradecido. Se logró un avance importante, pero limitado. Hoy estamos exigiendo plena libertad religiosa como un derecho humano básico, no como una concesión política oportunista, y esto para todas las tendencias, incluso para los no creyentes. Aunque no faltan protestantes que nos critican por esta lucha, también ellos saldrán beneficiados. Exigimos, por ejemplo, más libertad de expresión en los medios electrónicos, cosa que ellos en cierto sentido usurpan, pues sólo en Chiapas tienen más de cincuenta radiodifusoras ilegales, con peligro de que la autoridad judicial las decomise y encarcele a los operadores. Todo cambiaría para ellos y nosotros, si las leyes fueran más respetuosas del derecho que exigimos.
El Papa Benedicto XVI, en su tradicional encuentro de año nuevo con los embajadores acreditados ante la Santa Sede, dijo que, aunque algunas Constituciones reconocen «cierta libertad religiosa, la vida de las comunidades religiosas se hace, de hecho, difícil y a veces incluso insegura, ya que el ordenamiento jurídico o social se inspira en sistemas filosóficos y políticos que postulan un estricto control, por no decir un monopolio, del Estado sobre la sociedad».
Denunció «otros tipos de amenazas contra el pleno ejercicio de la libertad religiosa. Pienso, en primer lugar, en los países que conceden una gran importancia al pluralismo y la tolerancia, pero donde la religión sufre una marginación creciente. Se tiende a considerar la religión, toda religión, como un factor sin importancia, extraño a la sociedad moderna o incluso desestabilizador, y se busca por diversos medios impedir su influencia en la vida social. Se llega así a exigir que los cristianos ejerzan su profesión sin referencia a sus convicciones religiosas o morales, e incluso en contradicción con ellas, como, por ejemplo, allí donde están en vigor leyes que limitan el derecho a la objeción de conciencia de los profesionales sanitarios o de algunos profesionales del derecho».
Agregó: «Otra manifestación de marginación de la religión y, en particular, del cristianismo, consiste en desterrar de la vida pública fiestas y símbolos religiosos, por respeto a los que pertenecen a otras religiones o no creen. De esta manera, no sólo se limita el derecho de los creyentes a la expresión pública de su fe, sino que se cortan las raíces culturales que alimentan la identidad profunda y la cohesión social de muchas naciones». Deploró el «monopolio estatal en materia escolástica», y los «cursos de educación sexual o cívica que transmiten una concepción de la persona y de la vida pretendidamente neutra, pero que en realidad reflejan una antropología contraria a la fe y a la justa razón».
JUZGAR
¿Qué pedimos el Papa y nosotros? Ante todo, tomar en cuenta que «el derecho a la libertad religiosa no se aplica plenamente allí donde sólo se garantiza la libertad de culto, y además con limitaciones». Además, algo que debería alegrar a quienes, en algunas partes, se quejan de discriminación por parte de la mayoría católica, dice el Papa con toda claridad: «El peso particular de una determinada religión en una nación jamás debería implicar la discriminación en la vida social de los ciudadanos que pertenecen a otra confesión o, peor aún, que se consienta la violencia contra ellos».
Y afirma: «La veneración a Dios promueve la fraternidad y el amor, no el odio o la división. La búsqueda sincera de Dios ha llevado a un mayor respeto de la dignidad del hombre. Quisiera reafirmar con fuerza que la religión no constituye un problema para la sociedad, no es un factor de perturbación o de conflicto. Quisiera repetir que la Iglesia no busca privilegios, ni quiere intervenir en cuestiones extrañas a su misión, sino simplemente cumplirla con libertad».
ACTUAR
Analicemos desapasionadamente lo que implica el derecho a la plena libertad religiosa. Eso es justicia, eso es libertad, eso es democracia.